Lo que veis en el altar de Dios..., es el pan y el cáliz:
esto es lo que vuestros ojos os indican. Pero es vuestra fe quien quiere ser
instruida, que ese pan es el cuerpo de Cristo, que ese cáliz es su sangre. Esto
supone una breve fórmula, que puede bastar a la fe. Pero la fe busca
instruirse... ¿Cómo este pan es su cuerpo, y este cáliz, o más bien su
contenido, puede ser su sangre?
Hermanos míos esto
es lo que se llaman sacramentos: muestran una realidad y de ellos se deduce
otra. Lo que vemos es una apariencia corporal en tanto que lo que comprendemos
es un fruto espiritual. Si queréis
comprender lo que es el cuerpo de Cristo, escuchad al Apóstol, que dice a los
fieles: “sois el cuerpo de Cristo, y cada uno de vosotros, sois los miembros de
ese cuerpo” (1 Co 12,17). Así pues si sois vosotros el cuerpo de Cristo y sus
miembros, es vuestro misterio quien se encuentra en la mesa del Señor, es
vuestro misterio lo que recibís. A esto, lo que sois, responded: “Amén” y con
esta respuesta, lo suscribiréis. Se os dice: «el cuerpo de Cristo» y respondéis
“Amén”. Sed pues miembros del cuerpo de Cristo para que este Amén sea
verdadero.
¿Por qué pues el
cuerpo está en el pan? Aquí aun, no decimos nada de nosotros mismos, escuchemos
una vez más al Apóstol, quien, hablando de este sacramento nos dice: “porque el
pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo” (1 Co 10,17) ¡Comprended
esto y permaneced en la alegría: unidad, verdad, piedad, caridad! “Un solo
pan”; ¿quién es este pan único? “un solo cuerpo, nosotros que somos muchos”.
Recordad que no se hace pan con un solo grano, sino con muchos. Sed lo que
veis, y recibid lo que sois.
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte),
doctor de la Iglesia. Sermón 272, A los nuevos bautizados, sobre el sacramento
Doy por
seguro, Señor, que millares y millares, por no decir millones, de hombres y de
mujeres, a lo largo de más de cuatro siglos, han recitado el Alma de Cristo,
siguiendo la recomendación de San Ignacio, para el final de la oración personal
o en momentos de especial intensidad religiosa. Esas letrillas litánicas, que
el santo nombraba todavía en latín, te presentan, Señor crucificado, un recital
breve y silencioso de querencias íntimas, nacidas todas ellas de nuestra
pobreza radical. Son las cuentas preciosas de un misterio del rosario, a la vez
doloroso y glorioso. Intentaré repasar, grano a grano, esta espiga de
invocaciones.
Alma de Cristo, santifícame
Tú sabes
mejor que yo a cuántos equívocos se presta hoy el nombre mismo del alma.
Entiendo por alma con la Biblia, la Iglesia y la tradición cultural a la que
pertenezco, esa otra dimensión fundante, invisible e inmortal de mi ser, que
anima y sostiene la vida de mi cuerpo, que con él me hace persona, donde se
asientan la inteligencia, la libertad, el amor y la dignidad del hombre. De
donde brotan también, por su cara obscura, el pecado y la maldad, la abyección
y la podredumbre moral.
Sobre mi
alma, que soy yo mismo, sobre su desnudez indigente y pecadora, derrama, ¡oh
Cristo!, la gracia, la luz y la santidad de la tuya.
Cuerpo de Cristo, sálvame
Me refiero a
tu cuerpo viviente y humano, gestado por el Espíritu en las entrañas de María,
amamantado a sus pechos, crecido y curtido en el taller de José. Enrolado, de
niño y de joven, en juegos, caminatas y debates, en la sinagoga y en el templo.
Metido entre la gente, israelita cabal, hijo del carpintero. Y luego sudoroso
en los caminos de Galilea y de Judea, sin cabezal para el descanso, dormido sobre
la barca, profeta erguido y entrañable, Hijo del hombre.
Me acojo a
ese cuerpo mortal de cordero inocente, llevado al sacrificio, abofeteado,
sangrante y escarnecido. Colgado después de tres clavos, traspasado por la
lanza, muerto y silencioso, grano de trigo en el sepulcro. Te adoro, cuerpo
resucitado y glorioso de mi único Señor, vivo para siempre, blanco cordero
celestial, vencedor de tu muerte y de la mía. Y, ¿cómo no?, cuerpo eucarístico
de Jesús, pan vivo bajado del cielo, manjar de resurrección para mi carne ciega
y mortal, proclive a los siete pecados. ¡Sálvame, cuerpo místico de Cristo,
cabeza de la Iglesia, de la que soy miembro agradecido!.
¡Oh buen Jesús, óyeme
Tampoco esto
viene muy a cuento, en una letanía de peticiones concretas. Tendría yo que
decirte como tú al Padre: ¡Sé que siempre me oyes! Pero es que estoy pidiéndote
santidad, salvación, pureza de alma, experiencia de tí, fortaleza en mis
cruces. Me asalta, perdón, la duda de si no me estás oyendo tú, o yo te estoy
pidiendo demasiado. Es un decir, Señor. Lo que pasa es que, entre nosotros los
hombres, yo el primero, ocurre a menudo que no le echas cuentas al que se desahoga
contigo, al que espera tu escucha de sus cuitas.
Sigo, pues,
mi letanía, tras este descansillo afectivo, y perdona mi atrevimiento en lo que
paso a decirte.
Dentro de tus llagas, escóndeme
Esto le iría
a San Francisco o Santa Teresa. Pero, ¿a mí? Ha habido contemplativos en la
Iglesia que, por gracia singular, han llevado en sus manos, en sus pies y en su
costado los estigmas de tus llagas. Jesús, yo no pido tanto, pero sí que me
escondas místicamente en tus llagas sacrosantas, que es decir en lo más íntimo
de tu ser divino. No pretendo ser el único, ¡hasta eso podríamos llegar!
Ábrenos tus cinco ventanas, hoy de luz y de gloria, al montón infinito de
cristianos que buscamos tu rostro. Señor, tú sabes que te amo.
No permitas que me aparte de tI
Pero, ¿cómo
puedo, Cristo mío, cantar victoria? ¿Acaso estamos ya en las Bodas eternas, en
la casa del Padre, en la mansión de la luz y de la paz? No, por cierto y por
desgracia. Aunque tú hicieras realidad conmigo la metáfora inefable de
esconderme en tus llagas benditas, todavía en esta carne de pecado, tú no te
fies ni un pelo del uso y abuso insensato que yo puedo hacer de mi albedrío.
Igual os
pediría a ti y a tu Padre la herencia que me tenéis asignada, para quemarla
luego a mis anchas por el mundo. No soy de pasta distinta que la de los
apóstatas, adúlteros, o simples cabezas locas que en el mundo han sido. Por
eso, Señor, al igual que el Jueves Santo conserva el sacerdote, colgada a su
cuello, la llave preciosa del monumento, haz tú eso mismo con las llaves de tus
cinco llagas para que, una vez dentro, no sienta yo jamás el arrebato de
escaparme. Tú ya nos conoces. No permitas, entonces, que me aparte de ti.
Del maligno enemigo defiéndeme
Es que,
Señor, vivimos en zozobra. Recibimos y paladeamos tus dádivas exquisitas, al
tiempo que ejercen sobre nosotros una presión constante y abrumadora el mundo,
el demonio y la carne. Son las fuerzas del mal, el misterio de iniquidad, o el
aguijón del pecado que se clavaba en las carnes de San Pablo. Las cosas son así
y nosotros, según confesaba el mismo apóstol, "no estamos guerreando
únicamente contra la sangre y la carne, sino contra los principados, potestades
y dominaciones de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los
aires".
