domingo, 11 de septiembre de 2011

Discipulado



No eres discípulo por tu propia cuenta. Un día, es verdad, te presentaste a tu parroquia y te ofreciste, o te enrolaste en un movimiento, en una asociación apostólica, o en una comunidad de base. Pero estabas respondiendo a una llamada. La misma llamada que hizo Jesús a sus apóstoles y discípulos para que fueran sus compañeros en el anuncio de la Buena Nueva a los hombres, especialmente a los más pobres.
Lo mismo que a ellos, Jesús te invitó a encontrarte con Él, a que te vinculases estrechamente a Él, porque es la fuente de la vida y sólo Él tiene palabras de vida eterna (nº 131). Aunque tú la hayas percibido por medios muy humanos, la llamada a ser discípulo misionero la has recibido de Dios.
Dios te necesita. Dios nos necesita. La semilla de la fe que recibiste en tu bautismo ha dado su fruto. Te has sentido “consagrado” al Señor y “exigido” por Él para anunciar a los hombres las maravillas de su salvación. Tu llamada no es un título de honor; es una vocación de servicio. Recuerda que no has elegido tú al Maestro, que fue Cristo quien te eligió…, y que no has sido convocado para algo, sino para Alguien (nº 131). Vive esa relación personal en todo lo que haces por la causa del evangelio.
Para escuchar con sencillez el llamado debes tener un corazón disponible y encontrarte internamente “desarmado”: en el Evangelio, aprende la lección de ser pobre, siguiendo a Jesús pobre y la de anunciar el Evangelio de la paz sin bolsa ni alforja, sin poner tu confianza en el dinero o en el poder de este mundo (nº 31). Un corazón generoso y gratuito es el terreno más abonado para escuchar el llamado y para un encuentro con Él, con una finalidad: “estar con él” y participar de su envío y misión (cfr. Nº 131).

Autor: Pedro Jaramillo

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