sábado, 14 de diciembre de 2013

Mi cuerpo y mi alma están en su mano; que haga de mi lo que su bondad desee.




Voz del alma ofreciéndose a Dios: "soy una huérfana sin madre, soy indigente y pobre. Fuera de Jesús, no tengo ningún consuelo; sólo él puede satisfacer la sed de mi alma. Él es el amigo preferido y único de mi corazón, Él 'el Rey de reyes y Señor de los señores' (Ap 19,16)… Mi cuerpo y mi alma están en su mano; que haga de mi lo que su bondad desee.

    ¿Quién me regalará hacerme un ser según su corazón, con el fin de que en mí encuentre lo que desea, según la excelencia de su bondad? Sólo esto sería capaz de regocijarme y consolarme. "Por gracia, Jesús, único amado de mi corazón, amado por encima de todo lo que jamás ha sido amado: el deseo de mi corazón languidece y suspira por ti, tú el día primaveral lleno de vida y de flores. Haz llegar este día en el que me uniré tan estrechamente a ti, que, tú el Sol verdadero, harás nacer las flores y las frutas de mi progreso espiritual. 'Te aguardo con una gran esperanza ' (Sal. 39,2)… Por gracia, amigo, mi amigo, cumplidos efectivamente tu deseo y el mío."

    Voz de Cristo: " en mi Espíritu Santo te tomaré por esposa; te ataré a mí por una unión inseparable. Te sentarás a mi mesa y te envolveré con la ternura de mi amor. Te vestiré de la nobleza púrpura de mi preciosa sangre; te coronaré con el oro puro de mi muerte. Yo mismo colmaré tu deseo, y así te haré feliz para la eternidad."


Autor: Santa Gertrudis de Helfta (1256-1301), monja benedictina. Los Ejercicos, n°3 ; SC 127 (trad. SC p. 97 rev.)

domingo, 8 de diciembre de 2013

Pastor





El Señor es mi pastor, nada me puede faltar.  

El me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas
y repara mis fuerzas; me guía por el recto sendero, por amor de su Nombre.

Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza.

Tú preparas ante mí una mesa, frente a mis enemigos; unges con óleo mi cabeza y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor, por muy largo tiempo.

Salmo 23 (Salmo de David )

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa





Nuestra Señora de las Gracias.

Apariciones de la Virgen María a Santa Catalina Laboure y la Medalla Milagrosa. París, 1830.


Las apariciones.

El 1830 es un año clave: tiene lugar en París la primera aparición moderna de la Virgen Santísima. Comienza lo que Pío XII llamó la "era de María" una etapa de repetidas visitaciones celestiales. Entre otras: La Salette, Lourdes, Fátima... Y como en su visita a Santa Isabel, siempre viene para traernos gracia, para acercarnos a Jesús, el fruto bendito de su vientre. También para recordarnos el camino de salvación y advertirnos las consecuencias de optar por otros caminos.


Santa Catalina Laboure.

Catalina nació el 2 de mayo de 1806, en Fain-les-Moutiers, Borgoña (Francia.) Entró a la vida religiosa con la Hijas de la Caridad el 22 de enero de 1830 y después de tres meses de postulantado, 21 de abril, fue trasladada al noviciado de París, en la Rue du Bac, 140.


El Corazón de San Vicente.

La novicia estaba presente cuando trasladaron los restos de su fundador, San Vicente de Paul, a la nueva iglesia de los Padres Paules a solo unas cuadras de su noviciado. El brazo derecho del santo fue a la capilla del noviciado. En esta capilla, durante la novena, Catalina vio el corazón de San Vicente en varios colores. De color blanco, significando la unión que debía existir entres las congregaciones fundadas por San Vicente. De color rojo, significando el fervor y la propagación que habían de tener dichas congregaciones. De color rojo oscuro, significando la tristeza por el sufrimiento que ella padecería. Oyó interiormente una voz: "el corazón de San Vicente está profundamente afligido por los males que van a venir sobre Francia." La misma voz añadió un poco mas tarde: "El corazón de San Vicente está mas consolado por haber obtenido de Dios, a través de la intercesión de la Santísima Virgen María, el que ninguna de las dos congregaciones perezca en medio de estas desgracias, sino que Dios hará uso de ellas para reanimar la fe."


Visiones del Señor en la Eucaristía.

Durante los 9 meses de su noviciado en la Rue du Bac, sor Catalina tuvo también la gracia especial de ver todos los días al Señor en el Santísimo Sacramento.

El domingo de la Santísima Trinidad, 6 de junio de 1830, el Señor se mostró durante el evangelio de la misa como un Rey, con una cruz en el pecho. De pronto, los ornamentos reales de Jesús cayeron por tierra, lo mismo que la cruz, como unos despojos desperdiciables. "Inmediatamente -escribió sor Catalina- tuve las ideas mas negras y terribles: que el Rey de la tierra estaba perdido y sería despojado de sus vestiduras reales. Sí, se acercaban cosa malas."


Catalina sueña con ver a la Virgen.

El domingo 18 de Julio 1930, víspera de la fiesta de San Vicente de Paúl, la maestra de novicias les había hablado sobre la devoción a los santos, y en particular a la Reina de todos ellos, María Santísima. Sus palabras, impregnadas de fe y de una ardiente piedad, avivaron en el corazón de Sor Laboure el deseo de ver y de contemplar el rostro de la Santísima Virgen. Como era víspera de San Vicente, les habían distribuido a cada una un pedacito de lienzo de un roquete del santo. Catalina se lo tragó y se durmió pensando que San Vicente, junto con su ángel de la guarda, le obtendrían esa misma noche la gracia de ver a la Virgen como era su deseo. Precisamente, los anteriores favores recibidos en las diversas apariciones de San Vicente a Sor Catalina alimentaban en su corazón una confianza sin limites hacia su bienaventurado padre, y su candor y viva esperanza no la engañaron. "La confianza consigue todo cuanto espera" (San Juan de la Cruz)


El Ángel la despierta.

Todo era silencio en la sala donde dormía Sor Catalina y cerca de las 11:30 PM oyó que por tres veces la llamaban por su nombre. Se despertó y apartando un poco las cortinas de su cama miro del lado que venia la voz y vio entonces un niño vestido de blanco, que parecía tener como cuatro o cinco años, y el cual le dijo: "Levántate pronto y ven a la capilla; la Santísima Virgen te espera."

Sor Catalina vacila; teme ser notada de las otras novicias; pero el niño responde a su preocupación interior y le dice: "No temas; son las 11:30 p.m; todas duermen muy bien. Ven yo te aguardo."

Ella no se detiene ya ni un momento; se viste con presteza y se pone a disposición de su misterioso guía, "que permanecía en pie sin separarse de la columna de su lecho."

Vestida Sor Catalina, el niño comienza a andar, y ella lo sigue marchando a "su lado izquierdo." Por donde quiera que pasaban las luces se encendían. El cuerpo del niño irradiaba vivos resplandores y a su paso todo quedaba iluminado.

