miércoles, 16 de mayo de 2012

ENCUENTROS PARA ORAR






El pueblo creyente es el pueblo del "escucha, Israel", pero también del "levanta los ojos y ve". En nuestro peregrinar decimos, como Job: "Te conocía de oídas", pero solo encontramos la paz plena cuando, como él, llegamos al "¡ahora te han visto mis ojos, esta misma carne verá al Señor!".

La Palabra y la imagen se llaman una a la otra, se complementan en una única Revelación. Dios nos habló por medio de los profetas hasta que la Palabra, el Hijo de Dios, se hizo visible, se hizo uno de nosotros. "Dichosos ustedes por lo que oyen y lo que ven", dice Jesús.

Cristo cura a los sordos y abre los ojos de los ciegos para que el hombre pueda "ver" y "escuchar": "Quien me ve a mí, ve al Padre".

San Pablo escucha y ve a Cristo resucitado y lo anuncia con la Palabra: "la escucha" y el tes­timonio: el "ver", la imagen. San Gregorio de Niza decía: "Tu gloria, oh Cristo, es el hombre, a quien has hecho cantante de tu resplandor".

El destino del mundo está pendiente de la actitud inventiva, creadora de la Iglesia, en su arte de presentar el mensaje del Evangelio a fin de que sea recibido por todos los hombres. Y la cultura es un espacio de intercambio, de encuentro del hombre con el otro y con Dios. Estamos en la cultura de la imagen, en la era de lo visual y de la comunicación.

En el fondo del corazón humano existe el anhelo de ver cada vez más plenamente al que nos ilumina y plenifica, Cristo, la imagen del Padre. La iconografía nos enseña a mirar la Imagen-Luz, Cristo que ilumina desde dentro a cada hombre. Lo hacemos a través san Pablo, que vivió plenamente en Jesús y anunció su luz  a todos los pueblos.

Lucas, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, escrito hacia los años 80 d.c., pre­senta una imagen idealizada de san Pablo, debido a que no pretende realizar una biogra­fía del Apóstol sino mostrar cómo llega la sal­vación a todos los pueblos por obra del Espíritu Santo.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles, Lucas destaca a Pablo como el gran Apóstol de Jesús, el que llevará el mensaje cristiano hasta los confines de la tierra.

En las cartas paulinas encontramos al teólo­go, al Apóstol que amó y alimentó a la Iglesia naciente, abriendo para ella horizontes insos­pechados. Pablo nos muestra que el Dios de Abraham elige y derrama su misericordia a todas las naciones.

Pablo es el Apóstol del corazón grande, del amor sin límites, que trascendiendo su cultura judía, anuncia el Evangelio, lo hace llegar a los paganos, es decir, a todos los pueblos.

A los judíos anuncia que toda la esperanza de Israel se cumple plenamente en Jesús, ya que con él reciben gratuitamente la justificación y la salvación, al igual que los demás hombres.

A los paganos, los no creyentes, los que viven sin esperanza, los que llevan una vida amoral y sin sentido, Pablo les anuncia que la fe los une a Cristo que dio su vida por todos, y que sumergiéndose en él por el Bautismo pueden tener una vida plena, nueva y eterna.

Así como Pablo, en los comienzos de la Iglesia, fiel a su fe y a Cristo llevó el Evangelio más allá de los horizontes judíos, así hoy el Espíritu Santo nos llama a todos los cristianos a que, como él, abramos los horizontes de nuestro corazón para anunciar con alegre valentía el Evangelio de la misericordia en la nueva cultura de las comunicaciones sociales, y que no nos avergoncemos de proclamar a Jesús con el testimonio y la palabra a todos los hombres.

El documento de Aparecida nos dice: "Pablo, el evangelizador incansable, nos ha indicado el camino de la audacia misionera y la voluntad de acercarse a cada realidad cultural con la Buena Noticia de la salvación" (n° 273).

Autor: Revista ORAR,  San Pablo: Vida, Iconos y Encuentros para orar, nº 203, ed Monte Carmelo

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