sábado, 6 de octubre de 2012

Fe




La dificultad de creer en la sociedad actual

Es bien sabido que la civilización contemporánea está empapada de diferentes corrientes, no sólo cristianas, sino también anticristianas, acristianas, arreligiosas y antirreligiosas. Más aún, estas corrientes parecen alguna vez, ser las dominadoras en la mentalidad de la sociedad actual. Se trata de una situación que nos exige un compromiso si queremos superarla, un compromiso de todos los cristianos responsables, responsables de lo que quiere decir ser cristianos. Cristo dice que su Padre realiza «cultura», cultura en el sentido más profundo de la palabra: la cultura que es la auténtica perfección del hombre, su realización en el sentido humano natural y hasta en el sentido sobrenatural1.

No es fácil ser auténticamente cristianos en el contexto de la sociedad moderna, penetrada por formas de un paganismo nuevo. Pero tampoco lo era ayer en contextos diferentes. Resulta aún más difícil crear un ambiente social más amplio inspirado en los grandes valores del Evangelio. No obstante, hay que esforzarse para conseguirlo alimentando una confianza en la capacidad creativa que proviene de la gracia de Cristo crucificado. No existen modelos de sociedad que puedan considerarse libres de elementos negativos. Hasta las rosas tienen espinas2.

El drama del ateísmo
Se advierte hoy en el mundo, y especialmente en nuestro Occidente, la necesidad de «reedificar» en sus componentes esenciales una civilización realmente digna del hombre. Las desigualdades económicas, que todavía subsisten y que a veces se agravan, son un síntoma de carencias más profundas que tienen que ver con el ámbito espiritual. Ideologías materialistas por una parte y, permisividad moral, por otra, han llevado a muchos a creer en la posibilidad de construir una sociedad nueva y mejor excluyendo a Dios y eliminando cualquier referencia a los valores trascendentales. Sin embargo, la experiencia permite que podamos tocar con nuestras manos que la sociedad se deshumaniza sin Dios y que al hombre se le priva de su mayor riqueza. El futuro del mundo será más humano en la medida en que más cercanos estén los hombres a su Creador y Redentor.

«El cristianismo no mortifica al hombre, sino que ensalza sus capacidades más nobles y las pone al servicio de cada uno y de la comunidad. En Cristo, verdadero hombre y verdadero Dios, podemos descubrir la verdad plena sobre nosotros mismos y sobre nuestro destino» (Redemptor hominis, 10).

Os ruego que mantengáis intacta la fe en el Salvador Jesús, que murió y resucitó por nosotros. Estad atentos a su Evangelio, que la Iglesia os sigue proponiendo con inalterable fidelidad a la tradición de los orígenes. Educad a vuestros hijos en el cumplimiento de los mandamientos enseñándoles a pedir a Dios la valentía necesaria para desafiar a la opinión dominante cuando está en contraste con el Evangelio. No tengáis miedo de nadar contracorriente.

El mundo de hoy necesita más que nunca la novedad del Evangelio para no ahogarse en el conformismo arrollador de la civilización de masas3.

En este tema algunos dicen que están buscando y otros se consideran no creyentes y tal vez incapaces de creer o indiferentes a la fe. Hay quien llega a rechazar a un Dios cuyo rostro se les presenta mal. En fin, hay otros que, obcecados por los reflujos de las filosofías de la sospecha, presentan la religión como ilusión o alienación y quizá sienten la tentación de construir un humanismo sin Dios. Deseo a todos éstos, sin embargo, que por lo menos dejen por honradez abiertas sus ventanas a Dios. De lo contrario, corren el riesgo de pasar a la orilla del camino del hombre, que es Cristo, de cerrarse en actitudes de rebelión y de violencia, de contentarse con suspiros, impotencia y resignación. Un mundo sin Dios termina construyéndose antes o después contra el hombre4.

La razón ante el misterio
Los «sabios» y los «inteligentes» se han formado su visión personal de Dios y del mundo y no están dispuestos a cambiarla. Creen que lo saben todo sobre Dios, que poseen la respuesta resolutiva y que no tienen nada que aprender. De ahí que rechacen la «buena noticia», que les resulta tan extraña y en contraste con las capacidades de su «weltanschauung». Se trata de un mensaje que propone ciertos cambios paradójicos que su «buen sentido» no puede aceptar.

