viernes, 31 de agosto de 2012

¿El corazón de cada hombre, fuente de paz o de guerra?




Bien claro queda, por tanto, que debemos procurar con todas nuestras fuerzas preparar una época en que, por acuerdo de las naciones, pueda ser absolutamente prohibida cualquier guerra... Lo cual hoy exige de ellos con toda certeza que amplíen su mente más allá de las fronteras de la propia nación, renuncien al egoísmo nacional ya a la ambición de dominar a otras naciones, alimenten un profundo respeto por toda la humanidad, que corre ya, aunque tan laboriosamente, hacia su mayor unidad... Sin embargo, hay que evitar el confiarse sólo en los conatos de unos pocos, sin preocuparse de la reforma en la propia mentalidad. Pues los que gobiernan a los pueblos, que son garantes del bien común de la propia nación y al mismo tiempo promotores del bien de todo el mundo, dependen enormemente de las opiniones y de los sentimientos de las multitudes.

        Nada les aprovecha trabajar en la construcción de la paz mientras los sentimientos de hostilidad, de menos precio y de desconfianza, los odios raciales y las ideologías obstinadas, dividen a los hombres y los enfrentan entre sí. Es de suma urgencia proceder a una renovación en la educación de la mentalidad y a una nueva orientación en la opinión pública. Los que se entregan a la tarea de la educación, principalmente de la juventud, o forman la opinión pública, tengan como gravísima obligación la preocupación de formar las mentes de todos en nuevos sentimientos pacíficos. Tenemos todos que cambiar nuestros corazones, con los ojos puestos en el orbe entero y en aquellos trabajos que todos juntos podemos llevar a cabo para que nuestra generación mejore.



Estriado del Concilio Vaticano II Constitución dogmática sobre la Iglesia en el mundo actual «Gaudium et spes», § 82  (Copyright © Libreria Editrice Vaticana)

jueves, 30 de agosto de 2012

Humildad, actitud interior





Hola Jesús

Esta mañana, apenas me he aseado, y, antes de partir para el estudio, he leído en tu Evangelio la parábola del publicano y del fariseo. Me he dado cuenta del contraste de personas existentes ayer y hoy. Por ellas no pasa el tiempo.

En esta hora temprana me he preguntado por el sentido de tu parábola. Me doy cuenta de que el publicano es el prototipo de la persona humilde que sabe abrir su corazón a ti, Señor. El fariseo, por el contrario, es el prototipo de la persona orgullosa, incapaz de abrir su corazón a Dios.

Cuando hablo a mi gente de la humildad piensan que los humildes son unos tontos porque se consideran como inferiores a los otros. Les digo que humilde es un ser realista, se ve tal como es. El orgulloso, sin embargo, no ve las cosas ni las personas en su hermosa realidad. 

Reconozco que todos los personajes más amados por ti son los pobres, los humildes, las viudas, los indefensos, los niños... Y todos ellos son prototipos de humildad, de capacidad de tener el corazón abierto ante tu presencia, Señor.

Los otros, como el fariseo o el joven rico, son los que aparecen con el corazón duro y cerrado a tu influencia. Les basta su bienestar y su bolsillo lleno de dinero.

Las personas humildes aparecen en tu Evangelio como las que viven tanto una actitud interior de perdón y misericordia como una actitud exterior manifestada en una opción por los pobres. ¡Menudo ejemplo el que nos ha dejado Madre Teresa de Calcuta!

Quiero en mi carta explicar a mis amigos lo que es un fariseo, ya que tanto en tu tiempo como en el nuestro los hay a punta pala. Un fariseo es una persona que se cree limpia y correcta y que, gracias a su actitud, puede influir en el ánimo de Dios y convencerlo para que venga en seguida y acabe con el mal que corrompe la sociedad. Creían lograr esto mediante una cumplimiento estricto y escrupuloso de normas legales. Entre estas leyes sobresalen la observancia del sábado: no se podía ni andar, ni encender fuego...La ley de la pureza en los alimentos y en las relaciones con las personas y cosas : no se podía hablar con personas desconocidas, no se podía tocar la sangre, tenían que lavarse muchas veces al día y limpiar los utensilios que usaran. El pago escrupuloso de los diezmos en los artículos que mandaba la Ley: el diezmo de la hierbabuena y otras especias aromáticas.

Además de todo esto, ayunaban los lunes y jueves. Esta observancia estricta los separaba de la gente normal y corriente.

Su vida espiritual era fundamentalmente externa. Despreciaban a los demás y se creían superiores a todos. No se mojaban en nada comprometido contra la injusticia ni la opresión del pueblo. Eran y siguen siendo autosuficientes.

Los publicanos, por el contrario, eran considerados por los fariseos pecadores. Y desde esta realidad de pecadores, tomaban conciencia de la necesidad de ser perdonados por Dios. En el templo y fuera de él, el publicano se sentía pecador. Pide a Dios que le conceda lo único válido para cambiar su existencia, la misericordia divina. Como Zaqueo, necesitan abrir su corazón a Dios y que El intervenga.

Jesús,¡ qué inteligente fuiste en tu respuesta!: El publicano volvió a su casa a bien con Dios y el fariseo no. Todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”

Señor, ahora te comprendo mejor que nunca. Tú estás dispuesto a derramar tu ternura con nosotros con tal de que nos abramos a tu misericordia.

Tú sales al encuentro de nuestra vida cuando celebramos tu Eucaristía y cuando abrimos el corazón a los pobres. Solamente así descubrimos tu presencia en nuestra vida.