Conozco,
cómo no?, la sonrisa de superioridad de algunos ante esas supuestas mitologías,
una actitud que a todos nos tienta un poco. Pero, ¿quién que esté empeñado cada
día en el combate cristiano no experimenta, de sobra, todo eso y mucho más? Tú,
Señor, derrotaste al maligno en el desierto de Judá.
En la hora de mi muerte llámame, y mándame ir a ti, para que con tus
santos te alabe por los siglos de los siglos
se me
desatan al final, Jesús bendito, la lengua y el corazón, implorando de ti sin
rodeos la suerte buena de una buena muerte. Toma tú entonces, amigo mío, la
iniciativa final de llevarme a ti en el momento más solemne de mi destino.
Hazme pasar, entonces y para siempre, del reino de la queja al de la alabanza.
Eso es lo que quiero yo, quizá con solapado egoísmo: cantar eternamente tus
alabanzas, aunque ello no supusiera para mi la plenitud eterna de la dicha.
Resulta, empero, que por eso mismo lo es. Vocación, pues, eterna la mía de
músico y de cantor. ¡Afina tú el instrumento, Señor soberano! Amen.
Autor: Antonio
Montero Moreno (Arzobispo de Mérida-Badajoz)
En la
formación religiosa de todo cristiano ocupan un lugar muy relevante aquellas
plegarias que desde niños hemos estado escuchando y rezando. De una forma
imperceptible pero eficaz esas oraciones han ido formando nuestra piedad y
delineando nuestro trato con Dios, con la Santísima Virgen, con el ángel de la
guarda y con los santos; han enriquecido nuestra oración con unas determinadas
actitudes, sentimientos y modos de invocar que sin duda influyen hoy en nuestra
vida.
Sin embargo,
tales oraciones, a base de repetición, pueden perder su brillo y atractivo,
como ciertas hermosas catedrales y monumentos que ya no inspiran nada al
transeúnte que ha vivido siempre frente a ellas. No obstante, bastaría
detenerse un momento y contemplarlas tranquilamente para arrancarles nuevos
secretos y emociones.
Una de estas
oraciones es la Salve Regina. Se trata de una oración muy antigua: consta por
la historia que ya existía en el siglo XI, antes de la primera cruzada y, de
hecho, su vocabulario rebosa de la cortesía y galantería que por aquellos
tiempos se comenzaba a abrir paso en la sociedad. La Salve es una oración que
ha gustado en todas las épocas por su brevedad y sencillez, por su ternura y
profundidad, en la que se entrelazan de modo admirable la tristeza del peregrino
y la esperanza del creyente: no por nada, tanto los franceses como los
españoles y alemanes se han disputado siempre su autoría.
La Salve es
un maravilloso ejemplo de lo que significa una oración "esencial". En
ella se hace una única petición: et Jesum, benedictum fructum ventris tui,
nobis post hoc exsilium, ostende. Esta única súplica va precedida de un saludo
(Salve, Regina, Mater misericordiae, vita, dulcedo, et spes nostra, salve) y de
una breve presentación (Ad te clamamus, exsules filii Evae; ad te suspiramus,
gementes et flentes in hac lacrimarum valle). Termina con una brevísima
"coda": O clemens, o pia, o dulcis Virgo Maria.
El adjetivo
"nuestra" nos indica que cuando rezamos esta oración no nos
presentamos...
Saludo
El saludo es
una sucesión rápida pero abundante de piropos, que tienen la función de atraer
la mirada y ganar la benevolencia de la Santísima Virgen. Los latinos dirían
que es la captatio benevolentiae con la que debe comenzar todo buen discurso.
- Salve es
el típico saludo latino, respetuoso y familiar al mismo tiempo, y ciertamente,
no tan solemne como la traducción española: "Dios te salve". Es
simplemente un augurio de buena salud.
- Regina: es
el primer piropo de la oración. Es verdad que María es Reina, pero no es normal
que un hijo llame así a su madre: nosotros no nos dirigimos a nuestras madres
recordándoles sus títulos: <"doctora o licenciada"... Si alguna
vez lo hacemos está claro que hay de por medio una intención bien concreta:
queremos llegar a nuestra madre por el lado femenino -toda mamá guarda siempre
algo de la coquetería femenina- para obtener mejor lo que deseamos. Por otra
parte, este título también nos recuerda -a María y a nosotros- que Ella, por
ser reina, es poderosa y puede concedernos lo que le pedimos.
- Mater
misericordiae: inmediatamente después la oración pasa al título más querido por
nosotros: Mater. Y además, con un matiz especial: misericordiae. El que suplica
quiere salir al paso, cuanto antes, de una posible objeción: es cierto que él
no se presenta con méritos y que no tiene ningún derecho para obtener lo que
pide. Su único argumento es que Ella, María, es misericordiosa. También el
Mater misericordiae se podría traducir, aunque no es el sentido de esta
oración, como "Madre de la Misericordia", es decir, Madre de Cristo,
de Jesús, que es la misericordia infinita, como diciendo: "Tu hijo no
tendría ningún problema en que me concedieras esto que te pido... Él es la
misericordia misma".
- Vita,
dulcedo: apelativos muy tiernos y cariñosos. Creo que no hay oración mariana en
la que le dirijamos nombres más dulces: "mi vida... dulzura...". Spes
nostra: el adjetivo "nuestra" nos indica que cuando rezamos esta
oración no nos presentamos a María como hijos únicos, sino junto con todos los
hermanos. Si ya de por sí es difícil a una madre resistirse cuando su hijo le
pide algo, ¿qué será cuándo se le presentan todos al mismo tiempo?
...a María
como hijos únicos, sino junto con todos los hermanos.
Presentación
de la súplica
Antes de
entrar de lleno en su única petición, el suplicante se presenta a sí mismo y
describe el estado en el que se encuentra:
- Clamamus:
la traducción exacta es más fuerte que la que ordinariamente se usa en
castellano. No sería "llamamos" sino más bien "gritamos" o
"clamamos". Suspiramus: indica esa dificultad para respirar propia de
aquél al que le asaltan las lágrimas o una pena muy grande. Gementes et
flentes: describe dos formas de llorar: ruidosa y violenta una, suave y mansa
la otra. No hace falta más introducción para expresar que el suplicante no es
feliz y que se encuentra en una situación de necesidad. Exsules filii Hevae:
sin concretar sus penas, las resume todas ellas en su condición de pecador
(hijo de Eva), desterrado de un Paraíso maravilloso que podría haber sido suyo.
Esta nostalgia del Paraíso perdido se hace más acuciante todavía en esos
momentos de abatimiento y de tristeza que la vida tiene y que están
maravillosamente sintetizados con la alusión a las lágrimas y con la imagen
geografica del valle: in hac lacrimarum valle. Mientras la montaña sugiere
sentimientos de exaltación, luminosidad y fuerza, al valle, por el contrario,
le acompaña la niebla, la oscuridad, la incertidumbre.
Petición
Antes de
hacer la petición, una última alabanza, precedida de una expresión sumamente
coloquial: eia: ea, venga!, orsù dirian los italianos.