Lo que sucedía en tiempos de Jesús sucede hoy; más aún, hoy de una manera muy singular. Vivimos en una cultura que lo somete todo a un análisis crítico y a menudo lo hace absolutizando criterios parciales, inadecuados por su naturaleza para la percepción de ese mundo de realidades y valores que escapa al control de los sentidos. Cristo no pide al hombre que renuncie a su razón. ¿Cómo iba a hacer eso quien se la donó? Lo que le pide es que no ceda a la antigua sugestión del tentador, que sigue haciendo destellar ante él la perspectiva engañosa de poder ser «como Dios» (cfr. Gn 3, 5). Sólo quien acepta sus límites intelectuales y morales y se reconoce necesitado de salvación puede abrirse a la fe y encontrar en ella, en Cristo, a su Redentor5.

Fe y razón
Entre una razón que, en conformidad con su naturaleza que proviene de Dios, está ordenada a la verdad y tiene capacidad para el conocimiento verdadero, y una fe relacionada con la misma fuente divina, no puede haber ningún conflicto de fondo. Más aún, la fe confirma los derechos propios de la razón natural. Los presupone. Efectivamente, su aceptación presupone la libertad propia de un ser racional. Sin embargo, con esto aparece claro también que fe y ciencia pertenecen a dos órdenes diferentes de conocimiento, que no cabe superponer. Se revela también en esto que la razón no lo puede todo ella sola; es finita. Debe concretarse en una multiplicidad de conocimientos parciales, se realiza en una pluralidad de ciencias múltiples. Puede percibir la unidad que une el mundo y la verdad a su origen únicamente en el ámbito de modos parciales de conocimiento. También la filosofía y la teología son, en cuánto ciencias, tentativas limitadas que pueden percibir la unidad compleja de la verdad únicamente en la diversidad, es decir, dentro de una confluencia de conocimientos abiertos y complementarios6.

Ciencia y fe
Mi reflexión está motivada por las inscripciones en bronce inauguradas hoy aquí: «Ciencia y fe son dones de Dios». En esta afirmación sintética no se excluye solamente que ciencia y fe se tengan que mirar con desconfianza mutua, sino que se indica el motivo más profundo que las llama a establecer una relación constructiva y cordial: Dios, fundamento común de las dos [...]. En Dios, por consiguiente, aun en la diversidad de sus caminos respectivos, ciencia y fe encuentran su principio de unidad.

Si la vida del hombre corre hoy peligros enormes, no se debe a la verdad descubierta mediante la investigación científica, sino a las aplicaciones de muerte de la tecnología. Como en el tiempo de las lanzas y las espadas, también en la era de los misiles, el corazón de los hombres mata antes que las armas7.

El rechazo de la verdad
El misterio de la iniquidad, el abandono de Dios según las palabras de una carta de Pablo, tiene una estructura interior y una secuencia dinámica bien definida: «...tiene que manifestarse el hombre impío... el enemigo que se eleva por encima de lo que es divino o recibe culto, hasta llegar a sentarse en el santuario, haciéndose pasar a sí mismo por Dios» (2 Tes 2, 3-4). Encontramos aquí también una estructura interna de la negación, del desarraigo de Dios del corazón de los hombres y del abandono de Dios por parte de la sociedad humana, y esto con el fin, según se dice, de una «humanización» plena del hombre, lo que equivale a hacer que el hombre sea humano en sentido pleno y, en cierto modo, a ponerlo en lugar de Dios, a «deificarlo» por consiguiente. Como se ve, esta estructura es muy antigua y se conocía ya en los orígenes, desde el primer capítulo del Génesis, es decir, la tentación de conferir al hombre la «divinidad» (la imagen y semejanza de Dios) del Creador, de ocupar el sitio de Dios, con la «divinización» del hombre contra Dios o sin Dios, como resulta evidente por las afirmaciones ateas de muchos sistemas actuales.

Quien rechaza la verdad fundamental de la realidad, quien se coloca a sí mismo como medida de todas las cosas y se pone de este modo en lugar de Dios, quien más o menos conscientemente considera que puede prescindir de Dios, el Creador del mundo, o de Cristo, el Redentor de la humanidad, quien en vez de buscar a Dios corre tras los ídolos, estará siempre de espaldas a la única verdad suprema y fundamental.