Señor, si hoy vinieras a este mundo dirías palabras duras contra los fariseos modernos, cerrados a ti y a los pobres, autosuficientes y orgullosos. Se creen los dueños del mundo.

Perdona, Señor, si mi carta ha sido larga. Tenía ganas de desahogarme contigo y de que supieras que, como publicano, marcho lo mejor posible por el sendero difícil pero atrayente de tu Evangelio.

Buenos días, y gracias.
Un abrazo de Cristina, 16 años


Autor: P. Felipe Santos 

miércoles, 29 de agosto de 2012

Humildad, cualidad del verdadero líder


Quien por las circunstancias de la vida o por decisión propia encabeza un equipo de personas se habrá dado cuenta de la gran responsabilidad que conlleva esta actividad y posición que ocupa.


El verdadero líder sabe que no puede trabajar aislado pensando solo en su propio beneficio, quien así lo hace está solamente guiando a un grupo de personas utilizándolas para lograr sus intereses particulares. En este caso, las personas se convierten en objetos de uso, puesto que, si dejan de ayudarle a la consecución de su bien particular, simplemente son desechadas o hechas a un lado.


Por el contrario, el verdadero líder sabe que tiene una misión que cumplir y también reconoce que, al contar con un equipo de personas, estas deberán ayudarle a lograr los objetivos al mismo que tiempo que la realización de ellos como personas. En este sentido hay tres metas en juego: la del equipo en conjunto -misión-; la de cada uno de los miembros de forma particular en relación a la misión -realización personal-; y, finalmente, cada uno de los miembros del equipo en relación a los demás -bien común-.


El líder debe tener claro esas tres metas y buscar como el mejor director de una orquesta que haya armonía en el trabajo. Así, con el ejemplo, el violinista seguirá al director pero al mismo tiempo desarrollará su cualidad como violinista sin olvidar que forma parte de un grupo y que su actuación puede afectar o hacer que el trabajo en conjunto sea toda una obra de arte.


Esta misión del líder no la podrá realizar sin cualidades muy importantes. De acuerdo con Carlos Llano, quien posee la claridad filosófica y entendimiento del hombre que dirige y actúa, el Líder o Director realiza tres principales actividades que son: Diagnóstico, Decisión y Mando. El Diagnóstico que le permite al líder conocer la realidad, la Decisión que parte del entendimiento de la realidad para saber qué se debe hacer, y el Mando que es la actividad que ejerce con los miembros de su equipo dándoles las pautas a seguir y asegurando el resultado.


Nos detendremos en la primera actividad que es el Diagnóstico. Entender la realidad, sobre todo en estos días en los que los medios la presentan tan desfigurada, no es un asunto trivial. Sin embargo, resulta fundamental; por eso el maestro Carlos Llano nos da la clave para poder realizar esa actividad de forma adecuada. Hace énfasis en la aptitud del líder que requiere de dos cualidades que podríamos llamar hábitos y, como hablamos de verdaderos líderes responsables y ejemplares, quizás deberíamos hablar de virtudes: humildad y objetividad.


Humildad y objetividad son parte de la forma de ser de las personas. No basta con leer sobre la humildad y la objetividad y aprendernos sus significados; de nada nos serviría un curso sobre ambos temas para poder saber que somos objetivos y humildes. Por lo tanto, es necesario hacer esos conceptos nuestros y que formen parte de nuestra persona al grado de que, como los conductores que manejan un auto de velocidades, ya no necesitan ver la palanca ni el mapa que indica donde están.


La objetividad no es otra cosa que la realización de un proceso de pensamiento que reconoce que la Verdad existe y que la realidad ES en la medida en que se apega a la Verdad. Si uno tiene enfrente un tenedor, que es un objeto material con ciertas características evidentes, sería absurdo decir que es un cuchillo, por más que mal usemos a veces el tenedor para cortar la comida suave o para otras cosas. Resulta que hoy en día hay personas que piensan que todo es relativo y, por tanto, un tenedor no es un tenedor sino depende de quien lo observa, y para esto crean una cantidad de elucubraciones y demostraciones que son más complejas que la evidencia que no requiere nada más que el sentido común.


En el mismo ejemplo, para que cada uno podamos conocer de manera correcta al objeto y podamos finalmente definirlo, necesitamos información derivada de la observación. Es un objeto pequeño, accesible a la mano, con un mango fino que en uno de sus extremos tiene puntas separadas.


Utilicé un ejemplo tonto y simple para entender que la realidad existe y que, como todas las cosas, tiene un principio elemental. Sin embargo, el escenario podría complicarse cuando alguien intente hablar o explicar el objeto como lo estoy haciendo yo, es decir, sin que nadie vea físicamente al objeto en cuestión. En lugar de mencionarlo por su nombre podría decir que vi un objeto con un mango accesible a la mano, esta explicación deficiente de mi parte no hace que el tenedor deje de ser tenedor. Simplemente la información que he dado sobre el mismo es insuficiente.


Más complicado si otra persona que también vio físicamente el mismo tenedor interviene y explica que es un instrumento de metal con puntas. Habría dos explicaciones aparentemente diferentes sobre el mismo objeto, pero una vez más, el objeto no dejaría de existir.


El líder necesita tomar decisiones para lograr los objetivos. Vamos a suponer, siguiendo con nuestro ejemplo, que este líder es un organizador de eventos y necesita saber si hay tenedores y que está escuchando mi explicación junto con la del otro, pero sin ver el objeto. Ambos estamos viendo y explicando partes de una misma verdad. Si el líder organizador de eventos es un verdadero e inteligente líder no irá a comprar más tenedores. Se asegurará de que la información que está recibiendo sea suficiente, y si no lo es, pedirá más datos para saber que, efectivamente, si hay tenedores.