Al llegar a la puerta de la capilla la encuentra cerrada; pero el niño toca la puerta con su dedito y aquella se abrió al instante.

Dice Catalina: "Mi sorpresa fue mas completa cuando, al entrar a la capilla, vi encendidas todas las velas y los cirios, lo que me recordaba la Misa de media noche." (todavía ella no ve a la Virgen)

El niño la llevó al presbiterio, junto al sillón destinado al P. Director, donde solía predicar a las Hijas de la Caridad, y allí se puso de rodillas, y el niño permaneció de pie todo el tiempo al lado derecho.

La espera le pareció muy larga, ya que con ansia deseaba ver a la Virgen. Miraba ella con cierta inquietud hacia la tribuna derecha, por si las hermanas de vela, que solían detenerse para hacer un acto e adoración, la veían.

Por fin llego la hora deseada, y el niño le dijo: "Ved aquí a la Virgen, vedla aquí."

Sor Catalina oyó como un rumor, como el roce de un traje de seda, que partía del lado de la tribuna, junto al cuadro de San José. Vio que una señora de extremada belleza, atravesaba majestuosamente el presbiterio, "fue a sentarse en un sillón sobre las gradas del altar mayor, al lado del Evangelio."

Sor Catalina en el fondo de su corazón dudaba si verdaderamente estaba o no en presencia de la Reina de los Cielos, pero el niño le dijo: "Mira a la Virgen."

Le era casi imposible describir lo que experimentaba en aquel instante, lo que paso dentro de ella, y le parecía que no veía a la Santísima Virgen.

Entonces el niño le habló, no como niño, sino como el hombre mas enérgico y palabras muy fuertes: -"¿Por ventura no puede la Reina de los Cielos aparecerse a una pobre criatura mortal en la forma que mas le agrade?"

Entonces, mirando a la Virgen, me puse en un instante a su lado, me arrodille en el presbiterio, con las manos apoyadas en las rodillas de la Santísima Virgen. "Allí pasé los momentos más dulces de mi vida; me sería imposible decir lo que sentí."

Ella me dijo cómo debía portarme con mi director, la manera de comportarme en las penas y acudir (mostrándome con la mano izquierda) a arrojarme al pie del altar y desahogar allí mi corazón, pues allí recibiría todos los consuelos de que tuviera necesidad. Entonces le pregunté que significaban las cosa que yo había visto, y ella me lo explicó todo."


Instrucciones de la Santísima Virgen.

Fueron muchas las confidencias que Sor Catalina recibió de los labios de María Santísima, pero jamas podremos conocerlas todas, porque respecto a algunas de ellas, le fue impuesto el mas absoluto secreto.

La Virgen le dio algunos consejos para su particular provecho espiritual: (La Virgen es Madre y Maestra)

1- Como debía comportarse con su director (humildad profunda y obediencia). Esto a pesar de que su confesor, el padre Juan María Aladel, no creyó sus visiones y le dijo que las olvidara.

2- La manera de comportarse en las penas, (paciencia, mansedumbre, gozo)

3- Acudir siempre (mostrándole con la mano izquierda) a arrojarse al pie del altar y desahogar su corazón, pues allí recibiría todos los consuelos de que tuviese necesidad. (corazón indiviso, no consuelos humanos)

La Virgen también le explicó el significado de todas las apariciones y revelaciones que había tenido de San. Vicente y del Señor.

Luego continuó diciéndole:

Dios quiere confiarte una misión; te costara trabajo, pero lo vencerás pensando que lo haces para la gloria de Dios. Tu conocerás cuán bueno es Dios. Tendrás que sufrir hasta que los digas a tu director. No te faltaran contradicciones; mas te asistirá la gracia; no temas. Háblale a tu director con confianza y sencillez; ten confianza no temas. Veras ciertas cosas; díselas. Recibirás inspiraciones en la oración.

Los tiempos son muy calamitosos. Han de llover desgracias sobre Francia. El trono será derribado. El mundo entero se verá afligido por calamidades de todas clases (al decir esto la Virgen estaba muy triste). Venid a los pies de este altar, donde se prodigaran gracias a todos los que las pidan con fervor; a todos, grandes y pequeños, ricos y pobres.

Deseo derramar gracias sobre tu comunidad; lo deseo ardientemente. Me causa dolor el que haya grandes abusos en la observancia, el que no se cumplan las reglas, el que haya tanta relajación en ambas comunidades a pesar de que hay almas grandes en ellas. Díselo al que esta encargado de ti, aunque no sea el superior. Pronto será puesto al frente de la comunidad. El deberá hacer cuanto pueda para restablecer el vigor de la regla. Cuando esto suceda otra comunidad se unirá a las de ustedes.

Vendrá un momento en que el peligro será grande; se creerá todo perdido; entonces yo estaré contigo, ten confianza. Reconocerás mi visita y la protección de Dios y de San Vicente sobre las dos comunidades.

Mas no será lo mismo en otras comunidades, en ellas habrá víctimas (lágrimas en los ojos.) El clero de París tendrá muchas víctimas. Morirá el señor Arzobispo.

Hija mía, será despreciada la cruz, y el Corazón de mi Hijo será otra vez traspasado; correrá la sangra por las calles ( la Virgen no podía hablar del dolor, las palabras se anudaban en su garganta; semblante pálido.) El mundo entero se entristecerá. Ella piensa: ¿cuando ocurrirá esto? y una voz interior asegura: cuarenta años y diez y después la paz.

La Virgen, después de estar con ella unas dos horas, desaparece de la vista de Sor Catalina como una sombra que se desvanece.

En esta aparición la Virgen:

Le comunica una misión que Dios le quiere confiar.

La prepara con sabios consejos para que hable con sumisión y confianza a su director.

Le anuncia futuros eventos para afianzar la fe de aquellos que pudieran dudar de la aparición.

Le Regala una relación familiar de madre-hija: la ve, se acerca a ella, hablan con familiaridad y sencillez, la toca y la Virgen no solo consiente, sino que se sienta para que Catalina pueda aproximarse hasta el extremo de apoyar sus brazos y manos en las rodillas de la Reina del Cielo.
Todas las profecías se cumplieron:

1-la misión de Dios pronto le fue indicada con la revelación de la medalla milagrosa.

2-una semana después de esta aparición estallaba la revolución. Los revoltosos ocupaban las calles de París, saqueos, asesinatos, y finalmente era destronado Carlos X, sustituido por el "rey ciudadano" Luis Felipe I, gran maestro de la masonería.

3-El P. Aladel (director) es nombrado en 1846 Director de las Hijas de la Caridad, establece la observancia de la regla y hacia la década del 60 otra comunidad femenina se une a las Hijas de la Caridad.

4-En 1870 (a los 40 años) llegó el momento del gran peligro, con los horrores de la Comuna y el fusilamiento del Arzobispo Mons. Darboy y otros muchos sacerdotes.

