martes, 31 de mayo de 2011

El Buscador


Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como un buscador...

Un buscador es alguien que busca, no necesariamente alguien que encuentra.

Tampoco es alguien que, necesariamente, sabe qué es lo que está buscando, es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda.

Un día, el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había aprendido a hacer caso riguroso a estas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió.

Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó, a lo lejos, Kammir. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó mucho la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadores; la rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada.

... Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar.

De pronto, sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar.

El buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles.

Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de este paraíso multicolor.

Sus ojos eran los de un buscador, y quizás por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción...:

Abdul Tareg, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días

Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra, era una lápida.

Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar.

Mirando a su alrededor el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Se acercó a leerla, decía:

Yamir Kdlib, vivió 5 años, 8 meses, y 3 semanas,

El buscador se sintió terriblemente conmocionado.

Este hermoso lugar era un cementerio y cada piedra, una tumba.

Una por una, empezó a leer las lápidas.

Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto.

Pero lo que lo conectó con el espanto, fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los 11 años...

Embargado por un dolor terrible se sentó y se puso a llorar.

El cuidador del cementerio, pasaba por ahí y se acercó.

Lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.

- No, ningún familiar - dijo el buscador - ¿qué pasa con este pueblo?, ¿qué cosa tan terrible hay en esta ciudad?. ¿por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar ?, ¿cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que los ha obligado a construir un cementerio de chicos ?!!!

El anciano se sonrió y dijo:

- Puede Ud. serenarse. No hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré...

Cuando un joven cumple quince años sus padres le regalan una libreta, como ésta que tengo aquí, colgando del cuello.

Y es tradición entre nosotros que a partir de ahí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella:

a la izquierda, qué fue lo disfrutado...

a la derecha, cuánto tiempo duró el gozo.

Conoció a su novia, y se enamoró de ella. ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla?, ¿una semana?, ¿dos?, ¿tres semanas y media?....

Y después... la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso, ¿cuánto duró?, ¿el minuto y medio del beso ?, ¿dos días?, ¿una semana ?....

¿Y e1 embarazo o el nacimiento del primer hijo...? ¿y el casamiento de los amigos.. ?

¿y el viaje más deseado..?

¿y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano ?.

¿Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones?...

¿horas?, ¿días ?...

Así... vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos... cada momento.

Cuando alguien se muere,

es nuestra costumbre,

abrir su libreta

y sumar el tiempo de lo disfrutado,

para escribirlo sobre su tumba,

porque Ese es, para nosotros,

el único y verdadero tiempo VIVIDO.

lunes, 30 de mayo de 2011

LA OTRA ALA



Un día un ángel se arrodilló a los pies de Dios y habló: "Señor, visité toda tu creación. Estuve en todos los lugares". Vi que eres parte de todas las cosas. Y por eso vine hasta ti Señor para tratar de entender. ¿Por que cada una de las personas sobre la tierra tiene apenas un ala? Los ángeles tenemos dos. Podemos ir hasta el Amor que el Señor representa siempre que lo deseamos. Podemos volar hacia la liberad siempre que querramos. Pero los humanos con su única ala no pueden volar. "No podrán volar con apenas un ala..."

Dios respondió : "Sí, yo se eso". "Se que hice a los humanos solamente con un ala..."
Intrigado el ángel quería entender y preguntó: "¿Pero, por qué el Señor dio a los hombres solamente un ala cuando son necesarias dos alas para que puedan volar?"

Sin prisa, Dios respondió : "Ellos sí pueden volar, mi ángel". Di a los humanos una sola ala para que ellos pudiesen volar más y mejor que nuestros Arcángeles.... Para volar, mi pequeño amigo, tú precisas de tus dos alas... Y aunque libre, tú estás solo...
Mas los humanos... los humanos con su única ala precisarán siempre dar las manos a alguien a fin de tener sus dos alas. Cada uno ha de tener un par de alas...
Cada uno ha de buscar su segunda ala en alguien, "en algún lugar del mundo"... para que se complete su par. Así todos aprenderán a respetarse y a no quebrar la única ala de la otra persona porque pueden estar acabando con su oportunidad de volar.