Este proceso de allegarse a la información suficiente es fundamental para el líder que necesita tomar decisiones, y es el proceso que requiere para poder entender la realidad, en este caso una realidad externa a él. Esto lo hace una persona objetiva.


La humildad es muy similar a la objetividad que pretende entender la realidad, pero enfocada en el reconocimiento y observación de lo que somos nosotros. En este caso el proceso es mucho más complicado y difícil porque implica conocernos. Hay dos vías para conocernos: una es analizando nuestros actos y otra escuchando a quienes se refieren a nosotros. El ejercicio serio de la humildad implica utilizar ambas vías para conocerse. Es un ejercicio que no cualquier persona es capaz de hacer, el escuchar sin refutar lo que se habla de uno, independientemente de que sea o no cierto, pues al final esto puede ser un percepción que emane de una forma de actuar.


El verdadero líder es quien se conoce a sí mismo, sabe de sus capacidades o fortalezas y de sus debilidades y que, al conocerlas, puede incidir en él mismo para utilizar sus capacidades en la consecución del fin y, al mismo tiempo, sabrá qué necesita para poder suplir o eliminar algunas de sus debilidades.

Un verdadero líder no es quien se sabe perfecto, sino quien sabe quién es, que conoce, reconoce y admite sus defectos y hace con ese conocimiento de sí cosas grandes.

El líder humilde tendrá el tiempo y la capacidad para conocer a quien dirige e influir en ellos para lograr cosas inimaginables.


México necesita líderes humildes, capaces de comprender la realidad, de reconocer el bien común y de entender, conociendo la verdad sobre los seres humanos, es decir su naturaleza, que su trabajo es necesario y urgente.


Autor: Fernando Sánchez Argomedo | Fuente: Yoinfluyo.com 

fsanchez@yoinfluyo.com

martes, 28 de agosto de 2012

La importancia de la humildad




Queridos hermanos y hermanas,

en el Evangelio (Lc 14,1.7-14), encontramos a Jesús como comensal en la casa de un jefe de los fariseos. Dándose cuenta de que los invitados elegían los primeros puestos en la mesa, Él contó una parábola, ambientada en un banquete nupcial. “Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: ´Déjale el sitio´ ... Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio” (Lc 14,8-10). El Señor no pretende dar una lección sobre etiqueta, ni sobre la jerarquía entre las distintas autoridades. Él insiste más bien en un punto decisivo, que es el de la humildad: “el que ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado” (Lc 14,11). Esta parábola, en un significado más profundo, hace pensar también en la posición del hombre en relación con Dios. El “último lugar” puede representar de hecho la condición de la humanidad degradada por el pecado, condición por la cual sólo la encarnación del Hijo Unigénito puede ensalzarla. Por esto el propio Cristo “tomó el último lugar en el mundo – la cruz – y precisamente con esta humildad radical nos ha redimido y nos ayuda constantemente” (Enc. Deus caritas est, 35).


Al final de la parábola, Jesús sugiere al jefe de los fariseos que invite a su mesa no a sus amigos o parientes o vecinos ricos, sino a las personas más pobres y marginadas, que no tienen modo de devolvérselo (cfr Lc 14,13-14), para que el don sea gratuito. La verdadera recompensa, de hecho, al final, la dará Dios, “que gobierna el mundo... 

Nosotros le prestamos nuestro servicio en lo que podamos y hasta que Dios nos dé la fuerza para ello” (Enc. Deus caritas est, 35). Una vez más, por tanto, vemos a Cristo como modelo de humildad y de gratuidad: de Él aprendemos la paciencia en las tentaciones, la mansedumbre en las ofensas, la obediencia a Dios en el dolor, a la espera de que Aquél que nos ha invitado nos diga: “Amigo, sube más arriba” (cfr Lc 14,10); el verdadero bien, de hecho, es estar cerca de Él. San Luis IX, rey de Francia – cuya memoria se celebraba el pasado miércoles – puso en práctica lo que está escrito en el Libro del Eclesiástico: “Cuanto más grande seas, más humilde debes ser, y así obtendrás el favor del Señor" (3,18). Así lo escribía en su “Testamento espiritual al hijo": "Si el Señor te concede prosperidad, debes darle gracias con humildad y vigilar que no sea en detrimento tuyo, por vanagloria o por cualquier otro motivo, porque los dones de Dios no han de ser causa de que le ofendas" (Acta Sanctorum Augusti 5 [1868], 546).

Queridos amigos, hoy recordamos también el martirio de san Juan Bautista, el más grande entre los profetas de Cristo, que supo negarse a sí mismo para dejar espacio al Salvador y que murió por la verdad. Pidámosle a él y a la Virgen María que nos guíen por el camino de la humildad, para poder ser dignos de la recompensa divina.

Autor: Benedicto XVI | Fuente: Zenit.org 

lunes, 27 de agosto de 2012

La humildad




Cuando María, la hermana de Lázaro, se inclina ante Jesús para ungirle los pies con perfume de nardo puro y enjugárselos en seguida con su propia cabellera (cf. Jn. 12, 3), no estaba ejecutando ningún acto de humildad sino de justicia. Cuando Jesús se quita sus vestidos y se ciñe una toalla para lavar y secar los pies de sus discípulos (cf. Jn. 13, 4-5), no estaba actuando justamente sino con humildad.