5- solo queda por cumplir la ultima parte.


Aparición del 27 de noviembre del 1830.

La tarde el 27 de Nov. de 1830, sábado víspera del primer domingo de Adviento, en la capilla, estaba Sor Catalina haciendo su meditación, cuando le pareció oír el roce de un traje de seda que le hace recordar la aparición anterior.

Aparece la Virgen Santísima, vestida de blanco con mangas largas y túnica cerrada hasta el cuello. Cubría su cabeza un velo blanco que sin ocultar su figura caía por ambos lados hasta los pies. Cuando quiso describir su rostro solo acertó a decir que era la Virgen María en su mayor belleza.

Sus pies posaban sobre un globo blanco, del que únicamente se veía la parte superior, y aplastaban una serpiente verde con pintas amarillas. Sus manos elevadas a la altura del corazón sostenían otro globo pequeño de oro, coronado por una crucecita.

La Stma. Virgen mantenía una actitud suplicante, como ofreciendo el globo. A veces miraba al cielo y a veces a la tierra. De pronto sus dedos se llenaron de anillos adornados con piedras preciosas que brillaban y derramaban su luz en todas direcciones, circundándola en este momento de tal claridad, que no era posible verla.

Tenia tres anillos en cada dedo; el mas grueso junto a la mano; uno de tamaño mediano en el medio, y no mas pequeño, en la extremidad. De las piedras preciosas de los anillos salían los rayos, que se alargaban hacia abajo; llenaban toda la parte baja.

Mientras Sor Catalina contemplaba a la Virgen, ella la miró y dijo a su corazón:

Este globo que ves (a los pies de la Virgen) representa al mundo entero, especialmente Francia y a cada alma en particular. Estos rayos simbolizan las gracias que yo derramo sobre los que las piden. Las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden.

Con estas palabras La Virgen se da a conocer como la mediadora de las gracias que nos vienen de Jesucristo.

El globo de oro (la riqueza de gracias) se desvaneció de entre las manos de la Virgen. Sus brazos se extendieron abiertos, mientras los rayos de luz seguían cayendo sobre el globo blanco de sus pies.


La Medalla Milagrosa.

En este momento se apareció una forma ovalada en torno a la Virgen y en el borde interior apareció escrita la siguiente invocación: "María sin pecado concebida, ruega por nosotros, que acudimos a ti."

Estas palabras formaban un semicírculo que comenzaba a la altura de la mano derecha, pasaba por encima de la cabeza de la Santísima Virgen, terminando a la altura de la mano izquierda.

Oyó de nuevo la voz en su interior: "Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán mas abundantes para los que la lleven con confianza."

La aparición, entonces, dio media vuelta y quedo formado en el mismo lugar el reverso de la medalla.

En el aparecía una M, sobre la cual había una cruz descansando sobre una barra, la cual atravesaba la letra hasta un tercio de su altura, y debajo los corazones de Jesús y de María, de los cuales el primero estaba circundado de una corona de espinas, y el segundo traspasado por una espada. En torno había doce estrellas.

La misma aparición se repitió, con las mismas circunstancias, hacia el fin de diciembre de 1830 y a principios de enero de 1831. La Virgen dijo a Catalina: "En adelante, ya no veras, hija mía; pero oirás mi voz en la oración."

Un día que Sor Catalina estaba inquieta por no saber que inscripción poner en el reverso de la medalla, durante la oración, la Virgen le dijo: "La M y los dos corazones son bastante elocuentes."


Símbolos de la Medalla y mensaje espiritual:

En el Anverso:

-María aplastando la cabeza de la serpiente que esta sobre el mundo. Ella, la Inmaculada, tiene todo poder en virtud de su gracia para triunfar sobre Satanás.

-El color de su vestuario y las doce estrellas sobre su cabeza: la mujer del Apocalipsis, vestida del sol.

-Sus manos extendidas, transmitiendo rayos de gracia, señal de su misión de madre y mediadora de las gracias que derrama sobre el mundo y a quienes pidan.

-Jaculatoria: dogma de la Inmaculada Concepción (antes de la definición dogmática de 1854). Misión de intercesión, confiar y recurrir a la Madre.

-El globo bajo sus pies: Reina del cielos y tierra.

-El globo en sus manos: el mundo ofrecido a Jesús por sus manos.

En el reverso:

-La cruz: el misterio de redención- precio que pagó Cristo. obediencia, sacrificio, entrega

-La M: símbolo de María y de su maternidad espiritual.

-La barra: es una letra del alfabeto griego "yota" o I, que es monograma del nombre, Jesús.

Agrupados ellos: La Madre de Jesucristo Crucificado, el Salvador.

-Las doce estrellas: signo de la Iglesia que Cristo funda sobre los apóstoles y que nace en el Calvario de su corazón traspasado.

-Los dos corazones: la corredención. Unidad indisoluble. Futura devoción a los dos y su reinado.

Nombre:

La Medalla se llamaba originalmente: "de la Inmaculada Concepción" pero al expandirse la devoción y haber tantos milagros concedidos a través de ella, se le llamó popularmente "La Medalla Milagrosa."


Conversión de Ratisbone:

Alfonso Ratisbone era abogado y banquero, judío, de 27 años. Tenía gran odio hacia los católicos porque su hermano Teodoro se había convertido y ordenado sacerdote, tenía como insignia la medalla milagrosa y luchaba por la conversión de los judíos.

Alfonso pensaba casarse poco después con una hija de su hermano mayor, Flora, diez años menor que el, cuando en enero de 1842, haciendo un viaje de turismo a Nápoles y Malta, por una equivocación de trenes llego a Roma. Aquí se creyó en la obligación de visitar a un amigo de la familia, el barón Teodoro de Bussiere, protestante convertido al catolicismo.

El barón le recibió con toda cordialidad y se ofreció a enseñarle Roma. En una reunión donde Ratisbone hablaba horrores de los católicos, este barón lo escuchó con mucha paciencia y al final le dijo: "Ya que usted está tan seguro de si, prométame llevar consigo lo que le voy a dar-¿Que cosa? Esta medalla. Alfonso la rechazó indignado y el barón replicó: "Según sus ideas, el aceptarla le debía dejar a usted indiferente. En cambio a mi me causaría satisfacción." Se echó a reír y se la puso comentando que él no era terco y que era un episodio divertido. El barón se la puso al cuello y le hizo rezar el Memorare.

El barón pidió oraciones a varias personas entre ellas al conde La Ferronays quien le dijo: "si le ha puesto la medalla milagrosa y le ha hecho rezar el Memorare, seguro que se convierte." El conde murió de repente dos días después. Se supo que durante esos dos días había ido a la basílica de Sta. María la Mayor a rezar cien Memorares por la conversión de Ratisbone.

