miércoles, 31 de octubre de 2012

Trabajo








Esta universalidad y a la vez esta multiplicidad del proceso de «someter la tierra» iluminan el trabajo del hombre, ya que el dominio del hombre sobre la tierra se realiza en el trabajo y mediante el trabajo. Emerge así el significado del trabajo en sentido objetivo, el cual halla su expresión en las varias épocas de la cultura y de la civilización. El hombre domina ya la tierra por el hecho de que domestica los animales, los cría y de ellos saca el alimento y vestido necesarios, y por el hecho de que puede extraer de la tierra y de los mares diversos recursos naturales. Pero mucho más «somete la tierra», cuando el hombre empieza a cultivarla y posteriormente elabora sus productos, adaptándolos a sus necesidades. La agricultura constituye así un campo primario de la actividad económica y un factor indispensable de la producción por medio del trabajo humano. La industria, a su vez, consistirá siempre en conjugar las riquezas de la tierra —los recursos vivos de la naturaleza, los productos de la agricultura, los recursos minerales o químicos— y el trabajo del hombre, tanto el trabajo físico como el intelectual. Lo cual puede aplicarse también en cierto sentido al campo de la llamada industria de los servicios y al de la investigación, pura o aplicada.

Hoy, en la industria y en la agricultura la actividad del hombre ha dejado de ser, en muchos casos, un trabajo prevalentemente manual, ya que la fatiga de las manos y de los músculos es ayudada por máquinas y mecanismos cada vez más perfeccionados. No solamente en la industria, sino también en la agricultura, somos testigos de las transformaciones llevadas a cabo por el gradual y continuo desarrollo de la ciencia y de la técnica. Lo cual, en su conjunto, se ha convertido históricamente en una causa de profundas transformaciones de la civilización, desde el origen de la «era industrial» hasta las sucesivas fases de desarrollo gracias a las nuevas técnicas, como las de la electrónica o de los microprocesadores de los últimos años.

Aunque pueda parecer que en el proceso industrial «trabaja» la máquina mientras el hombre solamente la vigila, haciendo posible y guiando de diversas maneras su funcionamiento, es verdad también que precisamente por ello el desarrollo industrial pone la base para plantear de manera nueva el problema del trabajo humano. Tanto la primera industrialización, que creó la llamada cuestión obrera, como los sucesivos cambios industriales y postindustriales, demuestran de manera elocuente que, también en la época del «trabajo» cada vez más mecanizado, el sujeto propio del trabajo sigue siendo el hombre.

El desarrollo de la industria y de los diversos sectores relacionados con ella —hasta las más modernas tecnologías de la electrónica, especialmente en el terreno de la miniaturización, de la informática, de la telemática y otros— indica el papel de primerísima importancia que adquiere, en la interacción entre el sujeto y objeto del trabajo (en el sentido más amplio de esta palabra), precisamente esa aliada del trabajo, creada por el cerebro humano, que es la técnica. Entendida aquí no como capacidad o aptitud para el trabajo, sino como un conjunto de instrumentos de los que el hombre se vale en su trabajo, la técnica es indudablemente una aliada del hombre. Ella le facilita el trabajo, lo perfecciona, lo acelera y lo multiplica. Ella fomenta el aumento de la cantidad de productos del trabajo y perfecciona incluso la calidad de muchos de ellos. Es un hecho, por otra parte, que a veces, la técnica puede transformarse de aliada en adversaria del hombre, como cuando la mecanización del trabajo «suplanta» al hombre, quitándole toda satisfacción personal y el estímulo a la creatividad y responsabilidad; cuando quita el puesto de trabajo a muchos trabajadores antes ocupados, o cuando mediante la exaltación de la máquina reduce al hombre a ser su esclavo.