La justicia reconoce la verdad honradamente; la humildad se inclina dócilmente por amor gratuito. Suele decirse que una persona es humilde cuando se abaja ante la grandeza de otra, cuando aprecia una cualidad superior a la suya o cuando reconoce el mérito del otro sin envidia. Pero eso no es humildad sino honradez. Por muy difícil que sea reconocer una grandeza que eclipsa nuestro propio ser y nuestras cualidades, el hacerlo no es más que honradez. 

La humildad no va de abajo hacia arriba, sino inversamente. No consiste en que el más pequeño rinda homenaje al más grande, sino en que éste último se incline respetuosamente ante el primero. Nos muestra claramente que es erróneo querer derivar la mentalidad cristiana de las costumbres terrenas. Así vista, se comprende muy bien que el grande se incline con bondad hacia el pequeño y aprecie su valor, que se sienta emocionado por la debilidad y se coloque ante ella para defenderla. La verdadera humildad estriba en esto, en el respetuoso inclinarse del más ante el menos; del mayor ante el menor.

Pero al rebajarse así, ¿no significa perderse a sí mismo? No. El grande que adopta la actitud humilde está seguro de sí y sabe que cuanto más intrépidamente se lance hacia abajo tanto más seguramente se hallará a sí mismo. ¿Es que el grande es recompensado por este movimiento? Ciertamente. Su humildad le hace descubrir el valor de la pequeñez como tal; encuentra la grandeza de lo diminuto, de lo chiquito, de las minucias; llega así a captar que la vida es un continuo ejercicio de virtuosas pequeñeces que hacen la existencia grande y valiosa. No comprende tan sólo que el pequeño “tiene también su valor”, sino que es valioso precisamente porque es pequeño. He aquí un profundo misterio que se manifiesta al hombre verdaderamente humilde. 

Cuando nos arrodillamos ante un sacerdote durante la confesión, para recibir la bendición o ante Jesús Sacramentado, no realizamos un acto de humildad sino un acto de verdad ya que creemos que el presbítero hace las veces de Cristo, escucha y perdona en su nombre, y creemos también en la grandeza de Dios escondido en la Hostia. Somos humildes cuando nos abajamos a los pobres para honrar en ellos el gran misterio de amor de Dios hacia todos y no por simple humanitarismo. Y es que además, ¡nunca es más grande el hombre que de rodillas!

Quizá conocemos muy bien la teoría de la humildad; qué es, en qué consiste… y la olvidamos fácilmente. Necesitamos modelos y, ciertamente, los tenemos. Santa Bernardita, la vidente de la Virgen de Lourdes, expresaba ejemplarmente la vivencia de esta virtud cuando, ya como religiosa, años después de las apariciones, abre su alma y confiesa: “...Fíjese, mi historia es muy sencilla. La Virgen se sirvió de mí. Después me dejaron en un rincón. Ése es ahora mi sitio, ahí soy feliz, ahí me quedaré”. En los “Diálogos”, santa Catalina de Siena presenta aquellas palabras que Jesús le reveló y que tanto le ayudaron para caminar victoriosa por la vía de la santidad: “Tú eres lo que no eres; Yo Soy el que Soy. Si conservas en tu alma esta verdad, jamás podrá engañarte el enemigo, escaparás siempre de sus lazos”.

Pero es en Jesucristo en quien la humildad experimenta su apoteosis: ya no es el hombre sino Dios mismo el que la hace suya y se identifica con ella. La más alta cumbre de esta humildad divina tiene efecto, sobre todo, en dos momentos: el nacimiento y la pasión. Los demás, la elección de los discípulos, la predicación a las masas ignorantes, el perdón a los pecadores, la salud a los enfermos, los milagros, el lavatorio de los pies…, son actos de humildad secundarios que tienen sentido a la luz de la humildad vivida como pobreza en el nacimiento en la cueva de Belén y en la humildad que dice degradación, ignominia, ofensa, deshonra e iniquidad en la soledad de la cruz. Nacimiento y pasión: humildad por amor. “¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes?” (Sal. 8, 5). Se entiende la humildad divina cuando se ha captado que Dios nos supera, que está a otro nivel; y es justamente en ese momento cuando se valora la humildad y se busca necesariamente llevarla a la práctica. 

Quien ha escuchado en su interior aquel “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”, con la interpelación vivaz de la Palabra de Dios meditada, sabe que la humildad, como las otra seis virtudes contrarias a los pecados capitales, no es una opción ante la cual cabe declinar la invitación sino una necesidad que, mientras falte, nos hará permanecer inquietos, sin paz, intranquilos: imperfectos e infelices. Los hombres hallamos nuestra felicidad en el Bien supremo que es Dios. Las virtudes –bienes que llevan al Bien– nos perfeccionan; son la escalera de acceso que nos introduce en la casa del Bien. Cuando Jesús pisó ese escalón no se renunció a sí mismo sino que nos reveló la misteriosa grandeza divina de la humildad; un misterio que ha quedado bellamente expresado en otra invitación que permanece como tarea para todo creyente: “Sed mansos y humildes de corazón”. Qué duda cabe: la humildad es más fácil al que ha llevado a cabo alguna cosa, que al que nunca ha hecho nada.

Autor: Jorge Enrique Mújica | Fuente: Virtudes y valores 

domingo, 26 de agosto de 2012

¿La humildad está de moda?









¿Está de moda la humildad? Quizá deberíamos preguntarnos: ¿lo ha estado alguna vez?