Por la Plaza España se encuentra el barón con Ratisbone en su último día en Roma y este le invita a pasear. Pero antes tenía que pasar por la Iglesia de San Andrés a arreglar lo del funeral del conde. Ratisbone le acompaña a la Iglesia. He aquí su testimonio de lo que entonces sucedió: "a los pocos momentos de encontrarme en la Iglesia, me sentí dominado por una turbación inexplicable. Levanté los ojos y me pareció que todo el edificio desaparecía de mi vista. Una de las capillas (la de San Miguel) había concentrado toda la luz, y en medio de aquel esplendor apareció sobre el altar, radiante y llena de majestad y de dulzura, la Virgen Santísima tal y como esta grabada en la medalla. Una fuerza irresistible me impulsó hacia la capilla. Entonces la Virgen me hizo una seña con la mano como indicándome que me arrodillara... La Virgen no me habló pero lo he comprendido todo."

El barón lo encuentra de rodillas, llorando y rezando con las manos juntas, besando la medalla. Poco tiempo mas tarde es bautizado en la Iglesia del Gesu en Roma. Por orden del Papa, se inicia un proceso canónico, y fue declarado "verdadero milagro."

Alfonso Ratisbone entró en la Compañía de Jesús. Ordenado sacerdote, fue destinado a París donde estuvo ayudando a su hermano Teodoro en los catecumenados para la conversión de los judíos.

Después de haber sido por 10 años Jesuita, con permiso sale de la orden y funda en 1848, las religiosas y las misiones de Ntra. Sra. de Sión. En solo los diez primeros años Ratisbone consiguió la conversión de 200 judíos y 32 protestantes. Trabajó lo indecible en Tierra Santa, logrando comprar el antiguo pretorio de Pilato, que convirtió en convento e Iglesia de las religiosas. También consiguió que estas religiosas fundasen un hospicio en Ain-Karim, donde murió santamente en 1884 a los 70 años.


Autor: Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María. | Fuente: Corazones.org

sábado, 23 de noviembre de 2013

Nuestro rey sirve a los pequeños





 El paraíso, cerrado durante miles de años, ha sido abierto por la cruz “hoy”. Porque hoy Dios ha introducido en el paraíso al buen ladrón. Se realizan dos milagros: abre el paraíso para que entre un ladrón. Hoy, Dios nos ha devuelto a nuestra vieja patria, hoy nos ha reunido en la ciudad de nuestro origen, hoy ha abierto su casa a la humanidad entera. “Hoy estarás conmigo en el paraíso.” (Lc 23,43) ¿Qué dices, Señor, aquí? Estás crucificado, clavado ¿y prometes el paraíso?—Sí, para que aprendas cuál es mi poder en la cruz...

    Porque no fue resucitando a un muerto, dominando la tempestad del mar, echando demonios, sino crucificado, clavado, cubierto de salivazos e insultos, burlado y ultrajado que ha podido cambiar la situación espiritual del ladrón, para que veas los dos aspectos de su poder. Hizo estremecer a toda la creación, hendió las rocas y atrajo hacia si al ladrón, más duro que una piedra...

    Seguro que ningún rey no permitiría nunca que un ladrón u otro malhechor se siente con él a la hora de la solemne entrada en una ciudad. Pero Cristo lo ha hecho: cuando entra en su santa morada lleva consigo al ladrón. Actuando así no menosprecia el paraíso, no lo deshonra por la presencia de un ladrón. Bien al contrario, honra el paraíso, porque es una gloria para el paraíso tener un amo que pueda convertir a un ladrón en un ser digno de gustar sus delicias. Lo mismo cuando conduce al reino de los cielos a los publicanos y prostitutas, no es un desprecio sino un honor, ya que muestra que el amo del reino de los cielos, es poderoso como para hacer dignos de tales dones y honores a los publicanos y prostitutas.


San Juan Crisóstomo (c. 345- 407), sacerdote en Antioquia después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia. Homilía 1ª sobre la cruz y el buen ladrón, para el viernes santo, 2; PG 49, 401

domingo, 17 de noviembre de 2013

¡Yo creo en ti!



¡Yo creo en ti! ¡Jamás te abandonaré! Menos aún lo haría tu Padre, quien siempre está a tu disposición para ayudarte a transformar las grandes preocupaciones en tus mayores bienes. Ahora dispones de una prueba más de nuestro amor por ti.

¿Para qué perderte en la desesperanza? Ya que, si has recibido amor, tienes amor dentro de ti. Y teniendo amor lo puedes entregar. Y si lo puedes dar, entonces la felicidad está al alcance de tus manos; la tienes a tu lado, y también dentro de ti.


Autor: Eduardo Armstrong

sábado, 16 de noviembre de 2013

¿Cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?



Incansablemente doy gracias a mi Dios, que me conservó fiel el día de la tentación, de modo que hoy con confianza le ofrezco en sacrificio, como hostia viviente, mi alma a Cristo mi Señor, quien me protegió de todas mis angustias. Por eso puedo decir: ¿Quién soy yo, Señor ?...  ¿De dónde a mí esta sabiduría, que no estaba en mí, que ni el número de los días sabía, ni conocía a Dios? ¿De dónde me vino luego este don tan grande y tan salvador de conocer a Dios y amarlo, hasta dejar mi patria y a mis parientes… de modo que vine a los gentiles irlandeses a predicar el Evangelio y a sufrir los insultos de los incrédulos… y a sufrir muchas persecuciones hasta las cadenas y a dar mi libertad para utilidad de otros?

    y, si llego a ser digno, estoy pronto incluso a dar mi vida, sin vacilación y con  agrado, por su nombre; y deseo dedicársela hasta la muerte, si Dios me lo concede.
Y estoy muy en deuda con Dios, que me dio una gracia tan grande; a saber, que por mí, muchos pueblos renacieran en Dios y luego fueran confirmados; me concedió también que pudiera ordenar por todas partes, ministros para este pueblo que ha recibido recientemente la fe, este pueblo que el Señor adquirió de los extremos de la tierra como antes había prometido por sus profetas: “Vendrán a ti pueblos de los extremos de la tierra…;y de nuevo: te puse como luz entre los pueblos, para que seas salvación hasta el confín de la tierra”.

(Referencias Bíblicas : Sal. 94,9; Rm 12,1; 2S 7,18; Mt 13,54; Sal. 38,5; 2Tm 2,9; Lc 1,70; Jr 16,19; Is 49,6; Hch. 13,47)


San Patricio (c. 385-c. 461), monje misionero, obispo. Confesión, 34-38 ; SC 249

viernes, 8 de noviembre de 2013

Nuestro padre es Dios de VIDA






El fundamento de nuestra condición presente, es Adán; pero para nuestra vida futura, es Cristo, nuestro Señor. Lo mismo que Adán fue el primer hombre mortal y que más tarde todos somos mortales a causa de él, así Cristo es el primero que ha resucitado de entre los muertos, y les dio el germen de la resurrección a los que vendrán después de él. Venimos a esta vida visible por el nacimiento corporal, y por eso somos totalmente perecederos; pero en la vida futura, seremos transformados por la fuerza del Espíritu Santo, y por eso resucitaremos imperecederos.
   