Así mi ángel, ellos aprenderán a AMAR verdaderamente a la otra persona...
Aprenderán que solamente permitiéndose AMAR, ellos podrán volar.
Tocando el corazón de otra persona, ellos podrán encontrar el ala que les falta y podrán finalmente volar.

Solamente a través del AMOR podrán llegar hasta donde estoy... así como lo haces Tú, mi ángel. "Ellos nunca, nunca estarán solos al volar."
Que Tú, si aún no encuentras tu otra ala, la encuentres muy pronto, ...

Y se alcen las dos en magnífico vuelo.

domingo, 29 de mayo de 2011

EL AMOR NO ESPERA

Había una vez un viejito que estaba enfermo y cansado. El tenía cuatro hijos, y de ninguno de ellos recibía la menor atención.


Vivía en una abundante pobreza. A duras penas lograba sobrevivir. En su pequeñísima granja deambulaban unas cuantas gallinas flacas, que existían casi de milagro, y por lo menos, no dejaban de poner un par de huevos diariamente. El resto de la dieta que el viejito consumía, eran unas cuantas frutas silvestres que cada día le costaba mucho esfuerzo recolectar.


Un día, buscando entre sus escasas pertenencias, encontró dos monedas de plata y se le ocurrió una genial idea. En el pueblo las intercambio con un mercader de artículos antiguos quien le dio un viejo baúl.


Como pudo, se las arreglo y lo traslado a su casa. Una vez en ella, lo dejo a la vista en el centro de su humilde choza. Por casualidad uno de sus hijos lo visito e intrigado le pregunto: "¿Que guardas ahí?" -"Un secreto", le contesto, "que solamente conocerán tu y tus hermanos el día en que me muera, pues ahí esta toda mi herencia". Al día siguiente lo enterró debajo de su lecho.


Cual fue su sorpresa que a partir de entonces, un hijo al menos lo visitaba durante el día. Le llevaban leche y miel, y entre los cuatros hijos le mantenían su choza bastante limpia.


Un día al viejo se le detuvo el tiempo muriendo en su granja. De inmediato los hijos se dieron cita, no tanto para velarlo, por supuesto, sino para ver a cuánto ascendía su herencia.


Y cual fue su sorpresa que una vez desenterrado y abierto el cofre, lo único que encontraron fue un trozo de papel que decía de su puño y letra, un poco torcida y temblorosa: "Hijos míos: el autentico amor no espera, se entrega generosamente sin esperar recompensa. Mi única herencia es que aprendan a amar; hubiera deseado dejarles mas, pero mi único legado es darles las gracias por lo que me dieron en vida."


Los cuatro hermanos al fin comprendieron que un buen padre puede dar la vida por sus hijos, pero algunos no entregan nada en vida a sus padres. En profunda reflexión y con lagrimas en los ojos, le dieron finalmente una digna sepultura, y uno de ellos, cuando arrojo el ultimo puñado de tierra,
le despidió diciendo:


"TE PROMETO AMAR SIN ESPERAR, AMEN".

sábado, 28 de mayo de 2011

¿Por qué estudiar religión en la escuela? (Carta de Jean Jaurès a su hijo)


Querido hijo:

Me pides un justificante que te exima de cursar religión, un poco por tener la gloria de proceder de distinta manera que la mayor parte de los condiscípulos y temo que también un poco para parecer digno hijo de un hombre que no tiene convicciones religiosas. Este justificante, querido hijo, no te lo envío ni te lo enviaré jamás.

No es porque desee que seas clerical, a pesar de que no hay en esto ningún peligro, ni lo hay tampoco en que profeses las creencias que te expondrá el profesor. Cuando tengas la edad suficiente para juzgar, serás completamente libre pero, tengo empeño decidido en que tu instrucción y tu educación sean completas, y no lo serían sin un estudio serio de la religión.