Si las palabras bíblicas «someted la tierra», dichas al hombre desde el principio, son entendidas en el contexto de toda la época moderna, industrial y postindustrial, indudablemente encierran ya en sí una relación con la técnica, con el mundo de mecanismos y máquinas que es el fruto del trabajo del cerebro humano y la confirmación histórica del dominio del hombre sobre la naturaleza. 














La época reciente de la historia de la humanidad, especialmente la de algunas sociedades, conlleva una justa afirmación de la técnica como un coeficiente fundamental del progreso económico; pero al mismo tiempo, con esta afirmación han surgido y continúan surgiendo los interrogantes esenciales que se refieren al trabajo humano en relación con el sujeto, que es precisamente el hombre. Estos interrogantes encierran una carga particular de contenidos y tensiones de carácter ético y ético-social. Por ello constituyen un desafío continuo para múltiples instituciones, para los Estados y para los gobiernos, para los sistemas y las organizaciones internacionales; constituyen también un desafío para la Iglesia. 



Autor: Juan Pablo II . Septiembre 1981 | Fuente: catholic.net

martes, 30 de octubre de 2012

Honor




Quizás en alguna ocasión nos hayamos preguntado en qué tramo del camino perdimos una palabra tan profunda y, a la vez, tan impulsivamente empleada como es la del honor, ¿o es que la fuimos vaciando de contenido que pronto nos dimos cuenta de que con envoltorios no se pueden llenar vidas?, ¿es que nuestra generación no necesita de resortes morales?

Así es como un viejo diccionario definía el honor: como cualidad moral. Y ciertamente, pienso que es así. Hobbes hablaba de la manifestación del valor que mutuamente nos atribuimos, si bien algún otro autor lo considera objetivamente, como el propio valer -desde el punto de vista interno- y, externamente, como la estima social; y entendiéndolo subjetivamente, lo representaríamos como la conciencia del propio valer. Interesantes disquisiciones, pero quiero centrarme en el binomio honor-valor que, de todo lo dicho, hemos podido formar.

Pienso, además, que es un hecho el desempleo generalizado de esta palabra, fácilmente comprobable en la diaria lectura de la prensa, así como su escasa su escasa utilización en cualquier medio de comunicación, en la conversación habitual, aún en las tertulias más refinadas. Incluso la protección de la intromisión en el honor ajeno, en instituciones jurídicas, ha quedado tan en desuso, que su explicación académica constituye una anécdota.

Y frente a este panorama comunicativo, sociológico,en definitiva, puede surgir la pregunta, ¿es que el termino simplemente ha caído en desuso o cabe extraer la conclusión de que la propia valoración, nuestro honor, se ve sustituido por imágenes distorsionadas, estereotipos sociales que no sólo han sustituido el significado del honor sino que lo han desplazado, arrinconándolo en una sala oscura y pequeña, repleta de tarros de viejas costumbres, en cuyo frontispicio se lee "salita de la tradición" o algún título de semejante cainismo, repudiable o ignorado?.

Es evidente que el honor como valor, es decir, como autoconsciencia de nuestro valer, está íntimamente ligado con lo que nosotros consideramos como valioso, en definitiva, con nuestros propios valores y, exigiendo el respeto de nuestros valores estaremos exigiendo el propio respeto, defendiendo no sólo unas ideas sino aquellas ideas que nos hacen a nosotros, que constituyen nuestro ser espiritual, tanto o más respetables que nuestro ser físico. Por ello, su defensa, es nuestra defensa y, la violencia dirigida a menoscabar o desacreditar nuestros valores, nos afecta de tal modo que nuestra falta de reacción en contra de tal corriente, a veces verdaderamente torrencial, nos asemejaría a esos peces que vemos pasar bajo los ríos en la misma dirección que lleva el agua, significando la mayoría de las veces la falta de vida en sus fríos cuerpos.