- Advocata:
"si tú, que eres nuestra defensora, no nos ayudas, ¿a quién vamos a
recurrir?". Es una invocación que pone a María entre la espada y la
pared... Illos tuos misericordes oculos ad nos converte: el suplicante, antes
de pedirle a la Santísima Virgen la gracia que necesita, le pide que le mire:
¿cómo va a negar algo una madre cuando su hijo le está mirando a los ojos? Por
eso, el hijo le pide a María que, por favor, le mire. Pero, obviamente, no lo
dice así, sino con un giro poético y finísimo: "dirige hacia nosotros esos
tus ojos misericordiosos". De nuevo, otro piropo a María como mujer: y
concretamente a sus ojos, cuya belleza natural se ve potenciada por el amor y
la misericordia que en ellos se reflejan.
Finalmente,
llegamos a la petición. En latín, por el hipérbaton característico, que pone
normalmente el verbo al final, la construcción de la frase tiene un encanto
especial: et Jesum, benedictum fructum ventris tui, nobis post hoc exsilium,
ostende. Refleja muy bien el titubeo, la indecisión, los anacolutos del que
quiere hacer una petición difícil y no sabe cómo comenzar. Una traducción
literal sería ésta: "y a Jesús, que es el fruto bendito de tu vientre... a
nosotros, después de este exilio... muéstranoslo".
¡Qué bien
dicho! La idea es que nos deje entrar en el cielo, que nos alcance esa gracia.
Pero no lo dice de modo tan directo y burdo, pues podría parecer una petición
interesada. El suplicante quiere expresar que lo de menos es el cielo; lo que a
él le interesa es... ver a Jesús. Obviamente, es lo mismo, pero dicho de modo
más fino, más elegante. Esto me recuerda una anécdota de mi infancia: cuando
era pequeño en mi barrio existía la costumbre de invitar a todos los amigos de
los hermanos a una pequeña merienda cuando nacía un nuevo niño.
Pues bien,
cuando mis amigos y yo nos enterábamos de que en tal casa se estaba festejando
un nuevo nacimiento, acudíamos a la casa aunque no tuviéramos nada que ver con
la familia, y le preguntábamos a la señora: "Disculpe, señora, ¿nos deja
ver al niño?". La señora, emocionada y contenta de ver niños tan
modositos, nos hacía pasar de mil amores y nos mostraba a la criatura. Después
de esto, obviamente, no nos iba a echar de la fiesta con las manos vacías...
Los momentos
de abatimiento y de tristeza de esta vida están sintetizados con la alusión a
las lágrimas.
Coda final
La coda, que
algunos atribuyen a san Bernardo, es el broche final y la despedida de esta
hermosísima oración: · O clemens: invoca la clemencia de María y muy
discretamente hace referencia a nuestra condición de pecadores. O pia alude a
nuestra triste condición de hombres que sufren. O dulcis Virgo sintetiza todos
los cariñosos apelativos que se le han dirigido a la Virgen a lo largo de la
oración. Y concluye de modo magistral pronunciando simplemente el nombre de
María: Maria. El último recurso para alcanzar de la Virgen la gracia de las
gracias: pronunciar su nombre con un hilo de voz, con amor y mirándola
confiadamente a los ojos.
Se trata de
la bellísima salutación del Ave María, repetida centenares de veces por todos
los devotos de la Virgen, sobre todo durante el rezo del Santo Rosario.
Y sabemos
que esta plegaria tiene dos partes.
La primera
parte:
Eetá formada
por las palabras del ángel de la anunciación: “Ave, llena de gracia, el Señor
está contigo” (Lc. 1,28) , a los que se han agregado las que pronunció Santa
Isabel al recibir la visita de su prima María: “Bendita tú entre las mujeres y
bendito el fruto de tu vientre” (Lc. 1,42) . La Iglesia ha añadido el nombre de
“María” al principio y el de “Jesús” al final.
¡Es un himno
de sublime alabanza, absolutamente desinteresado, pues no se le pide nada a
María!
La segunda
parte:
Comenzó a
aparecer en la Iglesia en el siglo XIV, pero su uso no se hizo universal hasta
que San Pío V, al promulgar el Breviario Romano en 1568, mandó que se rezase:
“Santa
María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de
nuestra muerte. Amén”
Una alabanza
y una súplica sentida y humilde.
Ave: ¡Dios
té salve! ¡La paz sea contigo! Así saludaba Cristo a los suyos.
Hoy
correspondería en lenguaje cristiano a estas expresiones populares y devotas:
“Dios le guarde, buenos días nos dé Dios, vaya con Dios, quede con Dios, adiós”
Es tener presente a Dios en todo, estar bajo su mirada y providencia.
María: la
más bella música que han podido formar cinco letras (Pemán). Es una palabra
dulcísima, la más tierna y entrañable para un cristiano.
María
significa: “Señora”, “Belleza”, “Estrella del mar”, con todo lo que significa
“Estrella”: guía, amparo, refugio, esperanza, consuelo, socorro. María es
Estrella.
Así como la
Estrella guía al navegante al puerto, así María nos guía al cielo.
Así como la
estrella da aliento y esperanza, así María nos da fuerza.
Así como la
estrella en medio de la tempestad consuela, así María nos alegra en nuestras
luchas.
La Virgen es
nuestra Estrella del mar, que disipa las nubes de los engaños y errores con que
nos seduce el demonio.
Por eso, el
nombre de “María” debemos tenerlo frecuentemente en los labios y en el corazón.
También
María significa “Mar amargo”, por la inmensidad de sus penas en la pasión de Su
Hijo, por la ingratitud de los pecadores, por la tristeza de su condenación.
Llena de
gracias: significa abundancia, posesión, permanencia, estado. Llena de gracias
en el alma, para obrar de gracia, es decir, de santidad, llena de gracia porque
fue habitada por Dios.
El Señor es
contigo: indica la presencia de Dios activa y eficaz para la misión
encomendada. Esta presencia llena de gozo y alegría. Dios está con Ella. Está
invadida de Dios.
Bendita tú
entre las mujeres: por ser la Madre de Dios, escogida y preferida... por ser
madre y virgen, única entre todas las mujeres... por ser concebida sin pecado
original... por ser más santa que todas las mujeres santas del mundo. Por eso,
sólo a ella le han levantado en toso el mundo altares, templos y ermitas.
Y bendito el
fruto de tu vientre: es Jesús ese fruto. Es un fruto hermoso, sabroso,
suculento, suave. Quien lo come quedará saciado. El fruto que nos ofreció Eva
fue un fruto de muerte. María nos ofrece el fruto de la Salvación. La fragancia
de este bendito fruto, viene exhalada en la Eucaristía.
Jesús:
palabra que añadió la Iglesia al final de la 1° parte del Ave María Jesús
significa la salvación de Jahvé.
Santa María,
Madre de Dios: Así comienza la 2° parte. Santa, Santa porque cumplió
fidelisimamente la voluntad de Dios en todo. Ser santos, para eso vinimos a la
tierra. Y es Madre de Dios, no madre de un serafín o de un querubín. Madre del
Soberano Dios.
Ruega por
nosotros: que estamos desterrados en este valle de lágrimas... que somos
pecadores... que estamos tentados.
Pecadores:
somos pecadores, lo contrario que ella. Pecamos con los ojos, por inmodestia;
con el oído, por oír conversaciones vanas: con la lengua, por hablar mal; con
el paladar, por gula en los manjares; con la fantasía, por imaginaciones
peligrosas; con el entendimiento, por pensar mal, con la memoria, por recuerdos
nocivos; con el corazón por malos deseos.
Ahora: en
este día, en esta hora en este momento de luz o de oscuridad, de paz o
desasosiego, de tentación o de calma. Ahora, cuando camino, cuando me subo al
autobús, cuando voy al trabajo, cuando salgo de vacaciones, cuando descanso.