    Esto se realizará sólo cuando este germen de vida se abra, pero desde ahora, Cristo nuestro Señor quiso transportarnos allí de manera simbólica otorgándonos el bautismo, este nuevo nacimiento en sí mismo. Este nacimiento espiritual ya es la prefiguración de la resurrección y de la regeneración que se realizará plenamente en nosotros cuando pasemos a la otra vida. Por eso el bautismo es llamado también regeneración…

    Cuando el apóstol Pablo habla de la vida futura, quiere tranquilizar a sus auditores con estas palabras: "no sólo la creación, sino que nosotros también que recibimos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, esperando la redención de nuestro cuerpo" (Rm 8,23). Porque si recibimos desde ahora las primicias de la gracia, esperamos recibirlas en plenitud cuando nos sea dada la felicidad de la resurrección.


Autor: Teodoro de Mopsuestia (?-428), obispo y teólogo. Comentario sobre el evangelio de Juan, libro II; CSCO 116, p. 55-56

martes, 5 de noviembre de 2013

La hora de la prueba




El avión que nos transporta por el cielo, la nave que nos lleva por el mar, el coche en la carretera, alguna vez, atraviesa por en medio de la borrasca. Nadie se extraña.

También en el camino del alma. “Muchas son las olas, el pavoroso huracán arrecia”. (San Juan Crisóstomo) Quizás también en nuestra mente están previstas estas contradicciones, pero, cuando llegan, nos encuentran impreparados. Nos sorprenden.

¡Misterio el dolor humano! Claro cuando lo vemos en otros, ciertamente incomprensibles cuando se adentra por nuestros pasillos.....

¿Qué haré en la hora de la prueba” ¿Cómo resolver mi incertidumbre? ¿Cómo hacer luz en la oscuridad y paz en la terrible angustia? ¿Cómo abrazarme a la doliente “voluntad de Dios” y “ofrecerme”?

El momento del dolor es una experiencia cumbre en la vida del hombre. Sus efectos le revelan lo más profundo de sí mismo, el alma parece poder tocarse con la mano; allí aparece más desgarradora que nunca la soledad fundamental de la persona, la sensación de su completa impotencia ante las cosas.

Es imposible enumerar todas las futuras experiencias dolorosas de la vida, porque imposible es enumerar sus posibles tragedias. Pero sea grande o sea pequeña en sí misma la cruz que nos toca llevar, es cierto, siempre, que en cada caso hiere terriblemente las espaldas.

Cuando alguien me lo ha preguntado, le he respondido fácilmente. Le he dicho: “¡Ten confianza en Dios!” Ahora que a mí me sucede: ¡qué poco me dice esto!

Sin embargo, eso es exactamente lo que necesito: echar a andar los recursos de mi fe cristiana. “Efectivamente, el dolor y la muerte pesan sobre el espíritu humano y son un enigma para aquellos que no creen en Dios. Pero en la fe nosotros sabemos que serán superados, que han sido vencidos en la muerte y resurrección de Jesucristo nuestro Redentor”. (Juan Pablo II, Paquistán)

Y si recurro al Evangelio, seguiré encontrando respuestas de fe: “El Padre poda la rama vigorosa para que dé aún más fruto” (Jn 15, 2-3); “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo, pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24), etc. Él me hará ver cómo Cristo camina la senda dolorosa del Calvario como necesario tránsito hacia la gloria de la resurrección. “En el plano divino todo dolor es dolor de parto; él contribuye al nacimiento de una nueva humanidad” (Juan Pablo II, abril de 1983). Por todo ello, comprenderé que no nos es dado poseer un don más grande que el dolor, la cruz y la humillación.... pero ahora, en medio de mi tragedia, todo esto me sabe a muy poco, apenas me mueve. ¿Por qué será así?

Mi fe no me arrastra a la esperanza, porque es una débil fe. No es como la de Job, que dice clamando: ¡”Yo sé que mi Señor vive”! (Job 19, 25)....... “Yo sé” es una convicción, no un sentimiento. Es una certeza, no una idea.

“Yo sé” dice San Pablo, al final de su carrera, mientras yace en la cárcel. “Yo sé a quién me he confiado y estoy seguro de que puede guardar mi depósito para aquél día” (2 Tim 1, 12).

“Yo sé” es mucho más que saber, es un haber vivido la experiencia, y haberla profundizado.

Y aquí, en la experiencia dela fe y de las certezas que ello comunica, cada uno de nosotros es diferente; Dios es totalmente una historia personal, y por eso mismo ante las pruebas reaccionamos con diversas reflexiones o motivaciones adecuadas a nuestras propias circunstancias. La verdad es que la fe es tan rica como Dios mismo y tiene para cada uno el resplandor adecuado: toda persona, toda situación humana es iluminada espléndidamente por ella.

En este caso, ha bastado este reflejo: “Sé que me has elegido” para que el panorama todo quede interpretado, quede construido en la paz.

La sensación de mi impotencia radical ha encontrado una respuesta en la fe: admito que no soy nada y que soy débil, pero sólo cuando me falta Dios. ¡Pero “con Él” lo puedo TODO!, porque consigo hacer mía la potencia misma de Dios: lo he vivido anteriormente, en otras ocasiones, ¡y hoy no debo olvidarlo!, sino actualizarlo.

La fe de que Él está conmigo, de que Él no nos ha abandonado – “He aquí que yo estoy con vosotros hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20)- va haciendo renacer las fuerzas, las energías morales del espíritu. “Sé, Señor, que habiéndome elegido” significa que voy aprendiendo a ver lo que me sucede como “un algo elegido” por Dios, y no obra de la casualidad y la fatalidad; como algo salido de sus manos por elección precisa y clara. Y si viene de las manos de Dios ¿por qué me angustio? “Habiéndome elegido – Tú serás siempre mi fortaleza” indica que, si Él elige, el se compromete con el elegido; no le cargará la cruz y se irá, sino que compartirá el peso y dará Su fuerza.

Respuestas de fe ...... para todas las medidas .... Pero hoy, además, algo muy importante, algo común a cada caso: lo importante no es conocer, sino saber: ¡Creer como si se tuviera una evidencia! Y entonces sí se está preparado para el “ofrecimiento”.


Autor: P. Cristóforo Fernández | Fuente: Catholic.net

sábado, 26 de octubre de 2013

Ten compasión



“Dios mío, ten compasión de mí que soy un pecador.”

    “Inclina tu oído, Señor, escúchame, que soy humilde y pobre.” (Sal 85,1) El Señor no inclina su oído al rico sino al pobre y miserable, al que es humilde y confiesa sus faltas, al que implora la misericordia. No se inclina al satisfecho que se jacta y se envanece como si nada le faltara y que dijo: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres,... ni como ese publicano.” (Lc 18,11) El rico fariseo exhibía sus méritos, el pobre publicano confesaba sus pecados.
 