Es, pues, la defensa de nuestro honor, una necesidad no ya sólo moral sino del todo proyectivo-existencial, si se me permite la palabra. Bien es cierto también que dejar destruir nuestros valores y, pienso por tanto, nuestro valer como seres morales, es permitir una inadmisible expropiación espiritual, pero aún así, no hay que olvidar que nuestro valor último radica en nuestra propia naturaleza, de la que deviene nuestra dignidad, ahora bien, al igual que no concedemos el mismo valor a un canto del río que a una piedra preciosa, cuidada y resplandeciente, nunca deberíamos considerar de la misma manera a un hombre de principios que a un sujeto que, como decía Renault, se adate a lo que venga. Es, también, parte de la lucha de la individualidad frente a la colectividad.

Por último, solo apuntar que el substitutivo de los valores vienen a ser los sentimientos, aún, las sensaciones y, que la causa más profunda, es la falta de compromiso en asumir una jerarquía axiológica, valorativa y, en otros casos, y siendo optimistas, el interés en uniformizar una sociedad desde un desmedido afán igualitarista.

La reacción, como en la inmensa mayoría de los casos, deberá ser personal, abandonando los prejuicios que de manera alguna tienen aquellos que, con descaro, siembran el menosprecio a la moral y las costumbres y, siempre también, con un exquisito respeto hacia las personas, pues nuestro combate se mueve en el campo de las ideas, siempre apasionante y siempre enriquecedor.


Autor: Jesús Gallego | Fuente: www.arbil.org 

domingo, 28 de octubre de 2012

La cuenta





Tener en cuenta… por la cuenta que nos tiene. Es como la sabiduría popular que nos hace ser precavidos sin caer en el prejuicio, ser prudentes para no terminar siendo irresponsables. ¡Cuántas cuentas hemos de tener en cuenta! Especialmente en momentos de incertidumbre como los que nos tocan vivir, esto podría prestarse a una especie de ungüento amarillo que valdría para todo y para todos. Una suerte de solución universal para cualquier escollo peleón o puerta de par en par en el callejón sin salida.

Terminamos el mes de octubre. El otoño ya avezado en su típica nostalgia, nos ha puesto tal vez algo melancólicos ante las cosas que menos nos están resultando, las más peleonas de domar con paciencia y dulzura. Y tantas veces nos repite la Iglesia eso de: no te olvides de rezar. Una oración que no es fuga piadosa ni desdén ascético, sino la humilde petición de poder entender las cosas que nos suceden, de tener fortaleza para superar las que nos desafían, de saber cuidar lo que nos ayuda a madurar.

En este octubre otoñal hemos ido teniendo en cuenta las cuentas… de nuestro Rosario. Una forma de orar al alcance de todos; una oración sencilla que nos acompaña en la aventura de vivir. Decía el Beato Juan Pablo II que «con el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo. El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, y nos ponen en comunión vital con Jesús a través –podríamos decir– del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevamos más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana» (RVM 2).

Tradicionalmente los misterios del Rosario nos ponían aspectos de la vida cotidiana que podían mirarse desde Cristo. Pero este Papa mariano quiso introducir una importante novedad que completó el Rosario como auténtico “compendio del Evangelio” (Pablo VI): «Es conveniente que, tras haber recordado la encarnación y la vida oculta de Cristo (misterios de gozo), y antes de considerar los sufrimientos de la pasión (misterios de dolor) y el triunfo de la resurrección (misterios de gloria), la meditación se centre también en algunos momentos particularmente significativos de la vida pública (misterios de luz). Esta incorporación de nuevos misterios, sin prejuzgar ningún aspecto esencial de la estructura tradicional de esta oración, se orienta a hacerla vivir con renovado interés en la espiritualidad cristiana, como verdadera introducción a la profundidad del Corazón de Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria» (RVM 19).

