miércoles, 25 de enero de 2012

El amor de Dios




«La voluntad de Dios sea siempre el único refugio de la nuestra, y su cumplimiento, nuestro consuelo».

«Preguntamos muchas veces: ¿cómo os encontráis?, a pesar de que vemos a los interrogados en muy buena salud. Permitidme, pues, que sin desconfiar de vuestra virtud y constancia, yo os pregunte por amor: ¿amáis mucho a Dios, señora? Si lo amáis mucho, pensaréis mucho en Él, hablaréis mucho con Él y de Él, os uniréis a menudo a Él en el Santísimo Sacramento. Que sea para siempre Él nuestro propio corazón».
¿No es delicioso este fragmento de una carta de san Francisco de Sales a la Sra. de Traves? Me preguntaréis por qué lo traigo a colación. Porque es un modelo acabado de exquisita sencillez y porque contiene en resumen toda la doctrina del Santo sobre esta virtud, que debe caracterizar nuestras relaciones con Dios y que él explicaba así a sus Hijas de la Visitación:

«La sencillez no es sino un acto de caridad puro y simple, sin otro fin que conseguir el amor de Dios; y nuestra alma es sencilla cuando no tenemos otra pretensión en todo lo que hacemos».

Pero San Francisco de Sales hace notar que «no sabernos lo que es amar a Dios. El amor de Dios no consiste en grandes gustos o sentimientos, sino en una mayor y más firme resolución de darle gusto en todo y tratar, lo más que podamos, de no ofenderle; y en rogar para que aumente la gloria de su Hijo. Estas cosas son señal de amor».

Respecto a los que andan buscando «muchos ejercicios y medios para poder amar a Dios», escribe san Francisco de Sales:

«¡Pobres gentes! Se atormentan por encontrar el arte de amar a Dios y no saben que el único arte es amarlo; piensan que se necesita cierta destreza para adquirir este amor y, sin embargo, sólo se encuentra en la sencillez». Para amar a Dios «no hay más arte que... ponerse a practicar las cosas que le son agradables, pues es el único medio de encontrar y conseguir ese amor sagrado, siempre que esta práctica se lleve a cabo con sencillez, sin turbarse ni inquietarse».

Ahí, precisamente, está la dificultad. Nuestro amor propio lo complica todo e incesantemente tenemos que superar los obstáculos que pone en el camino del puro amor: inquietudes de espíritu, consideración de nuestras miserias, apego excesivo a nuestra voluntad. Todo esto lo supera la sencillez, que nos sitúa en un profundo espíritu de fe, en la paz y en la santa indiferencia.

Autor: San Francisco de Sales

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