Y en la hora
de nuestra muerte: que no sabemos cómo será, si cuándo será, ni cómo nos
sorprenderá. Es ese momentos el demonio nos traerá el recuerdo de nuestros pecados
pasados, el rigor de la justicia divina y la memoria del desprecio de tantas
gracias. En la hora de nuestra muerte, cuando el dolor de la enfermedad no nos
permita acudir a ti, que tengamos a nuestro lado a un sacerdote que nos
absuelva, que nos administre el Viático y nos dé la Unción de enfermos y nos
recomiende el alma, y así demos el último suspiro pronunciando tu santo nombre
y el de tu Hijo Jesús.
Quien reza
fervorosamente el avemaría tendrá la gracia de una santa muerte. No olvidemos
al acostarnos las tres Avemarías, prenda segura de una buena muerte.
Amén: así
es. Así lo creo
¡Qué hermosa
oración!
María, ruega
por nosotros.
Autor: P.
Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net
El
Papa Juan Pablo II dijo:"El Rosario es mi oración predilecta.
¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad."(JPII, 29 oct 78) Comenzó a rezarlo
desde joven y nunca lo dejó. Él mismo nos cuenta que el Rosario le acompañó en
momentos de alegría y de tribulación, y que en él encontró consuelo y le confió
sus preocupaciones.
No tan sólo el
testimonio de Juan Pablo II y de muchos otros Papas y Santos nos exhortan a
rezar el Rosario todos los días, sino la misma Virgen María se ha ocupado en
diversas ocasiones de pedirnos recurrir a esta forma de oración contemplativa,
especialmente para pedir por la paz del mundo.
Desde mi
adolescencia tengo el hábito de rezar el Rosario todos los días, pero debo
confesar quea veces caigo en la rutina: no siempre lo rezo
bien. A aquellos a quienes les pasa lo mismo que a mí, quisiera
compartirles algunos elementos que me ayudan para tratar de rezarlo mejor cada
día.
Entre los 8 consejos
hayactos, actitudes y reflexiones.
Los he ido extrayendo de documentos de la Iglesia, sobre todo del Papa Juan
Pablo II, de conversaciones con personas que disfrutan mucho el rezo del
Rosario y de mi propia experiencia.
1. Antes de iniciar
el Rosario es provechosoguardar unos segundos de
silencio para tomar conciencia de lo que vas a hacery así rezarlo con devoción, no
mecánicamente. Adoptar la actitud del hijo que se acerca con mucho cariño a su
Madre del cielo y decirle algo así: Aquí me tienes de nuevo, María, quiero
estar un rato contigo, mostrarte mi afecto, sentir tu cercanía; quiero que me
ayudes a conocer mejor a Tu Hijo, que me enseñes a rezar como Él y a parecerme
cada día más a Él.
2. Durante unos
minutos o durante todo el rezo del Rosario puedestener delante una imagen de la
Santísima Virgenque
te recuerde a la que está en el cielo. A partir de la imagen perceptible con
los sentidos, trae a la memoria a tu Madre del cielo y ponte espiritualmente en
Sus brazos.
3. Recuerda que el
Rosario consiste enmeditar y contemplar los principales episodios
de la vida de Cristo para conocerlo, amarlo e imitarlo.
Mientras rezas las diez Avemarías de cada misterio como si fueran una melodía
de fondo que tranquiliza y serena, centras tu oración en Cristo, su vida, sus
enseñanzas. Los misterios del Rosario son como un compendio del mensaje de
Cristo. Cada misterio tiene sus gracias especiales, grandes temas en qué
meditar, grandes enseñanzas. Meditar en los misterios de la vida de Cristo nos
ayuda a crecer en nuestra configuración en Él. No es un simple ejercicio
intelectual, sino un encuentro vivo con Cristo, pues por las virtudes
teologales podemos entrar en contacto real con Cristo.
4.
"Contemplarcon Maríael rostro de Cristo" (RVM, 3).
Ponte al lado de María y juntamente con Ella recuerda a Cristo. Si rezas así el
Rosario, verás que algo sucede en tu alma mientras lo rezas. Experimentas la
presencia de María que te dice que Ella está allí, siempre a tu lado, te abraza,
te enseña a contemplar a Jesús. Durante el Rosario, María trabaja de manera
especial en tu alma, modelándola conforme a la imagen de Jesús. Ella es quien
nos conduce de modo más seguro a Cristo y lo hace no sólo con su ejemplo sino
con una acción espiritual, profundamente eficaz. Cuando María y el Espíritu
Santo trabajan juntos, forman una mancuerna realmente poderosa.
5.
Rezar el Rosario es rezardesde el corazón de María.
"Aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y la
profundidad de su amor". (RVM 1) María es modelo insuperable de
contemplación. A partir de la experiencia de María, el Rosario es oración
contemplativa; es entrar a la escuela de oración de la Virgen María. Nos enseña
mostrándonos a Jesús y permitiéndonos ver cómo ella los vive interiormente.
6. Ten siempre
presente que el Rosarioes un arma poderosa. Rezándolo
con esta certeza de fe, obtenemos abundantes gracias a través de las manos de
María. La paz del mundo es una intención particularmente querida por María.
Otra intención muy especial y que, como dice Juan Pablo II, requiere hoy
"urgente atención y oración", es la familia.
7. Es una oración
queayuda a unificar e integrar toda la viday a ponerla en manos de Jesús y María,
pues a lo largo de los misterios del Rosario podemos ir poniendo en sus manos
las personas que más llevamos en el corazón, la familia, los amigos, la
Iglesia, la nación, la humanidad, la misión, el trabajo, las preocupaciones e
intenciones personales.
8. El hábito de
rezar el Rosario todos los díases un modo de asegurar un contacto diario con
la Virgen María, de expresarle todo tu afecto, veneración y
gratitud. Es bueno tratar de rezarlo cada día mejor, con más atención,
disponiéndote con las actitudes correctas, meditando mejor, poniendo más amor.
Muchos más consejos
prácticos podemos encontrarlos en la Carta ApostólicaRosarium Virginis Mariae, del Papa
Juan Pablo II, que encuentras aquí:
El contenido de
este artículo puede reproducirse total o parcialmente en internet, sin fines
comerciales y citando siempre al autor y la fuente de la siguiente manera:
Una oración
valiente, humilde y fuerte, cumple milagros: lo afirmó el Papa Francisco esta
mañana en la Misa presidida en la Casa de Santa Marta. La liturgia del día nos propone el pasaje del Evangelio en el que los discípulos
no logran sanar a un muchacho; Jesús debe intervenir lamentando la incredulidad
de los presentes; y al padre de aquel chico que le pide ayuda, responde que
“todo es posible para el que cree”.
El Santo Padre observó que a menudo también aquellos que aman a Jesús no
arriesgan mucho en su fe y no se confían completamente a Él: “Pero ¿por qué,
esta incredulidad? Creo que es justamente el corazón que no se abre, el corazón
cerrado, el corazón que quiere tener todo bajo control”.
Es un corazón que “no se abre” y no “deja a Jesús el control de las cosas ” –
explicó el Papa –. Cuando los discípulos preguntan por qué no han podido curar
al joven, el Señor responde que aquel “tipo de demonios no se puede eliminar
sino solo con la oración”. “Todos nosotros – subrayó el Santo Padre- llevamos
un poco de incredulidad, dentro”. Es necesaria “una oración fuerte, y esta
oración humilde y fuerte hace que Jesús pueda obrar el milagro. La oración para
pedir un milagro, para pedir una acción extraordinaria – prosiguió el Obispo de
Roma – debe ser una oración coral, que nos involucre a todos”.