Te parecerá extraño este lenguaje después de haber oído tan bellas declaraciones sobre esta cuestión; son, hijo mío, declaraciones buenas para arrastrar a algunos pero que están en pugna con el más elemental buen sentido. ¿Cómo sería completa tu instrucción sin un conocimiento suficiente de las cuestiones religiosas sobre las cuales todo el mundo discute? ¿Quisieras tú, por tu ignorancia voluntaria, no poder decir una palabra sobre estos asuntos sin exponerte a soltar un disparate?

Dejemos a un lado la política y las discusiones y veamos lo que se refiere a los conocimientos indispensables que debe tener un hombre de cierta posición. Estudias mitología para comprender historia y la civilización de los griegos y de los romanos y ¿qué comprenderías de la historia de Europa y del mundo entero después de Jesucristo, sin conocer la religión, que cambió la faz del mundo y produjo una nueva civilización? En el arte ¿qué serán para ti las obras maestras de la Edad Media y de los tiempos modernos, si no conoces el motivo que las ha inspirado y las ideas religiosas que ellas contienen?

En las letras ¿puedes dejar de conocer no sólo a Bossuet, Fenelón, Lacordaire, De Maistre, Veuillot y tantos otros que se ocuparon exclusivamente de cuestiones religiosas, sino también a Corneille, Racine, Hugo, en una palabra a todos estos grandes maestros que debieron al cristianismo sus más bellas inspiraciones? Si se trata de derecho, de filosofía o de moral ¿puedes ignorar la expresión más clara del Derecho Natural, la filosofía más extendida, la moral más sabia y más universal? –éste es el pensamiento de Juan Jacobo Rousseau-.

Hasta en las ciencias naturales y matemáticas encontrarás la religión: Pascal y Newton eran cristianos fervientes; Ampere era piadoso; Pasteur probaba la existencia de Dios y decía haber recobrado por la ciencia la fe de un bretón; Flammarion se entrega a fantasías teológicas.

¿Querrás tú condenarte a saltar páginas en todas tus lecturas y en todos tus estudios? Hay que confesarlo: la religión está íntimamente unida a todas las manifestaciones de la inteligencia humana; es la base de la civilización y es ponerse fuera del mundo intelectual y condenarse a una manifiesta inferioridad el no querer conocer una ciencia que han estudiado y que poseen en nuestros días tantas inteligencia preclaras.

Ya que hablo de educación: ¿para ser un joven bien educado es preciso conocer y practicar las leyes de la Iglesia? Sólo te diré lo siguiente: nada hay que reprochar a los que las practican fielmente, y con mucha frecuencia hay que llorar por los que no las toman en cuenta. No fijándome sino en la cortesía en el simple ‘savoir vivre”, hay que convenir en la necesidad de conocer las convicciones y los sentimientos de las personas religiosas. Si no estamos obligados a imitarlas, debemos por lo menos comprenderlas para poder guardarles el respeto, las consideraciones y la tolerancia que les son debidas. Nadie será jamás delicado, fino, ni siquiera presentable sin nociones religiosas.

Querido hijo: convéncete de lo que digo: muchos tienen interés en que los demás desconozcan la religión, pero todo el mundo desea conocerla. En cuanto a la libertad de conciencia y otras cosas análogas, eso es vana palabrería que rechazan de ordinario los hechos y el sentido común.

Muchos anti-católicos conocen por lo menos medianamente la religión; otros han recibido educación religiosa; su conducta prueba que han conservado toda su libertad.

Además, no es preciso ser un genio para comprender que sólo son verdaderamente libres de no ser cristianos los que tienen la facultad de serlo, pues, en caso contrario, la ignorancia les obliga a la irreligión. La cosa es muy clara: la libertad exige la facultad de poder obrar en sentido contrario. Te sorprenderá esta carta, pero precisa hijo mío, que un padre diga siempre la verdad a su hijo. Ningún compromiso podría excusarme de esa obligación.

Jean Jaurès, Socialista ateo francés, fundador del periódico ‘L’Humanité’