Efectivamente, la vida nos trae momentos llenos de alegría que inundan nuestro corazón de gozo, y no son pocos los instantes en los que la luz nos permite caminar seguros y confiados a nuestros destino. Pero hay también instantes llenos de dolor ante los mil retos con los que nos desafía por todos sus flancos la vida. Nos queda la esperanza no banal sino cierta, de que la última palabra le corresponde a la gloria, esa con la que Dios mismo ha querido compartirnos su victoria. Gozo y luz, dolor y gloria, de todo esto está hecha la vida. La vivimos de la mano de esa Madre buena, la Virgen María, como se desgrana un Rosario pasando sus cuentas… por la cuenta que nos tiene.

Autor: + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm. Arzobispo de Oviedo

viernes, 26 de octubre de 2012

Maestro, que pueda ver





        En ti, Oh Dios vivo, mi corazón y mi carne se estremece, y mi alma se regocija en ti, mi verdadera salvación. ¿Cuándo te verán mis ojos, Dios de los dioses, Dios mío? ¿Dios de mi corazón, cuándo me regocijarás con la visión de la dulzura de tu rostro? ¿Cuándo colmarás el deseo de mi alma con la manifestación de tu gloria?

        ¡Dios mío, tu eres mi herencia escogida de entre todos, mi fuerza y mi gloria! ¿Cuándo entraré en tu omnipotencia para ver tu fuerza y tu gloria? ¿Cuándo en lugar del espíritu de tristeza me revestirás con el manto de la alabanza, para que unida a los ángeles, todos mi ser te ofrezca un sacrificio de aclamación?

        ¿Dios de mi vida, cuándo entraré en el tabernáculo de tu gloria, para poder cantarte en presencia de todos los santos, y proclamar con el alma y el corazón que tus misericordias para conmigo han sido magníficas? ¿Cuándo se romperá la red de esta muerte, para que mi alma pueda verte sin intermediario?... ¿Quién resistirá a la vista de tu claridad? ¿Cómo podrá verte el ojo y oírte la oreja, contemplando la gloria de tu rostro?

(Referencias bíblicas: Sal. 83,3; Sal. 70,16; Lc 1,47; Is 61,10; Sal. 26,6; Gn 19,19)  


Autor: Santa Gertrudis de Helfta (1256-1301), monja benedictina, Ejercicios, n°6; SC 127

miércoles, 24 de octubre de 2012

¿Qué es la fe?







"hoy quisiera reflexionar con ustedes sobre lo elemental: ¿qué es la fe? ¿Tiene sentido la fe en un mundo donde la ciencia y la tecnología han abierto nuevos horizontes hasta hace poco impensables? ¿Qué significa creer hoy en día?"

"En efecto, en nuestro tiempo es necesaria una educación renovada en la fe, que abarque por cierto el conocimiento de sus verdades y de los acontecimientos de la salvación, pero que, en primer lugar, nazca de un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo, de amarlo, de confiar en Él, de modo que abrace toda nuestra vida".

Ante diversos desafíos que presenta el mundo actual y que generan una especie de "desierto espiritual", continuó el Papa, y a pesar de los avances de la ciencia, "el hombre de hoy no parece ser verdaderamente más libre, más humano, permanecen todavía muchas formas de explotación, de manipulación, de violencia, de opresión, de injusticia".

Sumado a esto está la tendencia de creer sólo en aquello que se puede ver y tocar. Sin embargo hay quienes, pese a la desorientación, intentan ir más allá para responder a preguntas fundamentales como "¿qué sentido tiene vivir? ¿Hay un futuro para el hombre, para nosotros y para las generaciones futuras? ¿En qué dirección orientar las decisiones de nuestra libertad para lograr en la vida un resultado bueno y feliz? ¿Qué nos espera más allá del umbral de la muerte?"

El Papa resaltó que "necesitamos no sólo el pan material, necesitamos amor, sentido y esperanza, un fundamento seguro, un terreno sólido que nos ayude a vivir con un sentido auténtico, incluso en la crisis, en la oscuridad, en las dificultades y problemas cotidianos".