El siglo XX ha habido pensadores que se dedicaron a levantar la tela que cubría mil miserias humanas. Nos han dicho que somos un casual y no muy perfecto producto de la evolución, un puntito en el universo, muy débiles ante la acción de virus y bacterias microscópicas, llenos de cobardía y de complejos, con una fuerte tendencia a la traición e incapaces de respetar nuestras promesas.

A pesar del trabajo demoledor y crítico de psicoanalistas, sociólogos y antropólogos, en todos los seres humanos se esconden restos de orgullo, de vanidad, de egoísmo. Tendríamos que reconocer que algunos pensadores dedicados a desenmascarar lo más bajo del hombre estaban llenos de esa soberbia que querían destruir en los demás, porque creían saber más, porque se sentían superiores respecto de sus pacientes, de las pobres personas psicópatas y enfermos...

Cada uno podemos mirarnos el corazón y preguntar: ¿soy humilde? ¿Reconozco mis debilidades, mis flaquezas, mis fracasos? A la vez, ¿soy capaz de ver los puntos positivos, las cualidades, los gestos de amor y de entrega con los que a veces quiero mejorar mi vida y la vida de los que viven a mi lado?

Es cierto que algunos proyectos educativos no promueven la humildad. Piden un esfuerzo por ser mejores, por destacar por encima de los otros. A veces incluso quienes piensan llevar una profunda vida cristiana se sienten superiores a los demás, desprecian a quien no va a misa, se divorcia o se deja arrastrar por el amor al dinero.

Un sano espíritu de superación es siempre útil. Pero caemos en pequeños o grandes estados de soberbia cuando todo lo buscamos para ponernos por encima de los demás, para sentirnos superiores por haber conquistado metas que, pensamos a veces con demasiada presunción, muchos otros ni siquiera han pretendido para sus vidas.

Hay que redescubrir y defender el valor de la verdadera humildad, su sentido profundamente cristiano. La humildad nos pone delante de Dios. Desde su mirada somos capaces de ver nuestra vida de modo distinto, pleno, verdadero. Descubriremos mucho barro, mucha debilidad, mucho pecado. A la vez, nos daremos cuenta de que Dios no condena ni desprecia, sino que acepta y acoge a todos los hijos que, con un corazón contrito y humilde, piden perdón y confiesan sus faltas con sinceridad y con amor.

Dios nos llama a la humildad, a reconocer con sencillez nuestra riqueza y nuestro barro, a acoger a todos, a ser buenos, a dar gracias por sus dones y a pedir, a veces desde lo más profundo del pecado, que nos perdone, que nos levante, que nos acoja como hijos pródigos. Quien es humilde sabrá rezar con sencillez, mirará a todos con ojos buenos: los que viven a nuestro lado también tienen barro mezclado con una llama divina.

Todos estamos invitados a caminar, desde los éxitos y los fracasos de cada día, hacia el Dios Padre de todos. Un Dios que se hizo Hombre humilde, un sencillo carpintero, que no condenó, sino que ofreció, a quien se acercaba al Maestro, un gesto de respeto, de cariño, de salvación profunda.



Autor: Fernando Pascual, L.C. | Fuente: Gama - Virtudes y Valores

sábado, 25 de agosto de 2012

Invitación a la humildad







Lucas 14,1. 7-11



En aquel tiempo, entró Jesús un sábado en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: "Deja el sitio a éste", y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto. Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te convidó, te diga: "Amigo, sube más arriba." Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado. Dijo también al que le había invitado: Cuando hagas una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a los parientes , ni a los vecinos ricos, no sea que ellos, a su vez, te inviten y tengas ya tu recompensa. Cuando hagas una comida llama a los pobres, a los tullidos, a los cojos y a los ciegos, y tendrás la dicha de que no puedan pagarte, porque recibirás la recompensa en la resurreción de los justos. 

Oración introductoria

Padre, te suplico humildemente que me acompañes con tu presencia amorosa para que mi corazón se llene de lo único que necesita: fe, amor a mis hermanos y esperanza.

Petición

Jesús, que tenga la humildad de dejar a mis hermanos los mejores puestos por amor a ellos y a Dios.

Meditación del Papa

Quien es capaz de ayudar reconoce que, precisamente de este modo, también él es ayudado; el poder ayudar no es mérito suyo ni motivo de orgullo. Esto es gracia. Cuanto más se esfuerza uno por los demás, mejor comprenderá y hará suya la palabra de Cristo: "Somos unos pobres siervos". En efecto, reconoce que no actúa fundándose en una superioridad o mayor capacidad personal, sino porque el Señor le concede este don. A veces, el exceso de necesidades y lo limitado de sus propias actuaciones le harán sentir la tentación del desaliento. Pero, precisamente entonces, le aliviará saber que, en definitiva, él no es más que un instrumento en manos del Señor; se liberará así de la presunción de tener que mejorar el mundo -algo siempre necesario- en primera persona y por sí solo. Hará con humildad lo que le es posible y, con humildad, confiará el resto al Señor. Quien gobierna el mundo es Dios, no nosotros (Benedicto XVI, Encíclica Deus caritas est, n. 35).

Reflexión

La humildad es una ley del Reino de los Cielos, una virtud que Cristo predica a lo largo de todo el Evangelio. En este pasaje de San Lucas, Cristo nos invita a dejar de pensar en nosotros mismos para poder pensar en los demás.

¿Por qué? Los que se ensalzan a sí mismos sólo piensan en sus propios intereses y en que la gente se fije en ellos y hablen de ellos. Eso se llama egoísmo, un fruto del pecado capital de la soberbia. Y un alma soberbia nunca entrará en el Reino de Dios, porque el soberbio no puede unirse a Dios. 