A este propósito el Papa narró un episodio ocurrido en Argentina: una niña de 7
años se enfermó y los médicos le dieron pocas horas de vida. El papá, un
electricista, “hombre de fe”, “se puso como loco y en aquella locura” tomó un
autobús para ir al Santuario mariano de Lujan, distante 70 km: “Llegó ahí
pasadas las 9 de la noche, cuando todo estaba cerrado. Y comenzó a rezar a la
Virgen, con las manos aferradas a la reja de fierro. Y rezaba, y rezaba, y
lloraba, y rezaba … y así, permaneció toda la noche. Pero este hombre luchaba:
luchaba con Dios, luchaba junto a Dios por la sanación de su hija. Luego,
después de las 6 de la mañana, fue al terminal, tomó el bus y llegó a casa, al hospital,
a las 9, más o menos. Encontró a su esposa llorando. Se imaginó lo peor. ‘¿Qué
ha pasado? ¡No entiendo, no entiendo! ¿Qué ha pasado?’. ‘Han venido los
doctores y me han dicho que la fiebre ha pasado, que respira bien, que ¡no
tiene nada! La dejarán en reposo por dos días más, pero no entienden qué ha
pasado!’. ¡Esto todavía sucede, ¿eh?, los milagros existen!”.
Pero es necesario orar con el corazón, concluyó Francisco: “Una oración
valiente, que lucha por llegar a aquel milagro; no esas oraciones de
circunstancia, ‘Ah, rezaré por ti’: rezo un Padre Nuestro, un Ave María y,
después me olvido. No: oración valiente, como aquella de Abraham que luchaba
con el Señor por salvar la ciudad, como aquella de Moisés que tenía las manos
en alto y se cansaba, rezando al Señor; como aquella de tantas personas, de
tanta gente que tiene fe y con la fe reza, reza. La oración hace milagros, pero
¡debemos creer! Creo que podemos hacer una bella oración… y decirle hoy,
durante toda la jornada: ‘Creo, Señor, ayuda mi incredulidad’ ... y cuando nos
piden rezar por tanta gente que sufre en las guerras, los refugiados, por todos
los dramas de la actualidad, reza al Señor, pero con el corazón: ‘¡Hazlo!’Pero
diciéndole: ‘Creo, Señor. Ayuda a mi incredulidad’ que también está en mi
oración. Hagamos esto, hoy”.
Autor: S.S. Francisco
Fuente: Homilía: la oración valiente, humilde y fuerte cumple milagros
Juan Pablo
II nos da el testimonio de haber donado toda su vida al servicio del bien y del
amor a Cristo y la humanidad, Es quien ha conquistado las cimas de la santidad
y continua con sus palabras guiando la Iglesia y la humanidad. En efecto, hoy
resuenan más que nunca para todos la esencia de su mensaje que lo proclamó al
inicio de su pontificado y que lo escuchamos en este video que destaca la
figura del papa con su mensaje: "Abran las puertas a Cristo", hoy,
más actual que nunca. De modo especial recalca cuanto es importante la misión
del cristiano y también de como nuestro amado papa Benedicto XVI continua su
misma misión con el mismo espíritu y carisma, no suyo, sino dado por Cristo a
todos los sucesores de San Pedro, la piedra angular de su Iglesia. Apoyemos al
papa en toda su dura misión de Vicario de Cristo.
A mi
particularmente también me han tocado mucho las palabras de Juan Pablo II
pronunciadas en su primera homilía, que las he sentido resonar externamente en
todo lugar durante la beatificación, y también en modo especial en mi corazón.
Transcribo
aquí el centro de este su mensaje:
“Hermanos y
hermanas! No tengan miedo de acoger a Cristo y aceptar su potestad! Ayuden al
Papa y a todos los que quieren servir a Cristo y con la potestad de Cristo,
servir a la persona humana y a la entera humanidad! No tengan miedo! Abran,
abran de par en par las puertas a Cristo!
A su
salvadora potestad, abran los confines de los Estados, los sistemas económicos
y políticos, los vastos campos de la cultura, la civilización y el desarrollo.
No tengan miedo! Cristo sabe "lo que está en el corazón del hombre."
Sólo él lo sabe! Hoy en día tan a menudo el hombre no sabe lo que tiene dentro
en el profundo de su alma, de su corazón. Muy a menudo es incierto el
significado de su vida en esta tierra. Es invadido por la duda que se convierte
en desesperación. Permítanle entonces - por favor, se los suplico con humildad
y confianza – permitan que Cristo hable al hombre. Sólo Él tiene palabras de
vida, ¡sí! de la vida eterna!"
(Juan Pablo
II en su primer discurso del Pontificado Domingo 22 octubre 1978).
La oración
ha sido siempre a lo largo de la historia de la humanidad un tema fascinante,
envuelto en el misterio. De las religiones politeístas a los cultos
monoteístas, desde los tiempos que se pierden en los inicios del hombre hasta
nuestros días, la oración tiene un lugar privilegiado en el corazón del hombre.
La sola idea de poder relacionarse con Dios, de entablar un diálogo con el
creador, con la materia viviente, con el origen de la vida o con los dioses que
rigen el destino del universo ha despertado en el hombre una incógnita que lo
ha llevado a erigir altares, establecer cultos y rituales en forma tal que le
permitieran esta comunicación o al menos los deseos de comunicarse con las
deidades.
No es sino
con la Revelación cuando el hombre logra captar lo que Dios quiere de Él y la
forma en que puede relacionarse con Él, la forma en que puede hablar con Él. Es
Dios mismo quien se comunica con el hombre y quien comunica al hombre sus
deseos, lo que espera de su criatura preferida. Ya Jesucristo nos revelará las
particularidades de esta relación, no sólo con su palabra sino con su misma
vida.
A partir de
entonces surgirán hombres y mujeres en la historia del cristianismo que
mediante su testimonio personal y su palabra irán ilustrando el misterio que significa
la oración cristiana. Un misterio que no puede ser abarcado en unas pocas
palabras, precisamente porque es misterio. Quien habla o escribe sobre la
oración lo hace siempre desde su experiencia personal, desde aquello que Dios
le ha permitido vivir. Si bien el sujeto que experimenta la oración es único y
cada hombre o mujer que ora lo hace con sus propias cualidades y no puede
hablar sino de lo que ha experimentado en primera persona, sabemos que el
objeto de la oración, este encuentro personal con Dios es un dato objetivo 1 ,
porque es el mismo Dios que se encuentra con el hombre, si bien respetando las
peculiaridades de cada hombre.
Confiados en
esta objetividad de la Revelación y guiados por el Magisterio de la Iglesia
podemos afirmar, como nos dice el Catecismo de la Iglesia católica que la
oración no es sino es la elevación del alma hacia Dios o la petición a Dios de
bienes convenientes" (San Juan Damasceno, f. o. 3, 24) . 2 Muchos otros
maestros de oración han dado otras definiciones que enriquecen el concepto de
oración y nos hacen partícipes de las experiencias de dichos maestros. “La
oración es una conversación y un coloquio con Dios” (san Gregorio Nacianceno);
“es hablar con Dios” (San Juan Crisóstomo); “es el pensar en Dios con piedad y
afecto humilde” (San Agustín); “es el piadoso afecto de la mente que piensa en
Dios” (san Buenaventura); “es la elevación de la mente a Dios para alabarlo y
pedirle las cosas convenientes para la salvación eterna” (Santo Tomás,
sintetizando el pensamiento de Sal Juan Damasceno.” 3
Establecemos
entonces como un dato objetivo que es el encuentro del alma con Dios en la
oración viene a ser vivido por un sujeto dentro de la obediencia a lo que Dios
quiere, por tanto, dentro de unos datos que pueden ser verificables de acuerdo
a la Revelación y no sólo dejándose guiar por el sólo subjetivismo. Es el
sujeto quien en el encuentro con Dios en la oración obedece a lo que Dios le
hace ver, sin perder para nada sus propias cualidades subjetivas. Al contrario,
sus cualidades personales subjetivas vienen a enriquecer el dato objetivo del
encuentro con Dios.