"La fe nos da precisamente esto: en una confiada entrega a un ‘Tú’, que es Dios, el cual me da una certeza diferente, pero no menos sólida que la que proviene del cálculo exacto o de la ciencia".

La fe, prosiguió el Santo Padre "no es un mero asentimiento intelectual del hombre a las verdades particulares sobre Dios, es un acto con el cual me entrego libremente a un Dios que es Padre y me ama, es adhesión a un ‘Tú’ que me da esperanza y confianza".


"Ciertamente, esta unión con Dios no carece de contenido: con ella, sabemos que Dios se ha revelado a nosotros en Cristo, que hizo ver su rostro y se acercó realmente a cada uno de nosotros. Aún más, Dios ha revelado que su amor al hombre, a cada uno de nosotros es sin medida: en la Cruz, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre nos muestra, en la forma más luminosa, hasta dónde llega este amor, hasta darse a sí mismo hasta el sacrificio total".

Benedicto XVI explicó que "con el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, Dios desciende hasta el fondo de nuestra humanidad, para volverla a llevar hacia Él, para elevarla hasta que alcance su altura. La fe es creer en este amor de Dios, que nunca falla ante la maldad de los hombres, ante el mal y la muerte, sino que es capaz de transformar todas las formas de esclavitud, brindando la posibilidad de la salvación".

Tras recordar que "debemos ser capaces de proclamar y anunciar esta certeza liberadora y tranquilizadora de la fe, con palabras y con nuestras acciones para mostrarla con nuestra vida como cristianos", el Papa remarcó que "el rechazo, por lo tanto, no nos debe desalentar".

"Como cristianos, somos testigos de este suelo fértil, nuestra fe, incluso dentro de nuestros límites, demuestra que hay buena tierra, donde la semilla de la Palabra de Dios produce frutos abundantes de justicia, paz y amor, de nueva humanidad, de salvación. Y toda la historia de la Iglesia, con todos los problemas, demuestra también que existe la tierra buena, existe la semilla buena que da fruto".

Luego de subrayar que la fe es ante todo "un don sobrenatural, un don de Dios", el Santo Padre dijo que la base de este camino de fe "es el bautismo, el sacramento que nos da el Espíritu Santo, que nos hace hijos de Dios en Cristo, y marca la entrada en la comunidad de fe, en la Iglesia: no se cree, sin prevenir la gracia del Espíritu; y no creemos solos, sino junto con los hermanos. A partir del Bautismo cada creyente está llamado a re-vivir y hacer su propia confesión de fe, junto con sus hermanos".

El Papa indicó además que si bien "la fe es un don de Dios, pero también es un acto profundamente humano y libre. El Catecismo de la Iglesia Católica lo dice claramente: ‘Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre’".

Para concluir, el Santo Padre dijo que "nuestro tiempo requiere cristianos que han sido aferrados por Cristo, que crezcan en la fe a través de la familiaridad con las Sagradas Escrituras y los Sacramentos. Personas que sean casi como un libro abierto que narra la experiencia de la vida nueva en el Espíritu, la presencia del Dios que nos sostiene en el camino y nos abre a la vida que no tendrá fin. Gracias".

Para leer el texto completo de la catequesis, ingrese a: http://www.aciprensa.com/noticias/texto-completo-catequesis-del-papa-sobre-la-fe-y-lo-que-significa-creer-hoy-en-dia-85893/

Autor: Benedicto XVI tomado de ACI/EWTN Noticias

martes, 23 de octubre de 2012

Entrega





Padre, me pongo en tus manos.

Haz de mí lo que quieras,
sea lo que sea, te doy las gracias.
Estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo con tal que tu voluntad
se cumpla en mí y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Padre.
Te confío mi alma, te la doy
con todo el amor de que soy capaz
porque te amo y necesito darme,
ponerme en tus manos,
sin medida, con infinita confianza
porque tú eres mi Padre.


Autor: Charles de Foucauld