¿Cuál es la motivación que da Jesús para la vivencia de la humildad? El amor a los demás, al prójimo. La razón es que yo, al dejar de ocupar los primeros puestos, o ceder el querer ser el más importante, estoy dejando el lugar de importancia a mi hermano o hermana. Se trata de un acto de caridad oculta, que sólo Dios ve y, ciertamente, será recompensado con creces. Esta es la actitud que Cristo nos invita a vivir hoy. A dejar a mis hermanos los mejores puestos por amor a ellos y a Dios. Cristo mismo nos dio el ejemplo, cuando lavó los pies a los discípulos, siendo que los discípulos eran los que debían lavar los pies a Cristo. 

Propósito

Podemos vivir hoy la virtud de la humildad, dejando de pensar en nosotros mismos y dando nuestra preferencia al prójimo.

Autor: P. Juan Gralla | Fuente: Catholic.net 

viernes, 24 de agosto de 2012

¿Esto los escandaliza?



  Ten paciencia y persevera en la práctica de la meditación. Al principio conténtate con no adelantar sino a pasos pequeños. Más adelante tendrás piernas que no desearán sino correr, mejor aún, alas para volar.

        Conténtate con obedecer. No es nunca fácil, pero es a Dios a quien hemos escogido. Acepta no ser sino una pequeña abeja en el nido de la  colmena; muy pronto llegarás a ser una de estas grandes obreras hábiles para la fabricación de la miel. Permanece siempre delante de Dios y de los hombres, humilde en el amor. Entonces el Señor te hablará en verdad y te enriquecerá con sus dones.

        Ocurre a menudo que las abejas, al atravesar los prados, recorren grandes distancias antes de llegar a las flores que han escogido; seguidamente, fatigadas pero satisfechas y cargadas de polen, vuelven a entrar en la colmena para realizar allí la transformación silenciosa, pero fecunda, del néctar de las flores en néctar de vida. Haz tú lo mismo: después de escuchar la Palabra, medítala atentamente, examina los diversos elementos que contiene, busca su significado profundo. Entonces se te hará clara y luminosa; tendrá el poder de transformar tus inclinaciones naturales en una pura elevación del espíritu; y tu corazón estará cada vez más estrechamente unido al corazón de Cristo.

Autor: San Pio de Pietrelcina (1887-1968)

jueves, 23 de agosto de 2012

La vocación a la soledad en el corazón de la Iglesia




A vosotros se os ha dado vivir la vocación contemplativa en este oasis de paz y de oración, al que ya san Bruno, escribiendo a su amigo Raúl le Verd, describía así: ʺVivo en un desierto de Calabria, bastante alejado por todas partes de todo poblado... ¿Como describirte dignamente la amenidad del lugar, lo templado y sano de sus aires, sus anchas y graciosas llanuras, que se extienden a lo largo entre los montes, con verdes praderas y floridos pastos? ¿O la vista de las colinas que se elevan en suaves pendientes por todas partes, y el retiro de los umbrosos valles con su encantadora abundancia de ríos, arroyos y fuentes?ʺ (S. Bruno, Carta a Raúl, ʺCartas de los primeros Cartujos «Sources chrétiennes», París 1962, pág. 63).

Es necesario que vosotros, actuales seguidores de ese gran hombre de Dios, recojáis sus ejemplos, comprometiéndoos a poner en práctica su espíritu de amor a Dios en la soledad, en el silencio y en la oración, como quienes ʺesperan la vuelta de su señor para que, apenas llame, en seguida le abranʺ (Lc 12,36).

Efectivamente, vosotros estáis llamados a vivir como con anticipación esa vida divina que san Pablo describe en la primera Carta a los Corintios, cuando observa: ʺAhora vemos en un espejo, confusamente. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo imperfecto, pero entonces conoceré como soy conocidoʺ (13,12).

El Fundador os invita a reflexionar sobre el sentido profundo de la vida contemplativa, a la que llama Dios en toda época de la historia a almas generosas. El espíritu de la Cartuja es para hombres fuertes; ya san Bruno advertía que el compromiso contemplativo estaba reservado a pocos (ʺlos hijos de la contemplación son menos numerosos que los de la acciónʺ (S. Bruno, Carta a Raúl, «Lettres des premiers Chartreuxʺ, Sources chrétiennes, París, 1962, pág. 70, 72). Pero estos pocos están llamados a formar una especie de ʺcentinela avanzadaʺ en la Iglesia. El trabajo lento y continuo sobre el carácter, la apertura a la gracia divina, la oración asidua, todo sirve para forjar en el cartujo un espíritu nuevo, templado en la soledad a fin de vivir para Dios en actitud de disponibilidad total. En la Cartuja se compromete uno a conseguir la plena superación de sí mismo y a cultivar los gérmenes de toda virtud, alimentándose copiosamente de los frutos celestes. Hay en todo esto un programa de vida interior, al que alude san Bruno cuando escribe: ʺAquí se adquiere aquel ojo limpio, cuya serena mirada hiere de amores al Esposo y cuya limpieza y puridad permite, ver a Dios. Aquí se vive un ocio activo, se reposa en una sosegada actividadʺ (ib, pág. 70).