La
experiencia de un hombre en su encuentro de amor con Dios, es decir en la
oración, vendrá por tanto a significar no sólo una forma de comprender la
definición de la oración, sino una forma muy personal de vivir este encuentro
de amor con Dios. Esta forma personal de vivir el encuentro con Dios es el
reflejo de toda la persona, ya que el encuentro con Dios, si es verdadero,
abarca a toda la persona humana. Por ello, una palabra, una definición, una
expresión en la oración, nos puede revelar el interior de la persona, su estado
de humor, su psicología y hasta su cultura. Así vemos en Santa Teresa de Ávila
y san Juan de la Cruz la cultura de su tiempo se refleja en su vida de oración.
En este
pequeño estudio queremos abarcar una pequeña parte del magisterio de Benedicto
XVI sobre la oración. Se trata en primer lugar de comprender lo que Benedicto
XVI entiende por la oración y específicamente por oración en la vida consagrada
y para las personas consagradas. Contamos para ello con un texto magnífico, que
si bien no entra propiamente en su magisterio petrino, refleja en forma clara y
objetiva el pensamiento de Joseph Ratzinger sobre la oración. Se trata de la
Carta sobre algunos aspectos de la meditación cristiana – Orationis formas del
15 de octubre de 1989, cuando aún era Prefecto de la Congregación para la
Doctrina de la Fe. En él, Joseph Ratzinger como teólogo y pedagogo nos dejarán
para la posteridad cuál es el pensamiento de la oración cristiana, en contraste
con las formas de oración de tipo oriental que comienzan a pulular en
Occidente. Este documento unido a la carta encíclica Spe salvi, serán los
puntos de arranque para dejar sentado lo que es la oración en el magisterio de
Benedicto XVI.
Sin embargo
queremos profundizar y descubrir lo que espera Benedicto XVI de las personas
consagradas sobre el tema de la oración. Desde el inicio de su pontificado y
tomando pie a lo dicho en su mensaje del 27 de septiembre de 2005 con motivo de
la Asamblea plenaria de la Congregación para los Institutos de vida consagrada
y sociedades de vida apostólica, el Santo Padre viene hablando de una auténtica
“ripresa” 5 (término italiano de difícil o exacta traducción al español y que
algunos erróneamente traducen como renovación – preferible el término inglés
recovery), es decir de un lanzar de nuevo con grande vigor la vida consagrada.
Basándonos en este concepto, descubriremos el papel que según Benedicto XVI
juega la oración en esta búsqueda por vivir con más frescura, con más vigor la
vida consagrada.
Por último y
como argumento al que tantas congregaciones religiosas femeninas dan mucha
importancia y al que dedican no poco tiempo, hablaremos sobre la oración por
las vocaciones. Constataremos no sólo lo mucho que el Papa confía en este
medio, sino la forma en la que él entiende que se debe desarrollar la oración
por las vocaciones, la forma en que la religiosa debe rezar y encontrarse con
Dios para pedir por las vocaciones.
Más que un concepto,
la oración es un tipo de vida.
Definir la
oración no es una empresa fácil. Y mucho menos si a esta empresa se une el
hecho de que quien debe definir la oración es el sumo Pontífice, el vicario de
Cristo en la tierra. Puede asaltarnos justamente la pregunta del criterio que
debe seguirse para cimentar la definición de la oración que da Benedicto XVI.
Podemos elegir como criterio los grandes dotes pedagógicos con los que Dios lo
ha dotado, mismos que ya se veían desde la labor desempeñada en la diócesis de
Mónaco de Baviera, pasando por su trabajo desempeñado en la Congregación de la
Doctrina de la Fe. También podemos referirnos a la asistencia que recibe en su
ministerio petrino. Sin embargo queremos basarnos en el servicio que él viene
haciendo a la verdad y a la revelación, como el mismo lo ha dicho: “… restando
nella luce della verità rivelata in Gesù, tramite la genuina tradizione della
chiesa.” 6 ES por tanto el servicio que presta Josph Ratzinger a la verdad
revelada en Jesús, la que nos permitirá descubrir su pensamiento acerca de la
oración.
Por otra
parte vemos una línea continua de este servicio entre su trabajo en la
Congregación para la Doctrina de la Fe y su ministerio petrino. Ya desde el
inicio de su pontificado, en el momento de dar las primeras palabras en el
balcón central de la Basílica Vaticana como recién elegido sumo pontífice, él
se considera como un trabajador de la viña del Señor, queriendo de esta forma
enfatizar el hecho de que está al servicio de la verdad revelada en Jesús:
“Queridos hermanos y hermanas: después del gran Papa Juan Pablo II, los señores
cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del
Señor.” 7 Y ya en la homilía del inicio de su pontificado podrá explayarse más
sobre su programa de trabajo, que sintetiza su pensamiento y el tenor de
autoridad con el que quiere llevar adelante la misión encomendada. “¡Queridos
amigos! En este momento no necesito presentar un programa de gobierno. Algún
rasgo de lo que considero mi tarea, la he podido exponer ya en mi mensaje del
miércoles, 20 de abril; no faltarán otras ocasiones para hacerlo. Mi verdadero
programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino
de ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la
voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea él mismo
quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia.” 8 Animados por
tanto por esta convicción de escuchar a un hombre que quiere ser sólo testigo
de la verdad revelada en Cristo, nos acercamos a su pensamiento sobre la
oración.
Joseph
Ratzinger no duda en trazar las fuentes históricas de la oración cristiana,
partiendo siempre de lo que dice la Biblia y lo santos padres. “Come debba
pregare l’uomo che accoglie la rivelazione biblica, lo insegna la Bibbia
stessa. Nell’Antico Testamento ci’è una meravigliosa raccolta di preghiere,
rimasta viva lungo i secoli anche nella chiesa di Gesù Cristo, nella quale essa
è diventata la base della preghiera ufficiale: il libro delle Lodi o dei
Salmi.” 9 Por ello, se debe considerar siempre la oración cristiana dentro del
marco del cristianismo, es decir de la fe cristiana. Quien reza, quien hace
oración en el cristianismo lo hace dentro de la estructura de la fe católica.
“La preghiera cristiana è sempre determinata dalla struttura della fede
cristiana, nella quale risplende la verità stessa di Dio e della creatura.” 10
Encontramos nuevemamente en el pensamento de Joseph Ratzinger esta fuerte
tendencia a no apartarse de lo que ha sido revelado por Cristo, este
pensamiento de querer hacer lo que Cristo ha querido y ha pensado siempre como
verdad revelada por Dios su Padre.
Una vez
puestas estas premisas podemos acercarnos a descubrir cuál es el concepto de
Benedicto XVI sobre la oración. Nuevamente el documento Orationis formas nos
sirve de guía. “Per questo essa (la preghiera) si configura, propiamente
parlando como un dialogo personal, intimo e profundo, tra l’uomo e Dio. Essa
esprime quindi la comunione delle creature redenta con la vita intima delle
Persone trinitarie. In questa comunione, che si fonda sul battesimo e
sull’eucaristia, fonte e culmine della vita della chiesa, è implicato un
atteggiamento di conversione, un esodo dall’io verso il tu di Dio.” 11 Nos
encontramos por tanto con una definición de oración que hunde sus raíces en una
profunda sintonía con la verdad revelada. Si bien toda oración es un encuentro
personal con Dios, este encuentro se realiza en la Iglesia y para la Iglesia.