Ésta es la fuga de la interioridad. Puede llevar a rendirse. Se trata de una fuga de la interioridad que puede revestir la forma de una extensión exasperada del conocimiento.

La fuga de la interioridad puede también llevar a asociarse a sectas religiosas, que se sirven de vuestro idealismo y de vuestra ingenuidad y os quitan la libertad del pensamiento y de la conciencia. Me refiero también a la fuga a las «islas de felicidad» que, a través de determinadas prácticas exteriores, garantizan la adquisición de una auténtica fortuna y que al final dejan solo a quien recurre a ellas. Existe también una fuga de la verdad fundamental hacia el exterior, es decir, hacia utopías políticas o sociales8.

Crisis de la fe cristiana católica
Incluso en muchos católicos que todavía se definen así se ha debilitado notablemente la fe en Dios como Persona y, consiguientemente, la fe en Cristo como Hijo de Dios. Se duda también en ver a la Iglesia como sacramento y como don objetivo suyo, no manipulable. Aquí está la razón de que, con no poca frecuencia, la interioridad o la espiritualidad se haga coincidir con la filantropía y con la acción cívico-social a favor de la paz, de la justicia, de la ecología, etc., y la oración, la contemplación, la «lectio divina» les parecen a algunos desprovistas de fundamento suficiente.

Esa «forma mentis» secularizada resulta evidente también en algunos laicos comprometidos en las estructuras eclesiales parroquiales, diocesanas y nacionales, y en algunos religiosos y religiosas, cada vez más atraídos por la misión social, a menudo identificada incluso con la obra misionera.

La publicación del nuevo Catecismo de la Iglesia Católica no dejará de asegurar y fortalecer a los fieles desorientados en la fermentación teológica de estos años, llevando a las genuinas fuentes de la fe a quienes se habían desviado siguiendo a falsos profetas.

Efectivamente, estudiar teología, ser creyente y sentirse miembro activo de la Iglesia constituyen tres componentes que a veces el estudiante duda en integrar en su vida. No se trata de dramatizar: pasar a través de una crisis puede ser también saludable y positivo, pues puede hacer que se madure en la fe y se favorezca el compromiso responsable en la Iglesia. Precisamente por esto se necesita una atenta acción pastoral de apoyo9.
Cristo, luz y guía en la vida
¡Aprended a conocer a Cristo y dejaos conocer por Él! Él os conoce a cada uno de vosotros individualmente. No es un conocimiento que suscite oposición o rebelión, una ciencia ante la que sea necesario huir para salvaguardar el propio mundo interior. No es una ciencia compuesta de hipótesis o que reduzca al hombre a dimensiones socio-utilitarias. Su ciencia está llena de sencilla verdad sobre el hombre, y especialmente llena de amor. Someteos a esta ciencia sencilla y llena de amor del Buen Pastor. Estad seguros de que Él os conoce a cada uno más de lo que cada uno se conoce a sí mismo. Conoce porque entregó su vida (cfr. In 15, 13). Facilitadle la labor de encontraros. A veces el hombre, el joven, se encuentra perdido consigo mismo, perdido en el mundo que le rodea, en toda la red de las cosas humanas que le envuelven. Facilitad a Cristo la labor de encontraros. Que Él lo conozca todo sobre vosotros, que él os guíe. Es verdad que para seguir a alguien se necesita al mismo tiempo ser exigente consigo mismo, tal es la ley de la amistad. Si queremos caminar juntos, debemos estar atentos al camino que queremos recorrer. Si nos movemos por la montaña es preciso seguir las señales. Si escalamos una montaña no podemos prescindir de la cuerda. Debemos también conservar la unión con el amigo divino llamado Jesucristo. Debemos colaborar con Él10.

La fe, encuentro personal con Dios en Jesucristo en la Iglesia
Opiniones, puntos de vista personales y especulaciones no son suficientes a quien evalúa su acción por el camino de vida del hombre y cuyo respeto por el hombre está vivo. No pueden ciertamente contentar a quien es consciente de poder llegar a través de respuestas teológicas a la causa primera de la verdad. Dios nos ha manifestado su palabra, una palabra que no podemos encontrar y retener solos, con la fuerza únicamente de nuestro intelecto, aunque se le haya concedido a nuestra diligencia la posibilidad de aclarar la credibilidad de esta palabra y su correspondencia con nuestros interrogantes y nuestros conocimientos humanos. Se encuentra en la lógica interna de la revelación que la defensa y la interpretación de esta palabra necesitan un don especial del Espíritu. Por consiguiente, el estudio de la teología católica debe estar provisto de la disponibilidad para escuchar los testimonios vinculantes de la Iglesia y acatar las decisiones de quienes, en cuánto pastores de la Iglesia, tienen responsabilidad ante Dios de tutelar en materia de fe.