El hombre contemplativo tiende constantemente hacia Dios y, con toda razón, puede expresar el anhelo del Salmista: ʺ¿Cuándo podré ir a ver la faz de Dios?ʺ (Sal. 41, 5;). Ve el mundo y sus realidades de modo muy diverso de quien vive en él: la ʺquiesʺ sólo se busca en Dios y san Bruno invita repetidas veces a sus discípulos a huir de ʺlas molestias y miseriasʺ de este mundo y a trasladarse ʺdel tempestuoso mar de este mundo para entrar en el reposo tranquilo y seguro del puertoʺ, (ib. pág. 74). En la paz y en el silencio del monasterio se encuentra la alegría de alabar a Dios, de vivir en Él, de Él y para Él. San Bruno, que vivió en este monasterio cerca de diez años, escribiendo a sus hermanos de la comunidad de Chartreuse, abre su corazón desbordante de alegría y sin retórica alguna los impulsa a gozar de su estado contemplativo: ʺAlegraos, mis hermanos carísimos ‐escribe‐ por vuestra feliz suerte y por las abundantes gracias que la mano del Señor ha derramado sobre vosotros. Alegraos de haber escapado de los muchos peligros y naufragios del tempestuoso mar del siglo. Alegraos de haber alcanzado el reposo tranquilo y seguro del más resguardado puerto». (ib. p. 82).

Sin embargo, esta específica y heroica vocación vuestra no os sitúa al margen de la Iglesia; más bien os coloca en el corazón mismo de ella. Vuestra presencia es una llamada constante a la oración, que es el presupuesto de todo auténtico apostolado. Como tuve oportunidad de escribiros, el ʺsacrificio de alabanza cuenta con vuestra fervorosa y plena ejercitación, pues que día y noche ʹperseveráis en las divinas centinelasʹ (cf. S. Bruno)ʺ. La Iglesia os estima, cuenta mucho con vuestro testimonio, confía en vuestras oraciones, también yo os encomiendo mi ministerio apostólico de Pastor de la Iglesia universal.


Dad con la vida testimonio de vuestro amor a Dios. El mundo os mira y, acaso inconscientemente, espera mucho de vuestra vida contemplativa. Continuad poniendo ante sus ojos la ʺprovocaciónʺ de un modo de vivir que, aun cuando esté amasado de sufrimientos, soledad y silencio, hace desbordar en vosotros la fuente de una alegría siempre nueva. ¿Acaso no escribió vuestro Fundador: ʺcuánta utilidad y gozo divino traen consigo la soledad y el silencio del desierto a quien lo ama, sólo lo conocen quienes lo han experimentadoʺ? (ib. p.70). Que ésta es también vuestra experiencia, se puede deducir del entusiasmo con que perseveráis en el camino emprendido. En vuestros rostros se ve cómo Dios da la paz y la alegría del Espíritu como merced a quien ha abandonado todo para vivir de Él y cantar eternamente sus alabanzas.

La actualidad de vuestro carisma está ante la Iglesia y deseo que muchas almas generosas os sigan en la vida contemplativa. Vuestro camino es un camino evangélico de seguimiento a Cristo. Exige la donación total con la segregación del mundo, como consecuencia de una opción valiente, que tiene en su origen únicamente la llamada de Jesús. Él es quien os ha hecho esta invitación de amistad y de amor para seguirlo al monte, para permanecer con Él.

Mi deseo es que desde este lugar parta un mensaje al mundo y llegue especialmente a los jóvenes, abriendo ante sus ojos la perspectiva de la vocación contemplativa como don de Dios. Los jóvenes, hoy, están animados por grandes ideales y, si ven hombres coherentes, testigos del Evangelio, los siguen con entusiasmo. Proponer al mundo de hoy practicar ʺla vida escondida con Cristoʺ (Col 3,3) significa reafirmar el valor de la humildad, de la pobreza, de la libertad interior. El mundo, que en el fondo está sediento de estas virtudes, quiere ver hombres rectos que la practiquen con heroísmo cotidiano, movidos por la conciencia de amar y servir con este testimonio a los hermanos.

Vosotros, desde este monasterio, estáis llamados a ser lámparas que iluminan la senda por la que caminan muchos hermanos y hermanas esparcidos por el mundo: sabed ayudar siempre a quien tenga necesidad de vuestra oración y de vuestra serenidad. Aun con la feliz condición de haber elegido, con la hermana de Marta, María, ʺla mejor parte..., que no le será quitadaʺ (Lc 10,42), no estáis colocados al margen de las situaciones de los hermanos, que llaman a vuestro lugar de soledad. Os traen sus problemas, sus sufrimientos, las dificultades que acompañan esta vida: vosotros ‐dentro del respeto a las exigencias de vuestra vida contemplativa‐ les dais la alegría de Dios, asegurándoles que oraréis por ellos, que ofreceréis vuestra ascesis a fin de que también ellos saquen fuerza y valor de la fuente de la vida, que es Cristo. Ellos os ofrecen la inquietud de la humanidad; vosotros les hacéis descubrir que Dios es la fuente de la verdadera paz. Efectivamente, para utilizar de nuevo una expresión de san Bruno: ʺY ¿qué mayor bien que Dios? Más aun, ¿existe algún otro bien fuera de Dios?ʺ(Ib. pág. 78).

Autor: Papa Juan Pablo II a los cartujos de Calabria, 1984

miércoles, 22 de agosto de 2012

Todo el mundo espera la respuesta de María






Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el Ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de misericordia.

Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida seremos librados si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida.

Esto te suplica, oh piadosa Virgen, el triste Adán, desterrado del paraíso con toda su miserable posteridad. Esto Abrahán, esto David, con todos los santos antecesores tuyos, que están detenidos en la región de la sombra de la muerte; esto mismo te pide el mundo todo, postrado a tus pies.

