martes, 4 de octubre de 2011

Testamento espiritual







El Señor me dio a mí, el hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia de esta manera. Porque, como estaba en pecados, me parecía muy amargo ver leprosos. Y el Señor mismo me condujo en medio de ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Y, al separarme de ellos, lo que me parecía amargo se me volvió dulzura del alma y del cuerpo. Y después de permanecer un poco, salí del siglo.

Y el Señor me dio una fe tal en las iglesias, que oraba y decía sencillamente: Te adoramos, Señor Jesucristo, también en todas tus iglesias que hay en el mundo entero, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Después el Señor me dio, y me sigue dando, tanta fe en los sacerdotes que viven según la norma de la santa Iglesia romana, por su ordenación, que, si me persiguieran, quiero recurrir a ellos. Y si tuviese tanta sabiduría como la que tuvo Salomón y me encontrase con los pobrecillos sacerdotes de este siglo, en las parroquias donde viven, no quiero predicar al margen de su voluntad. Y a y a todos los demás sacerdotes quiero temer, amar y honrar como a mis señores. Y no quiero ver pecado en ellos, porque en ellos miro al Hijo de Dios y son mis señores. Y lo hago por esto: porque en este siglo no veo nada físicamente del mismo altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y santísima sangre, que ellos reciben y solos ellos administran a los demás.

Y quiero honrar y venerar estos santísimos misterios por encima de todo y colocados en lugares preciosos. Y los santísimos nombres y palabras suyas escritas, donde los encuentre en lugares indebidos, quiero recogerlos y ruego que se recojan y se coloquen en lugar decoroso. Y a todos los teólogos y a los que administran las santísimas palabras divinas debemos honrar y venerar, como a quienes nos administran espíritu y vida (cf. Jn 6,64).

Y después que el Señor me dio hermanos, nadie me mostraba qué debía hacer, sino que el mismo

Altísimo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo lo hice escribir en pocas palabras y sencillamente, y el señor papa me lo confirmó.

Y los que venían a tomar esta vida, daban a los pobres todo lo que podían tener (Job 1,3), y se contentaban con una túnica, remendada por dentro y por fuera; con el cordón y los calzones. Y no queríamos tener más. El oficio lo decíamos los clérigos como los demás clérigos, y los laicos decían padrenuestros; y permanecíamos de muy buena gana en iglesias. Y éramos incultos y estábamos sometidos a todos.

Y yo trabajaba y quiero trabajar con mis manos; y quiero firmemente que todos los demás hermanos trabajen en algún oficio compatible con la decencia. Los que no saben, que aprendan, no por la codicia de recibir la paga del trabajo, sino por el ejemplo y para combatir la ociosidad. Y cuando no nos den la paga del trabajo, recurramos a la mesa del Señor, pidiendo limosna de puerta en puerta.

El Señor me reveló que dijésemos este saludo: El Señor te dé la paz.

Guárdense los hermanos de recibir en absoluto iglesias, moradas pobrecillas, ni nada de lo que se construye para ellos, si no son como conviene a la santa pobreza prometida en la Regla, hospedándose siempre allí como forasteros y peregrinos (cf. Gén 23,4; Sal 38,13; lPe 2,11).

Mando firmemente por obediencia a todos los hermanos, dondequiera que estén, que no se atrevan a pedir en la curia romana, ni por sí ni por intermediarios, ningún documento en favor de una iglesia ni de otro lugar, ni so pretexto de predicación, ni por persecución de sus cuerpos; sino que, allá donde no sean bien recibidos, márchense a otra tierra a hacer penitencia, con la bendición de Dios.

Y quiero obedecer firmemente al ministro general de esta fraternidad y al guardián que le plazca darme. Y así quiero estar, cautivo en sus manos, para no ir o hacer nada fuera de la obediencia y de su voluntad, porque es mi señor. Y, aunque soy simple y enfermo, quiero, no obstante, tener siempre un clérigo que me recite el oficio como se contiene en la Regla. Y todos los demás hermanos estén obligados de igual modo a obedecer a sus guardianes y a cumplir con el oficio según la Regla.

Y a los que se descubra que no cumplen con el oficio según la Regla y quieren variarlo de otro modo, o que no son católicos, todos los hermanos, dondequiera que sea, estén obligados por obediencia, allá donde encuentren a uno de ellos, de presentarlo al custodio más cercano al lugar donde lo descubran. Y el custodio esté firmemente obligado por obediencia, a custodiarlo fuertemente, día y noche, como a un prisionero, de manera que no puedan arrebatarlo de sus manos, hasta que lo entregue personalmente en manos de su ministro. Y el ministro esté firmemente obligado, por obediencia, a remitirlo por medio de hermanos, que lo custodien día y noche como a un prisionero, hasta que lo lleven a la presencia del señor de Ostia, que es señor, protector y corrector de toda la fraternidad.

Y no digan los hermanos que esta es otra Regla; porque esto es un recordatorio, amonestación y exhortación, y es mi testamento, que yo, fray Francisco, pequeñuelo, os hago a vosotros, mis hermanos benditos, por esto, para que mejor guardemos católicamente la Regla que prometimos al Señor.

Y el ministro general y todos los demás ministros y custodios estén obligados, por obediencia, a no añadir ni quitar nada a estas palabras. Y tengan siempre consigo este escrito junto a la Regla. Y en todos los Capítulos que celebren, cuando lean la Regla, lean también estas palabras. Y a todos mis hermanos, clérigos y laicos, mando firmemente, por obediencia, que no introduzcan glosas en la Regla ni en estas palabras, diciendo: Esto quieren dar a entender; sino que, así como me dio el Señor decir y escribir la Regla y estas palabras sencilla y puramente, así las entendáis, sencillamente y sin glosa, y las guardéis hasta el fin con obras santas.

Y todo el que observe estas cosas, sea colmado en el cielo de la bendición del altísimo Padre, y llenado en la tierra de la bendición de su Hijo amado, con el santísimo Espíritu Paráclito y con todas las virtudes de los cielos y con todos los santos. Y yo el hermano Francisco, pequeñuelo siervo vuestro, os confirmo cuanto puedo, interior y exteriormente, esta santísima bendición.

Autor: San Francisco de Asis

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