Sin la Iglesia, la palabra de Dios no habría sido transmitida y conservada; no se puede querer la palabra de Dios sin la Iglesia.

La comprensión intelectual de la fe debe ser integrada también por otro aspecto: la fe, además de conocerse, debe vivirse. En el Nuevo Testamento mismo, una fe que brotara únicamente del conocimiento se rechazaría como perversión, por ejemplo según la carta de Santiago, donde dice que hasta las fuerzas demoníacas conocen al Dios único, pero como no aceptan este conocimiento con su ser, sólo les queda temblar ante este Dios, sólo puede traerles castigo y no salvación (cfr. Sant 2, 19).

Cuando Dios nos dirige su palabra no anuncia dato alguno sobre cosas o terceras personas, no nos comunica «algo», sino que nos comunica a sí mismo, a Jesús, como verbo insuperable con quien Dios se comunica a sí mismo. De este modo, la palabra de Dios exige una respuesta que debe darse con toda nuestra persona. La realidad de Dios no la capta quien se limita a considerar su palabra y su verdad sólo como objeto de investigación neutra. La manera de acercarse a Dios como Dios es únicamente la adoración. El maestro Eckhart exhortaba por eso a los que le escuchaban a desembarazarse de ciertos conceptos de Dios11.

Fe cristiana y valentía en la vida
Debemos decidirnos conscientemente a querer ser cristianos que profesan su fe y a tener la valentía para distanciamos, si fuera necesario, de nuestro ambiente. Una condición necesaria para ese testimonio decidido de vida cristiana es percibir y comprender, por nuestra parte, la fe como una ocasión estupenda de vida, que trasciende las interpretaciones y la conducta ambiental. Debemos aprovechar cualquier ocasión para experimentar de qué manera la fe enriquece nuestra existencia, realiza en nosotros una fidelidad auténtica en la lucha por la vida, corrobora nuestra esperanza contra los ataques de cualquier clase de pesimismo o desesperación, nos empuja a evitar cualquier pesimismo y a comprometemos con reflexión por la justicia y la paz del mundo; también puede consolarnos y animarnos en el dolor. Tarea y «chance» de la situación de diáspora es, por consiguiente, experimentar más conscientemente de qué modo la fe ayuda a vivir de manera más plena y profunda12.

El optimismo cristiano
Lo primero que deseo es dirigiros una invitación al optimismo, a la esperanza y a la confianza. Es verdad que la humanidad atraviesa un momento difícil y que se tiene la impresión de que las fuerzas del mal acabarán prevaleciendo. Con harta frecuencia, la honradez, la justicia y el respeto de la dignidad del hombre deben marcar el paso o terminan por sucumbir. A pesar de todo, nosotros estamos llamados a vencer al mundo con nuestra fe (cfr. 1 In 5, 4), porque pertenecemos a Quien con su muerte y resurrección consiguió para nosotros la victoria sobre el pecado y la muerte y nos hizo capaces de una afirmación humilde y serena, pero segura, del bien por encima del mal.

Somos de Cristo y es Él quien vence en nosotros. Debemos creer esto profundamente, debemos vivir esa certeza, pues de lo contrario las continuas dificultades que surgen tendrán desgraciadamente la fuerza de inocular en nuestras almas la carcoma insidiosa que se llama desánimo, costumbre, acomodamiento pleno a la prepotencia del mal.

La tentación más sutil que acecha actualmente a los cristianos, y especialmente a los jóvenes, es precisamente la de la renuncia a la esperanza en la afirmación victoriosa de Cristo. El instigador de todas las insidias, el maligno, trata siempre y decididamente de apagar en el corazón de los hombres la luz de esa esperanza. No es un camino fácil el de la milicia cristiana, pero debemos recorrerlo conscientes de que poseemos una fuerza interior de transformación que se nos ha comunicado con la vida divina que se nos dio en Cristo, el Señor. En virtud de vuestro testimonio, haréis comprender que los valores humanos más altos se asumen en un cristianismo vivido con coherencia13.