    Todos los que rechazan el orgullo son pobres delante de Dios y sabemos que Dios tiende su oído hacia los pobres y los indigentes. Reconocen que su esperanza no puede apoyarse ni en oro o plata ni en sus bienes que, por un tiempo, enriquecen su morada... Cuando un hombre menosprecia en sí todo aquello que infla el orgullo es pobre ante Dios. Dios inclina hacia él su oído porque conoce los sufrimientos de su corazón.

    Aprended, pues, a ser pobres e indigentes, teniendo o no teniendo bienes de este mundo. Uno puede encontrar a un mendigo orgulloso y a un rico convencido de su miseria. Dios se niega a los orgullosos, tanto si van vestidos de seda o cubiertos de harapos. Otorga su gracia a los humildes, sean o no notables de este mundo. Dios mira lo interior: aquí examina y juzga. Tú no ves la balanza de Dios. Tus sentimientos, tus proyectos, los mete en el platillo... ¿Hay a tu alrededor o dentro de ti algún objeto que estás tentado a retener para ti?


       ¡Recházalo! Que sólo Dios sea tu seguridad. ¡Estad hambrientos de Dios para que él os sacie!


“Dios mío, ten compasión de mí que soy un pecador.”

    “Inclina tu oído, Señor, escúchame, que soy humilde y pobre.” (Sal 85,1) El Señor no inclina su oído al rico sino al pobre y miserable, al que es humilde y confiesa sus faltas, al que implora la misericordia. No se inclina al satisfecho que se jacta y se envanece como si nada le faltara y que dijo: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres,... ni como ese publicano.” (Lc 18,11) El rico fariseo exhibía sus méritos, el pobre publicano confesaba sus pecados.
 
    Todos los que rechazan el orgullo son pobres delante de Dios y sabemos que Dios tiende su oído hacia los pobres y los indigentes. Reconocen que su esperanza no puede apoyarse ni en oro o plata ni en sus bienes que, por un tiempo, enriquecen su morada... Cuando un hombre menosprecia en sí todo aquello que infla el orgullo es pobre ante Dios. Dios inclina hacia él su oído porque conoce los sufrimientos de su corazón.

    Aprended, pues, a ser pobres e indigentes, teniendo o no teniendo bienes de este mundo. Uno puede encontrar a un mendigo orgulloso y a un rico convencido de su miseria. Dios se niega a los orgullosos, tanto si van vestidos de seda o cubiertos de harapos. Otorga su gracia a los humildes, sean o no notables de este mundo. Dios mira lo interior: aquí examina y juzga. Tú no ves la balanza de Dios. Tus sentimientos, tus proyectos, los mete en el platillo... ¿Hay a tu alrededor o dentro de ti algún objeto que estás tentado a retener para ti?

       ¡Recházalo! Que sólo Dios sea tu seguridad. ¡Estad hambrientos de Dios para que él os sacie!

Autor: San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia. Discurso sobre los salmos, Salmo 85, 2-3

martes, 22 de octubre de 2013

Dios cura nuestras heridas




Dios cura nuestras heridas con sus manos, y para tener manos se hizo hombre

Contemplación, cercanía, abundancia: son las tres palabras en torno a las cuales el papa Francisco centró su homilía en la misa del martes en la mañana en la Casa Santa Marta. El papa reiteró que no se puede entender a Dios sólo con la inteligencia, y subrayó que "el propósito de Dios" es "inmiscuirse" en nuestra vida para sanar nuestras heridas, tal como lo hizo Jesús.


Para entrar en el misterio de Dios no basta la inteligencia, sino que sirven "la contemplación, la cercanía y la abundancia", lo que ha tomado de la primera lectura de hoy: un pasaje de la carta de san Pablo a los Romanos. La Iglesia, ha dicho: "cuando quiere decirnos algo" sobre el misterio de Dios, "solamente utiliza una palabra: maravillosamente". Este misterio, prosiguió, es "un misterio maravilloso":

"Contemplar el misterio, esto que Pablo nos dice aquí, sobre nuestra salvación, sobre nuestra redención, solo se entiende de rodillas, en la contemplación. No solo con la inteligencia. Cuando la inteligencia quiere explicar un misterio, siempre, ¡siempre! enloquece. Y así sucedió en la historia de la Iglesia. La contemplación: inteligencia, corazón, de rodillas, rezando... todo junto, entrar en el misterio. Esa es la primera palabra que tal vez nos ayude".

La segunda palabra que nos ayudará a entrar en el misterio, dijo, es "cercanía". "Un hombre pecó --recordó-- y un hombre nos salvó". "¡Es el Dios que está cerca!" Y, continuó, "cerca de nosotros, de nuestra historia". Desde el primer momento, añadió, "cuando eligió a nuestro padre Abraham, caminó con su pueblo". Y esto también se ve con Jesús “que hace un trabajo de artesano, de trabajador".

"A mí, la imagen que me viene es aquella de la enfermera en un hospital: cura las heridas, una por una, pero con sus manos. Dios se involucra, se mete en nuestras miserias, se acerca a nuestras heridas y las cura con sus manos, y para tener manos se hizo hombre. Es un trabajo de Jesús, personal. Un hombre trajo el pecado, un hombre viene a sanarlo. Cercanía. Dios no nos salva solo por un decreto o una ley; nos salva con ternura, con caricias, nos salva con su vida, por nosotros".

La tercera palabra, continuó Francisco, es "abundancia". "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia". "Cada uno de nosotros --observó-- conoce sus miserias, las conoce bien. ¡Y abundan!" Pero, advirtió, "el desafío de Dios es vencer esto, sanar las heridas", como lo hizo Jesús. Más aún: "hacer aquel don sobreabundante de su amor, de su gracia". Y así, advirtió el papa Francisco, "se entiende aquella preferencia de Jesús por los pecadores".

"En el corazón de este pueblo abundaba el pecado. Pero Él vino a ellos con la sobreabundancia de la gracia y el amor. La gracia de Dios siempre gana, porque es Él mismo quien se entrega, se acerca, que nos acaricia, que nos sana. Y para ello, aunque tal vez a algunos de nosotros no nos gusta decir esto, pero los que están más cerca del corazón de Jesús son los más pecadores, porque él va a buscarlos, llama a todos: ‘¡Vengan, vengan!'. Y cuando le piden una explicación, él dice: ‘Pero los que tienen buena salud no tienen necesidad del médico; yo he venido para sanar, para salvar'".

"Algunos santos --afirmó-- dicen que uno de los pecados más feos es la desconfianza: desconfiar de Dios". Pero, se pregunta el santo padre, "¿cómo podemos desconfiar de un Dios tan cercano, tan bueno, que prefiere nuestro corazón de pecador?" Este misterio, reiteró, "no es fácil de entender, no se entiende bien, con la inteligencia". Solamente quizás nos ayuden estas tres palabras: la contemplación, la proximidad y la abundancia. Es un Dios, concluyó el papa, "que siempre gana con la superabundancia de su gracia, con su ternura, con la riqueza de su misericordia".