En la Iglesia porque el encuentro personal se llevará a cabo dentro de la
estructura que Jesús ha marcado para que este encuentro se lleve a cabo. Es un
encuentro de dos personas: el cristiano que quiere encontrar a Dios y Dios (le
Persone trinitarie) que viene al encuentro del hombre. Y es un encuentro para
la Iglesia, porque toda oración no queda encerrada en el caparazón del egoísmo
personal. Si el hombre ha orado verdaderamente, entonces ese encuentro se
traduce necesariamente en una misión. El hombre que encuentra a Dios lo
encuentra necesariamente en un ambiente de obediencia. “Sul Tabor, dove
certamente egli (Cristo) è unito al Padre in maniera manifesta, viene evocata
la sua passione (cf. Lc 9, 31) e non viene neppure presa in considerazione la
possibilità di permanere in <> sul monte della trasfigurazione. Ogni
preghiera contemplativa cristiana rinvia continuamente all’amore del prossimo,
all’azione e alla passione, e proprio così avvicina maggiormente a Dio.” 12
La oración
como encuentro no la podemos circunscribir a una técnica. Quien se encuentra y
habla con una persona, por la calle, o en un encuentro formal, no circunscribe
el encuentro a un método, a una técnica. Si bien es cierto que todo encuentro,
aunque fortuito es precedido de un pequeño o grande ceremonial, el encuentro no
se puede basar en dicho ceremonial o normas de etiqueta o respeto mutuo como
pueden ser el saludo, el intercambio de algún signo de amistad. Son las
palabras, los gestos, las emociones, la sintonía en el pensamiento y en la
voluntad las que hacen el núcleo del encuentro. De la misma manera, lo veremos
más adelante, no son las técnicas de la oración las que hacen el núcleo y el
centro de la oración. Son las palabras, el intercambio de pensamientos y de
ideas los que hacen la oración. Nuestra sociedad occidental es una sociedad que
se ha centrado en la velocidad, lo quiere todo y en un solo momento. Se olvida
por ejemplo que la naturaleza tiene procesos que llevan tiempo: la cosecha está
sujeta al cambio de las estaciones, la gestación de la vida humana requiere de
nueve meses y así todos los procesos conllevan un cierto tiempo. Guiados más
bien por la técnica que busca el eficientismo, muchos han visto la oración como
una técnica más, en dónde si se llegan a cumplir una serie de rituales, se
pueden esperar los resultados prometidos. Si se cumplen las condiciones
establecidas en la oración, entonces podré hacer la experiencia del encuentro
con Dios. Se olvida por una parte que el encuentro con Dios es una gracia que
procede de Dios mismo y que la oración como encuentro no está circunscrito a
una serie de técnicas. Dios y el hombre que se encuentran están guiados por la
gracia y por la libertad, no por una técnica.
Jospeh
Ratzinger previene de este posible error cuando escribe: “I falsi carismatici
del IVsecolo identificavano la grazia dello Spirito santo con l’esperienza
psicologica della sua presenza nell’anima. Contro di esse i padri insistettero
sul fatto che l’unione dell’anima orante con Dio si compie nel mistero, in
particolare attraverso i sacramenti della chiesa. Essa può inoltre realizzarsi
perfino attraverso esperienze di afflizione e anche di desolazione. (…) Queste
forme di errore continuano a essere una tentazione per l’uomo peccatore. Lo
istigano a cercare di superare la distanza che separa la creatura del Creatore,
come qualcosa che non dovrebbe esserci; a considerare il cammino di Cristo
sulla terra, con il quale egli ci vuole condurre al Padre, come realtà
superata; ad abbassare ciò che viene accordato come pura grazia al livello
della psicologia naturale, come <> o come <>. 13 Y más adelante
ratifica lo dicho cuando escribe: “L’amore di Dio, unico oggetto della
contemplazione cristiana, è una realtà della quale non ci si può <> con
nessun metodo o tecnica; anzi, dobbiamo aver sempre lo sguardo fisso in Gesù
Cristo, nel quale l’amore divino è giunto per noi sulla croce a tal punto che
egli si è assunto anche la condizione di allontanamento del padre (cf. Mc 15,
34) Dobbiamo dunque lasciar decidere a Dio la maniera con cui egli vuole farci
partecipi del suo amore. Ma non possiamo mai, in alcun modo, cercare di
metterci allo stesso livello dell’oggetto contemplato, l’amore libero di Dio;
neanche quando, per la misericordia di Dio Padre, mediante lo Spirito santo
mandato nei nostri cuori, ci viene donato in Cristo, gratuitamente, un riflesso
sensibile di questo amore divino e ci sentiamo come attirati dalla verità,
dalla bontà e dalla bellezza del Signore.” 14
Ya en su
ministerio petrino, Benedicto XVI vuelve a hablar de la oración como un
encuentro y en un contexto muy preciso como es el de las almas consagradas a
Dios. Si bien todos los cristianos están llamados a utilizar este medio que es
la oración para acrecentar su unión con Dios, las personas consagradas, por la
misma profesión que han hecho de seguir a Cristo en pobreza, castidad y
obediencia, necesitan tener una unión fuerte y constante con Dios. Se presenta
la oración no ya sólo como un encuentro con Dios, sino como un encuentro con
Dios que fortifica la misma consagración. “El alimento de la vida interior es
la oración, íntimo coloquio del alma consagrada con su Esposo divino.” 15 Pero
de este tema hablaremos con más detenimiento. Ahora sólo queremos recalcar el
hecho de que Benedicto XVI sigue viendo la oración como un encuentro con
Cristo.
¿Para qué
rezar? Las finalidades de la oración.
Una vez que
sabemos que la oración es un encuentro con Dios, conviene conocer la dinámica
de este encuentro. El saber algo no implica automáticamente el vivirlo. El
pasaje de la razón a la voluntad y de ésta a la acción no se debe suponer como
un paso automático. La voluntad es una potencia que sigue a la razón, pero si
el hombre no hace suyas las propuestas que le presenta la razón será muy
difícil que su voluntad se ponga en movimiento. Es necesario por tanto que el
pasaje de la razón a la voluntad y de ésta a la acción se efectúe a través de
las debidas motivaciones, esto es, el hombre debe encontrar y hacer suyos los
motivos por los cuales es conveniente poner en práctica lo que la razón le ha
presentado.
Con la
oración sucede algo semejante al proceso que acabamos de describir. Saber que
la oración es el encuentro de Dios y el alma no es suficiente para que el
hombre ore. Es necesario que el hombre conozca las finalidades de la oración y
que estas finalidades las haga propias. Se trata de que el hombre mueva su
voluntad no sólo por razones, sino que haga propia estas razones, es decir, que
haga propia las finalidades de la oración. Por ello, pretendemos explicar
cuáles son las finalidades de la oración en las enseñanzas de Benedicto XVI con
el fin de que la persona pueda apropiárselas, es decir, con la finalidad de que
el hombre pueda transformar estas finalidades de la oración en sus propias
motivaciones. Para pasar de la razón a la acción, es necesario el pasaje del
corazón. Lograr hacer propias las finalidades de la oración.
De acuerdo
con los maestros de la vida espiritual las finalidades de la oración pueden
abarcarse en la adoración, la acción de gracias, la petición, el perdón y el
ofrecimiento. 16 Todo encuentro de Dios y el hombre en la oración engloba al
menos una de las finalidades antes mencionadas. Haremos ahora un pequeño
análisis de la aplicación que Benedicto XVI hace de estas finalidades de la
oración en forma tal que a partir de dicho conocimiento podamos encontrar las
motivaciones personales para nuestra oración.