El amor a la verdad es amor a Cristo
Existe también una contaminación de las ideas y las costumbres que puede llevar a la destrucción del hombre. Esta contaminación es el pecado, del que procede la mentira.

La verdad y la mentira. Es preciso reconocer que con harta frecuencia la mentira se nos presenta con apariencias de verdad. Por eso es necesario despertar el discernimiento para reconocer la verdad, la palabra que viene de Dios, y evitar las tentaciones que proceden del «padre de la mentira». Me estoy refiriendo al pecado, que consiste en negar a Dios, en rechazar la luz. Como dice el Evangelio de Juan, «la luz verdadera» estaba en el mundo: el Verbo «por quien el mundo fue hecho pero que el mundo no reconoció» (cfr. In 1, 910).

«La verdad contenida en el Verbo del Padre»: eso es lo que queremos decir cuando reconocemos a Jesucristo como la verdad. «¿Qué es la verdad?», le preguntaba Pilato. La tragedia de Pilato fue que la verdad estaba delante de él en la persona de Jesucristo y no fue capaz de reconocerla.

No debe repetirse esa tragedia en nuestra vida. Cristo es el centro de la fe cristiana, la fe que la Iglesia proclama hoy igual que siempre a todos los hombres y a todas las mujeres. Dios se hizo hombre. «El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros» (Jn I, 14). Los ojos de la fe ven en Jesucristo al hombre, como puede ser y como Dios quiere que sea. Al mismo tiempo Jesús nos revela el amor del Padre.

Pero la verdad es Jesucristo. ¡Amad la verdad! ¡Vivid en la verdad! ¡Llevad la verdad al mundo! Sed testigos de la verdad. Jesús es la verdad que salva. Él es la verdad total hacia la que nos conducirá el Espíritu de la verdad (cfr. In 16, 13).

Queridos jóvenes: busquemos la verdad sobre Jesucristo y sobre su Iglesia. Pero debemos ser coherentes: amemos la verdad, vivamos en la verdad, proclamemos la verdad. ¡Cristo, muéstranos la verdad! ¡Sé para nosotros la única verdad!14.

El hombre, peregrino del absoluto
La vida humana en la tierra es una peregrinación continua. No todos somos conscientes de que estamos de paso en el mundo. La vida del hombre comienza y acaba, comienza con el nacimiento y sigue hasta el momento de la muerte. El hombre es un ser transitorio. Y en esta peregrinación de la vida, la religión ayuda al hombre a vivir de tal manera que consiga su fin. El hombre está continuamente puesto ante la naturaleza transitoria de una vida que él sabe que es muy importante como preparación para la vida eterna. La fe peregrina del hombre le orienta hacia Dios y le dirige en la realización de las opciones que le ayudan a conseguir la vida eterna. Por tanto, cada momento de la peregrinación terrena del hombre es importante, importante en sus desafíos y en sus opciones15.

En la revelación de la Antigua y de la Nueva Alianza el hombre vive en el mundo visible, en medio de las cosas temporales, y al mismo tiempo profundamente consciente de la presencia de Dios, que penetra toda su vida. Este Dios viviente es en realidad el baluarte último y definitivo del hombre en medio de todas las pruebas y sufrimientos de la existencia terrena. El hombre anhela poseer a este Dios de manera definitiva cuando experimenta su presencia. Se esfuerza por llegar a la visión de su rostro, como recuerda el salmista: «Como el ciervo anhela las corrientes de agua, así te desea mi alma, Señor»16.

Mientras el hombre se esfuerza por conocer a Dios, por ver su rostro y experimentar su presencia, Dios se acerca al hombre para revelarle su vida. El Concilio Vaticano II insiste en la importancia de la intervención de Dios en el mundo. Esto quiere decir que «por medio de la revelación Dios quiso manifestarse a sí mismo y sus planes de salvar al hombre» (DV).