Y no sin motivo aguarda con ansia tu respuesta, porque de tu palabra depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salvación, finalmente, de todos los hijos de Adán, de todo tu linaje.

Da pronto tu respuesta. Responde presto al Ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del Ángel; responde una palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna.

¿Por qué tardas? ¿Qué recelas? Cree, di que sí y recibe. Que tu humildad se revista de audacia, y tu modestia de confianza. De ningún modo conviene que tu sencillez virginal se olvide aquí de la prudencia. En este asunto no temas, Virgen prudente, la presunción; porque, aunque es buena la modestia en el silencio, más necesaria es ahora la piedad en las palabras.

Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento.

Aquí está –dice la Virgen- la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.


Autor: San Bernardo

martes, 21 de agosto de 2012

Lamentabili sine exitu. Pío X



AUTORIDAD DOCTRINAL Y DISCIPLINAR DE LA IGLESIA

 La ley eclesiástica, que prescribe someter a la previa censura los libros referentes a las divinas Escrituras, no se extiende a los que cultivan la crítica o exégesis científica de los libros del Antiguo y Nuevo Testamento.

La interpretación de los Libros Sagrados hecha por la Iglesia no es ciertamente despreciable, pero está sometida al más exacto juicio y corrección de los exegetas.

De los juicios y censuras eclesiásticas contra la exégesis libre y más elevada, puede colegirse que la fe propuesta por la Iglesia contradice a la historia, y que los dogmas católicos no pueden realmente conciliarse con los más verídicos orígenes de la religión cristiana.

 El magisterio de la Iglesia no puede determinar el sentido genuino de las Sagradas Escrituras, ni siquiera por medio de definiciones dogmáticas.

 Como en el depósito de la fe se contienen solamente las verdades reveladas, bajo ningún concepto corresponde a la Iglesia juzgar sobre las afirmaciones de las ciencias humanas.

 En la definición de las verdades, la Iglesia discente y la docente colaboran de tal modo que a la Iglesia docente no le corresponde sino sancionar las opiniones comunes de la discente.

 La Iglesia, al proscribir errores, no puede exigir de los fieles que acepten, con un sentimiento interno, los juicios por ella pronunciados.


SAGRADA ESCRITURA

 Hay que juzgar inmunes de toda culpa a quienes no estiman en nada las condenaciones promulgadas por la Sagrada Congregación del Indice y demás Sagradas Congregaciones Romanas.

 Los que creen que Dios es verdaderamente autor de la Sagrada Escritura dan prueba de una simplicidad o ignorancia excesivas.

 La inspiración de los libros del Antiguo Testamento consiste en que los escritores israelitas transmitieron las doctrinas religiosas bajo un aspecto peculiar poco conocido o ignorado por los paganos.

 La inspiración divina no se extiende a toda la Sagrada Escritura de tal modo que preserve de todo error a todas y cada una de sus partes.

 El exégeta, si quiere dedicarse con provecho a los estudios bíblicos, debe apartar, ante todo, cualquiera preconcebida opinión sobre el origen sobrenatural de la Sagrada Escritura e interpretarla no de otro modo que los demás documentos puramente humanos.

 Fueron los mismos evangelistas y los cristianos de la segunda y tercera generación quienes elaboraron artificiosamente las parábolas del Evangelio; y así explicaron los exiguos frutos de la predicación de Cristo entre los judíos.

 En muchas narraciones, los Evangelistas contaron no tanto lo que es verdad, cuanto lo que juzgaron más provechoso para sus lectores, aunque fuera falso.

 Los Evangelios fueron aumentados con continuas adiciones y correcciones hasta que se llegó a un canon definitivo y constituido; en ellos, por ende, no quedó sino un tenue e incierto vestigio de la doctrina de Cristo.

 Las narraciones de San Juan no son propiamente historia, sino una contemplación mística del Evangelio; los discursos contenidos en su Evangelio son meditaciones teológicas sobre el misterio de la salvación, destituidas de verdad histórica.

 El cuarto Evangelio exageró los milagros, no sólo para que apareciesen más extraordinarios, sino también para que resultasen más a propósito a fin de simbolizar la obra y la gloria del Verbo Encarnado.

 Juan ciertamente reivindica para sí el carácter de testigo de Cristo; pero en realidad no es sino testigo de la vida cristiana, o de la vida de Cristo en la Iglesia, al terminar el primer siglo.

 Los exegetas heterodoxos han interpretado el verdadero sentido de las Escrituras con más fidelidad que los exegetas católicos.


REVELACIÓN Y DOGMA

 La revelación no pudo ser otra cosa que la conciencia adquirida por el hombre de su relación para con Dios.

 La revelación, que constituye el objeto de la fe católica, no quedó completa con los Apóstoles.

 Los dogmas que la Iglesia presenta como revelados no son verdades descendidas del Cielo, sino una cierta interpretación de hechos religiosos que la inteligencia humana ha logrado mediante un laborioso esfuerzo.

 Entre los hechos que narra la Sagrada Escritura y los dogmas de la Iglesia que se fundan en aquéllos puede existir y de hecho existe tal oposición que el crítico puede rechazar como falsos los hechos que la Iglesia cree muy verdaderos y ciertos.

 No se ha de condenar al exegeta que sienta premisas, de las cuales se sigue que los dogmas son históricamente falsos o dudosos, con tal que directamente no niegue los dogmas mismos.

 El asentimiento de la fe se funda, en último término, en una suma de probabilidades.

Los dogmas de la fe se han de retener solamente según el sentido práctico, esto es, como norma preceptiva del obrar, pero no como norma del creer.