Autor: S.S. Francisco Traducido y adaptado por José A. Varela del texto en italiano de Radio Vaticana.

viernes, 18 de octubre de 2013

Orar sin cesar






« Les dijo una parábola para mostrarles que hay que orar sin cesar”

    "Todas mis ansias están en tu presencia" (Sal. 37,10)... Tu deseo, es tu oración; si tu deseo es continuo, tu oración también es continua. Por eso el apóstol Pablo dijo: "orar sin cesar" (1Te 5,17). ¿Puede decirlo porque, sin tregua, doblamos la rodilla, prosternamos nuestro cuerpo, o elevamos las manos hacia Dios? Si decimos que rezamos sólo en estas condiciones, no creo que pudiéramos hacerlo sin tregua.

    Pero hay otra oración, interior, que es sin tregua: es el deseo. Aunque te encuentres en cualquier ocupación, si deseas este descanso del sábado, del que hablamos, rezas sin cesar. Si no quieres dejar de rogar, no dejes de desear.

    ¿Tu deseo es continuo? Entonces tu grito es continuo. Te callarás sólo si dejas de amar ¿Quienes son los que se callaron? Son aquellos sobre los que se dijo: "al crecer la maldad, la caridad de muchos se enfriará" (Mt 24,12). La caridad que se enfría, es el corazón que se calla; la caridad que quema, es el corazón que grita. Si tu caridad subsiste sin cesar, gritas sin cesar; si gritas sin cesar, es porque deseas siempre; si estás repleto de este deseo, es porque piensas en el descanso eterno.


Autor: San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia. Discurso sobre los Salmos, Sal. 37, 14

jueves, 17 de octubre de 2013

Aquí me llego



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Aquí me llego, todopoderoso y eterno Dios, al sacramento de vuestro unigénito Hijo mi Señor Jesucristo, como enfermo al médico de la vida, como manchado a la fuente de misericordias, como ciego a la luz de la claridad eterna, como pobre y desvalido al Señor de los cielos y tierra.

Ruego, pues, a vuestra infinita bondad y misericordia, tengáis por bien sanar mi enfermedad, limpiar mi suciedad, alumbrar mi ceguedad, enriquecer mi pobreza y vestir mi desnudez, para que así pueda yo recibir el Pan de los Angeles, al Rey de los Reyes, al Señor de los señores, con tanta reverencia y humildad, con tanta contrición y devoción, con tal fe y tal pureza, y con tal propósito e intención, cual conviene para la salud de mi alma.

Dame, Señor, que reciba yo, no sólo el sacramento del Sacratísimo Cuerpo y Sangre, sino también la virtud y gracia del sacramento !Oh benignísimo Dios!, concededme que albergue yo en mi corazón de tal modo el Cuerpo de vuestro unigénito Hijo, nuestro Señor Jesucristo, Cuerpo adorable que tomó de la Virgen María, que merezca incorporarme a su Cuerpo místico, y contarme como a uno de sus miembros.

!Oh piadosísimo Padre!, otorgadme que este unigénito Hijo vuestro, al cual deseo ahora recibir encubierto y debajo del velo en esta vida, merezca yo verle para siempre, descubierto y sin velo, en la otra. El cual con Vos vive y reina en unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén.


Autor: Santo Tomás de Aquino

martes, 15 de octubre de 2013

¿Por qué el mal, por qué el dolor, por qué el sufrimiento?




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¿Por qué el mal, por qué el dolor, por qué el sufrimiento?

Son estos los interrogantes que el hombre se ha planteado desde los tiempos primitivos, intentando dar una respuesta. En estos términos habla el Papa Juan Pablo II en el comienzo de su carta sobre el valor salvífico del sufrimiento:

"El tema del sufrimiento... es un tema universal que acompaña al hombre a lo largo Y ancho de la geografía. En cierto sentido coexiste con él en el inundo y por ello hay que volver sobre el constantemente. Aunque San Pablo ha escrito en la carta a los Romanos que «la creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto» (Rm 8,22); aunque el hombre conoce bien y tiene presentes los sufrimientos del mundo animal, sin embargo lo que expresamos con la palabra «sufrimiento» parece ser particularmente esencial a la naturaleza del hombre. Ello es tan profundo como el hombre, precisamente porque manifiesta a su manera la profundidad propia del hombre y de algún modo la supera. El sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre; es uno de esos puntos en los que el hombre está en cierto sentido «destinado» a superarse a sí mismo, y de manera misteriosa es llamado a hacerlo". (SD 2)

"El sufrimiento humano suscita compasión, suscita también respeto, y a su manera atemoriza. En efecto, en él está contenida la grandeza de un misterio específico. Ele particular respeto por todo sufrimiento humano debe ser puesto al principio de cuanto será expuesto a continuación desde la más profunda necesidad del corazón, y también desde el profundo imperativo de la fe: la necesidad del corazón nos manda vencer el temor, y el imperativo de la fe... brinda el contenido, en nombre y en virtud del cual osamos tocar lo que parece en todo hombre algo tan intangible: porque el hombre, en su sufrimiento, es un misterio intangible". (SD 4)

¿Qué entendemos por dolor y qué entendemos por sufrimiento?

"El sufrimiento es algo todavía más amplio que la enfermedad, más complejo y a la vez aún más profundamente enraizado en la humanidad misma. Una cierta idea de este problema nos viene de la distinción entre sufrimiento físico y sufrimiento moral. Esta distinción toma como fundamento la doble dimensión del ser humano, e indica el elemento corporal y espiritual como el inmediato o directo sujeto del sufrimiento... El sufrimiento físico se da cuando de cualquier manera «duele el cuerpo», mientras que el sufrimiento moral es «dolor del alma».

Se trata, en efecto, del dolor de tipo espiritual, y no sólo de la dimensión «psíquica» del dolor que acompaña tanto el sufrimiento moral como el físico". (SD 5)

Hay que notar como cuando sufrimos tiene una importancia fundamental descubrir el sentido de nuestro sufrir. Es distinta la situación de quien sufre sin saber el por qué, de quien sufre habiendo descubierto el por qué de su sufrimiento. Cada uno de nosotros se dispone mejor a sufrir los dolores de una operación y del tiempo post operatorio, si sabe que esto le servirá para recuperar la salud. Mientras, al contrario, un enfermo de cáncer, que sabe que se va a morir en un breve espacio de tiempo, aunque tenga menos dolores, sufre mucho más. En el primer caso, en efecto, soportamos mejor porque tenemos la certeza de ser curados, mientras que quien está sin esperanza está tentado por la desesperación y, a lo mejor de, quitarse la vida[4].

"Dentro de cada sufrimiento experimentado por el hombre, y también en lo profundo del mundo del sufrimiento, aparece inevitablemente la pregunta: ¿por qué? Es una pregunta acerca de la causa, la razón; una pregunta acerca de la finalidad (para qué); en definitiva, acerca del sentido. Esta no sólo acompaña el sufrimiento humano, sino que parece determinar incluso el contenido humano, eso por lo que el sufrimiento es propiamente sufrimiento humano.