Al mismo tiempo, este Dios misericordioso y amoroso que se comunica a sí mismo por medio de la revelación sigue siendo para el hombre un misterio inescrutable. Y el hombre, el peregrino del Absoluto, sigue toda su vida buscando el rostro de Dios. Pero al final de su peregrinación de fe el hombre llega a la casa del Padre, y estar en esta casa quiere decir ver a Dios «cara a cara» (I Cor 13, 12)17.

El hombre fue llamado desde el principio por Dios para «someter la tierra y dominarla» (Gn 1,28). Recibió del Señor esta tierra como don y como tarea. Creado a su imagen y semejanza, el hombre tiene una dignidad especial. Es dueño y señor de los bienes depositados por el Creador en sus criaturas. Es colaborador de su Creador.

Por esta razón el hombre no debe olvidar que todos los bienes de los que está lleno el mundo son don del Creador. Por eso advierte la Sagrada Escritura: «Y no digas: Con mis propias fuerzas he conseguido todo esto. Acuérdate del Señor, tu Dios; él es quien te ha dado fuerza para adquirir esa riqueza, cumpliendo así la alianza que hizo con juramento a tus antepasados, como hace hoy» (Dt 8, 17-18).

¡Qué oportuna ha sido esta advertencia a lo largo de la historia humana! ¡Qué oportuna es especialmente en la época actual ante el progreso de la ciencia y de la técnica! Y es que el hombre, al contemplar las obras de su ingenio, de su mente y de sus manos, parece olvidar cada vez más a Quien es el principio de todas estas obras y de todos los bienes que encierra la tierra y el mundo creado.

Cuanto más somete la tierra y la domina, más parece olvidarse de Quien le dio la tierra y todos los bienes que contiene18.

Jesús, Camino que conduce al Padre
Nosotros llegamos a Dios a través de la verdad de Dios y a través de la verdad sobre todo lo que está fuera de Dios: la creación, el macrocosmos, y el hombre, el microcosmos. Llegamos a Dios a través de la verdad proclamada por Cristo, a través de la verdad que es realmente Cristo. Llegamos a Dios en Cristo, que sigue repitiendo: «Yo soy la verdad».

Esta llegada a Dios a través de la verdad que es Cristo es la fuente de la vida. Es la fuente de la vida que comienza aquí en la tierra en la oscuridad de la fe para llegar a su plenitud en la visión de Dios «cara a cara» en la luz de la gloria, donde Él está realmente.
Cristo nos da esa vida porque es la vida, como Él mismo nos dice: «Yo soy la vida», «Yo soy el camino, la verdad y la vida».

«¿Por qué me siento turbado?... Esperaré en Dios» (Salmo 43,5). «Y me acercaré al altar de Dios, al Dios de mi alegría, y te daré gracias con el arpa» (Salmo 43, 4)19.

Jesús es el Hijo de Dios y es de la misma sustancia que el Padre. Dios de Dios y luz de luz, se hizo hombre y así ser para nosotros camino que conduce al Padre. A lo largo de su vida terrena hablaba incesantemente al Padre. Al Padre dirigía los pensamientos y los corazones de quienes le escuchaban. En cierto modo, compartía con ellos la paternidad de Dios, y esto es algo que se ve de manera especial en la oración que enseñó a sus discípulos, el padrenuestro.

Al final de su misión mesiánica en la tierra, un día antes de su Pasión y Muerte, dijo a los apóstoles: «En la casa de mi Padre hay un lugar para todos; de no ser así ya os lo habría dicho; ahora vaya prepararos ese lugar» (Gn 14, 2).

Si el Evangelio es revelación de la verdad que dice que la vida humana es una peregrinación hacia la casa del Padre, significa que es al mismo tiempo una llamada a la fe por medio de la cual caminamos como peregrinos, una llamada a la fe peregrinante. Cristo dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida»20.

La Cruz de Cristo, mensaje de dolor y salvación
Aunque es la luz para la revelación a todas las naciones, Jesús está destinado a ser al mismo tiempo, y en todas las épocas, un signo difamado, un signo atacado, un signo de contradicción. Así sucedió también con los profetas de Israel. Así sucedió con Juan Bautista y así sucedería en las vidas de todos los que habrían de seguirle.

Realizó grandes signos y milagros, multiplicó los panes y los peces, calmó las tempestades, resucitó a los muertos. Las masas acudían a él de todas partes y le escuchaban con atención, pues hablaba con autoridad. Sin embargo se encontró con la dura oposición de quienes rehusaban abrirle su corazón y su mente. Al final, la expresión más dura de esta contradicción la encontramos en su sufrimiento y su muerte en la Cruz. La profecía de Simeón se verificaba. Se verificaba con Jesús y se verifica en la vida de sus seguidores en toda la tierra y en todos los tiempos.

Así, la Cruz se convierte en luz, la Cruz se convierte en salvación. ¿Acaso no es ésta la Buena Nueva para los pobres y para todos los que experimentan el sabor amargo del sufrimiento?.

La cruz de la pobreza, la cruz del hambre, la cruz de todos los demás sufrimientos puede transformarse, pues la Cruz de Cristo se ha convertido en una luz para nuestro mundo. Es una luz de esperanza y de salvación. Da sentido a todos los sufrimientos humanos. Lleva consigo la promesa de una vida eterna libre del dolor y del pecado. A la Cruz siguió la Resurrección. La muerte fue vencida por la vida. Y todos los que están unidos al Señor crucificado y resucitado pueden esperar que participaran en esta misma victoria21.

La fe en el Espíritu Santo
La Iglesia profesa de manera incesante su fe: en nuestro mundo hay creado un Espíritu que es un don increado. Es el Espíritu del Padre y del Hijo. Como el Padre y el Hijo, es increado, inmenso, eterno, omnipotente, Dios y Señor. Este Espíritu de Dios «llena el universo», y todo lo creado reconoce en Él la fuente de su identidad, encuentra en Él su expresión trascendente, se dirige a Él y le espera, le invoca con todo su ser. A Él, como al Paráclito, como al Espíritu de verdad y de amor, acude el hombre que vive de verdad y amor y que no puede vivir sin la fuente de la verdad y del amor. A Él acude la Iglesia, que es corazón de la humanidad, para invocarIe por todos y para que a todos les conceda los dones del amor, por cuyo medio se derramó en nuestros corazones. A Él acude la Iglesia a lo largo de los complicados caminos de la peregrinación del hombre en la tierra, y suplica, suplica constantemente la rectitud de los actos humanos, como obra suya; suplica el gozo y el consuelo que sólo Él, el verdadero consolador, puede darnos viniendo a lo íntimo de los corazones humanos; suplica la gracia de las virtudes que merecen la gloria celestial; suplica la salvación eterna, en la comunicación plena de la vida divina, a la que el Padre ha predestinado eternamente a los hombres, creados por amor a imagen y semejanza de la Santísima Trinidad22.

Gemimos, pero en confiada espera de una esperanza indefectible, porque realmente Dios, que es Espíritu, se ha acercado a este ser humano. Dios Padre envió a su propio Hijo revestido de una carne semejante a la del pecado y, ante la presencia del pecado, condenó el pecado. En el momento culminante del misterio pascual, el Hijo de Dios, que se hizo hombre y fue crucificado por los pecados del mundo, se presentó en medio de sus apóstoles después de la resurrección, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo». Este soplo permanece para siempre. Por eso «el Espíritu acude siempre en ayuda de nuestra debilidad»23.

La ignorancia, el peor enemigo de la fe
Cualquier persona necesita una formación integral e integradora –cultural, profesional, doctrinal, espiritual y apostólica– que le disponga para vivir en una coherente unidad interior y le permita siempre dar razón de su esperanza a quien se la pida.

La identidad cristiana exige el esfuerzo constante de formarse cada vez más, pues la ignorancia es el peor enemigo de nuestra fe. ¿Quién puede decir que ama de veras a Cristo si no se empeña en conocerle mejor?.

¡Formación y espiritualidad! Un binomio inseparable para quien aspira a llevar una vida cristiana comprometida de veras en la edificación y la construcción de una sociedad más justa y fraterna. Si queréis ser fieles en vuestra vida cotidiana a las exigencias de Dios y a las expectativas de los hombres y de la historia, tenéis que alimentaros constantemente con la palabra de Dios y con los sacramentos, para que «la palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza» (Col 3, 16)24.