Obviamente el dolor, sobre todo el físico, está ampliamente difundido en el mundo de los animales. Pero solamente el hombre, cuando sufre, sabe que sufre y se pregunta por qué; y sufre de manera humanamente aún más profunda, si no encuentra una respuesta satisfactoria". (SD 9).


Algunas respuestas al problema del sufrimiento

Antes de exponer la respuesta de la Revelación al problema del sufrimiento, echemos una mirada rapidísima a algunas de las respuestas dadas a lo largo de la historia en las distintas culturas, que nos ayude a comprender mejor también la respuesta hodierna a la enfermedad, a la vejez y a la muerte.

Para esta visión emplearé también, con su consentimiento, un estudio hecho por un Presbítero del Redemptoris Mater de Madrid que cito en la bibliografía[5].

De la antigüedad al Renacimiento[6]

En el mundo mesopotámico y egipcio la enfermedad, la vejez y la muerte se vivían como si estuvieran profundamente vinculadas a lo sacro, a la divinidad. En muchos pueblos el sacerdote o el brujo desempeñaban también el papel de curandero, de médico, sobre todo con remedios sacados de la naturaleza (hierbas, sangrías, etc.). Por eso quien estaba afligido por alguna enfermedad o problema grave recurría al templo donde el sacerdote hacía unos ritos, ofrecía unos sacrificios a la divinidad para obtener la curación y al mismo tiempo brindaba aquellos remedios que la medicina rudimentaria podía ofrecer para aplacar el dolor y obtener la curación.

Por otra parte, en general, en los 4 la enfermedad, la vejez y la muerte se vivían como si se trataran de procesos naturales que tocaban también el mundo animal y el mundo vegetal: en la naturaleza todo nace, crece, se desarrolla y madura y después se deteriora. Por ejemplo, en la cultura de los pueblos indianos el anciano se iba a la foresta para dejarse morir y reunirse a través de la muerte a sus antepasados.

En el mundo greco-romano, aun manteniéndose la relación sagrada de la enfermedad y de la muerte, empieza a desarrollarse la medicina como ciencia capaz de diagnosticar las causas de la enfermedad y de ofrecer remedios menos rudimentales y más eficaces. (Hipócrates, Galeno).

"En la Edad Media, por influencia del cristianismo, la enfermedad y la terapia se mantienen en un contexto sagrado. Será la Escolástica la que impondrá a la medicina el tener que obrar una síntesis entre contenidos y tradiciones disparatadas, abriendo así el camino al paso de la medicina de arte a ciencia".[7]

El Renacimiento puede ser considerado el terreno de cultivo en que maduran los contenidos de la ciencia moderna, ya que los grandes estudiosos de aquel tiempo se colocaron en una nueva óptica en la consideración del mundo.

En este periodo, asistimos a una verdadera y propia "revolución antropológica" y el hombre se convierte en el centro nodal de la creación. Esta nueva situación se relaciona a una especie de revolución religiosa.[8]

Pero es sobre todo Descartes (1596-1650) que

"funda la concepción de la naturaleza en un dualismo fundamental: el del espíritu (o res cogitans) la sustancia pensante, y el de la materia (o res extensa), la "sustancia extendida". El cuerpo separado de la mente, empieza su historia como suma de partes sin interioridad y la mente como interioridad sin sustancia... El cuerpo, con Descartes, se convierte en "organismo´, así que todos los aspectos cualitativos se resuelven como cuantitativos, es decir, mensurables...: a un decidido idealismo y espiritualismo en metafísica y moral se asocia un no menos decidido mecanicismo en biología y medicina: es un idealismo que, en algunos puntos, termina por coincidir con el materialismo".[9]

La respuesta de la ilustración racionalista

Ha sido en el siglo XVIII cuando ha aparecido, con mucha fuerza, la convicción utópica de que los hombres podíamos y teníamos que eliminar los sufrimientos y ser felices aquí en la Tierra (...) La Naturaleza era toda buena, la Razón todopoderosa y con tal de que los hombres se dejasen guiar por la Razón y por la Naturaleza, serían felices (...) Todas las filosofías materialistas han soñado con la utopía de una forma de existencia sin dolor o en la que el dolor esté dominado; pervive en ellas la imagen de un hombre dotado de una integridad original y natural.[10] En la Encíclica Evangelium vitae, el Papa Juan Pablo II afirma al respecto:

"El eclipse del sentido de Dios y del hombre conduce inevitablemente al materialismo práctico, en el que proliferan el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo. Se manifiesta también aquí la perenne validez de lo que escribió el Apóstol: « Como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento de Dios, Dios los entregó a su mente insensata, para que hicieran lo que no conviene » (Rm 1, 28). Así, los valores del ser son sustituidos por los del tener. El único fin que cuenta es la consecución del propio bienestar material. La llamada «calidad de vida» se interpreta principal o exclusivamente como eficiencia económica, consumismo desordenado, belleza y goce de la vida física, olvidando las dimensiones más profundas —relacionales, espirituales y religiosas— de la existencia.

En semejante contexto el sufrimiento, elemento inevitable de la existencia humana, aunque también factor de posible crecimiento personal, es «censurado», rechazado como inútil, más aún, combatido como mal que debe evitarse siempre y de cualquier modo. Cuando no es posible evitarlo y la perspectiva de un bienestar al menos futuro se desvanece, entonces parece que la vida ha perdido ya todo sentido y aumenta en el hombre la tentación de reivindicar el derecho a su supresión".(EV 23)[11]

Junto a esta concepción de la enfermedad, los cambios sociales en las últimas décadas han conformado una cultura que presenta dos características específicas:

a) Escasa capacidad de sufrimiento: nuestra sociedad es presa de un creciente infantilismo que impulsa sin cesar hacia una inmediata satisfacción y que incapacita para soportar situaciones en las que no se obtiene un placer inmediato. Actualmente, se utilizan sistemáticamente psicofármacos para suprimir las molestias normales de la vida, para disminuir todo temor o nerviosismo.

b) Pasividad y falta de sentido: las sociedades primitivas no podían ofertar soluciones a la enfermedad o la muerte, pero, por el contrario, eran capaces de ofrecer un sentido global (...) Nuestra sociedad, a diferencia de las primitivas, tiende a la abolición del sufrimiento´ de la forma más patológica desde el punto de vista psicológico: negando la existencia del sufrimiento, negando la realidad. En este contexto, el sufrimiento no tiene sentido porque, simplemente, no existe. La enfermedad terminal es un fracaso de la ciencia y, por tanto, de la sociedad en su conjunto (...) Nuestra sociedad es la única en la historia que se ha atrevido a llegar a este extremo».[12]


Autor: Mario Pezzi | Fuente: mscperu.org