El valor del compromiso de la fe cristiana y católica
La fe no consiste en la última novedad que hoy es noticia y mañana está ya olvidada. La fe no es una enseñanza que alguien puede adaptar a sus necesidades y según el momento presente. No es invención o creación nuestra. La fe es el gran don divino que Jesucristo ha hecho a la Iglesia. Dice san Pablo en la carta a los Romanos: «La fe surge de la proclamación, y la proclamación se verifica mediante la palabra de Cristo» (10, 17). El creyente encuentra su fundamento en Jesucristo, que sigue viviendo en su Iglesia a lo largo de los siglos hasta el día del juicio.

La fe vive en la tradición de la Iglesia. Sólo en ella podemos encontrar con seguridad la verdad de Jesucristo. Sólo una rama viva del árbol de la comunidad eclesial tiene su fuerza en las raíces.

Os exhorto hoy a mantener firme la fe de la Iglesia. Es lo que han hecho vuestros padres y vuestras madres. Ateneos a la fe también vosotros y trasmitidla sucesivamente a vuestros hijos. Ésta es la razón de mi viaje pastoral en medio de vosotros: «Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié, que recibisteis y en el que habéis perseverado» (1 Cor 15, 1).

Sin una fe firme carecéis de apoyo y estáis a merced de las enseñanzas cambiantes del tiempo. Ciertamente hay también hoy algunos ambientes en los que ha dejado de aceptarse la doctrina correcta, y se busca en ellos, conforme a los propios deseos, maestros nuevos que os lisonjean, como advirtió san Pablo. No os dejéis engañar. No hagáis caso de los profetas del egoísmo, que interpretan de manera incorrecta la evolución individual, que os proponen una doctrina terrena de salvación y que quieren construir un mundo sin Dios.

Para poder decir «creo», «yo creo», es necesario estar dispuestos a la abnegación, a la entrega de sí mismos, es necesario también estar dispuestos al sacrificio y la renuncia y tener un corazón generoso.

Quien tiene esta valentía verá que se disuelven las tinieblas. Quien cree, ha encontrado el faro que facilita un camino seguro. Quien cree, conoce la dirección y es capaz de orientarse. Quien cree, ha dado con el camino acertado y ninguna insensatez de ningún falso maestro conseguirá desviarle. El creyente tiene un punto de apoyo y acepta vivir la vida de manera digna y como agrada a Dios. Quien cree, puede concluir con pleno conocimiento su vida y aceptar el momento en que Dios le llame.

Es verdad que considerarse hoy en la Iglesia no es el modo más cómodo de vivir. Es más fácil adaptarse y esconderse. Actualmente aceptar la fe y vivirla, significa nadar contracorriente. Se trata de una opción que exige energía y valor25.

Autor: Juan Pablo II

Notas

1 Parroquia de los Santos Protomártires, 21 de abril de 1985.
2 Discurso en Verona, el 16 de abril de 1988.
3 Discurso en el santuario de la Virgen de las Gracias en Benevento, 2 de julio de 1990.
4 Discurso a los jóvenes en París, 1 de junio de 1980.
5 Al Almo Collegio Capranica, 21 de enero de 1980.
6 Colonia, discurso a los profesores y estudiantes, 15 de noviembre de 1980.
7 Erice, encuentro con los investigadores del centro Ettore Majorana, 8 de mayo de 1993.
8 Munich, homilía a los jóvenes, 19 de noviembre de 1980.
9 A los obispos de Holanda en visita «ad lumina apostolorum», 11 de enero de 1993.
10 Cracovia, discurso a los universitarios, 8 de junio de 1979.
11 Fulda, encuentro con los laicos, 18 de noviembre de 1980.
12 Osnabrück, homilía, 16 de noviembre de 1980.
13 Discurso a la juventud salesiana, 5 de mayo de 1979.
14 Santiago de Compostela, discurso a los jóvenes, 19 de agosto de 1989.
15 Nueva Delhi, homilía en el estadio Indira Gandhi, 1 de febrero de 1986.
16 Idem.
17 Idem.
18 Bahía Blanca, Argentina, discurso al mundo rural, 7 de abril de 1987.
19 Nueva Delhi, 1 de febrero de 1986.
20 Nueva Delhi, 1 de febrero de 1986.
21 Nueva Delhi, homilía, 2 de febrero de 1986.
22 Encíclica «Dominum et vivificantem».
23 Encíclica «Dominum et vivificantem».
24 Viedma, Argentina, 6 de abril de 1987.
25 Homilía delante de la catedral de Münster, 1 de mayo de 1987.

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