Si hemos
dicho que la oración es el encuentro personal con Dios, es lícito preguntarnos
de qué esta hecho este encuentro, cómo se llena este encuentro. Es necesario
poner como premisa que este encuentro se realiza entre una persona que es
criatura y su Creador, por lo tanto la criatura nunca podrá poseer por entero a
su Creador. Podrá tan sólo participar de la vida del Creador, y a esto tiende
la oración, el encuentro con Dios.
Una de las
finalidades de la oración que señala Benedicto XVI es la de ser familiar con
Dios, de modo que el hombre pueda someterse a la voluntad del Padre. Se trata
por tanto de lograr un trato íntimo y personal con Dios. No es que la persona
pueda abarcar a Dios, lo cuál no será posible, por la premisa que hemos
mencionado en el párrafo precedente. Es lograr en el hombre, mediante el asiduo
contacto con Dios, una confianza total en la voluntad del Padre. Que conozca de
tal forma al Padre, que pueda vaciarse de sí mismo para cumplir su voluntad. Es
necesario por tanto en el hombre un proceso de vaciamiento para que pueda
entrar en él la voluntad del padre. “<>: ecco il vero pericolo. Il grande
dottore della chiesa (S. Agostino) raccomanda di concentrarse in se stessi, ma
anche di trascendere l’io che non è Dio, ma solo una creatura. Dio è <>.
Dio infatti è in noi e con noi, ma ci trascende nel suo mistero.” 17
Esta
familiaridad con Dios le permite no sólo conocerlo, sino estar siempre en una
postura de hacer su voluntad. Cuando mediante la oración el corazón del hombre
logra deshacerse de las preocupaciones del mundo, la única preocupación es la
de hacer la voluntad de Dios. El encuentro con Dios tiene como una finalidad
para el hombre la de ayudarlo a vaciarse de sí mismo para aceptar y cumplir con
amor la voluntad de Dios. “Obviamente, el cristiano que reza no pretende
cambiar los planes de Dios o corregir lo que Dios ha previsto. Busca más bien
el encuentro con el Padre de Jesucristo, pidiendo que esté presente, con el
consuelo de su Espíritu, en él y en su trabajo. La familiaridad con el Dios
personal y el abandono a su voluntad impiden la degradación del hombre, lo
salvan de la esclavitud de doctrinas fanáticas y terroristas.” 18
Si el
encuentro con Dios tiene como una de sus finalidades buscar la voluntad de Dios
para que Dios esté presente en las realidades del hombre, tanto más cuanto
estas realidades son las que maneja el sacerdote, y podemos nosotros añadir,
las personas consagradas. Si bien es cierto que el sacerdote y las personas
consagradas están insertas en el mundo, no son del mundo, como recomienda el
mismo Cristo. Este vivir siempre con la mirada fija en Dios dentro de las
realidades terrenas, requiere de un medio para avivar estos deseos de Dios. La
oración tendrá como finalidad el mantener vivo este deseo. “Para cumplir su
elevada tarea, el sacerdote debe tener una sólida estructura espiritual y vivir
toda su vida animado por la fe, la esperanza y la caridad. Debe ser, como
Jesús, un hombre que busque, a través de la oración, el rostro y la voluntad de
Dios, y que cuide también su preparación cultural e intelectual.” 19
¿Un método?
Hemos dicho
que la oración no puede reducirse a un método, ya que la criatura no podrá
abarcar nunca el objeto de la oración, esto es, el amor inefable de Dios. La
oración no es un método, pero un buen método ayuda a hacer oración. “La
preghiera è un mistero. L’uomo non può entrare in contatto con Dio se non
entrando nel mistero divino. La preghiera cristiana è il mistero di Cristo che
introduce i suoi discepoli in una relazione filiale che permette loro di
gridare: <>.” 20 Por lo tanto, estamos hablando de misterio, en dónde la
gracia de Dios juega un papel preponderante, aunque sin descuidar tampoco la
importancia de la libertad del hombre. Siendo por tanto el encuentro con Dios
suscitado por su Espíritu santo, no podemos encasillar dicho encuentro a una
serie de normas, de reglas, de recetas que nos permitan obtener un resultado
infalible. El hágase esto y entrará en contacto con Dios, reduce el misterio
del encuentro con Dios a los horizontes terrenos de la mente humana. El
encuentro con Dios es más que un método, pero un buen método ayuda al encuentro
con Dios, en la manera en que dicho método permite a Dios actuar libremente,
dándole la primacía del actuar.
Benedicto
XVI sin sugerir un método en cuanto tal, traza con deliciosas pinceladas lo que
podría ser una forma, no me atrevo a decir método, del encuentro con Dios y que
cada hombre puede aprender y hacer propias estas formas. Encuadra esta forma de
oración en una escuela de esperanza. 21 Como la oración es un encuentro
personal con Dios, el núcleo de la persona humana, su corazón, entendido como
el órgano de la voluntad, su deseo más íntimo, debe irse trasformando para que
en él sólo pueda estar Dios, sus intereses, sus anhelos. Benedicto XVI, citando
a San Agustín, lo expresa de la siguiente manera. “« Imagínate que Dios quiere
llenarte de miel [símbolo de la ternura y la bondad de Dios]; si estás lleno de
vinagre, ¿dónde pondrás la miel? » El vaso, es decir el corazón, tiene que ser
antes ensanchado y luego purificado: liberado del vinagre y de su sabor. Eso requiere
esfuerzo, es doloroso, pero sólo así se logra la capacitación para lo que
estamos destinados.” 22
El encuentro
personal con Dios no es simplemente un encuentro que deja indiferente a la
persona. Antes de encontrarse con Dios, la persona debe buscar las
disposiciones necesarias para encontrarlo. Disposiciones que son únicamente
exteriores, sino sobre todo interiores . Disposiciones que se resumen en buscar
ya desde antes el querer de Dios. De lo contrario la oración se reduce a un
ejercicio depreda que o toca lo íntimo del hombre, que no lo transforma. A lo
más será una meditación piadosa que llena un cierto requisito de piedad filial.
Cuando por el contrario, el hombre busca en el encuentro personal con Dios
cumplir su voluntad, el corazón se ensancha: “El hombre ha sido creado para una
gran realidad, para Dios mismo, para ser colmado por Él. Pero su corazón es
demasiado pequeño para la gran realidad que se le entrega. Tiene que ser
ensanchado. « Dios, retardando [su don], ensancha el deseo; con el deseo,
ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz [de su don] ».” 24 Este
ensancharse del corazón es un ejercicio constante que se realiza en la oración
que sin ser una escuela de oración, bien lo podemos llamar, con Benedicto XVI,
una forma de oración que lleva a una cierta finalidad. La forma es la de buscar
que el corazón del hombre se hace al corazón de Dios, a aceptar lo que Dios
quiere de él. Es llegar a la oración con un corazón abierto, dispuesto para que
Dios lo llene, que es precisamente la finalidad de la oración: “El modo
apropiado de orar es un proceso de purificación interior que nos hace capaces
para Dios y, precisamente por eso, capaces también para los demás. En la
oración, el hombre ha de aprender qué es lo que verdaderamente puede pedirle a
Dios, lo que es digno de Dios.” 25
La oración
de las personas consagradas y en las personas consagradas.
Si la
oración reviste una importancia fundamental para la vida del cristiano, cuanto
más para la vida de la persona que ha entregado su vida a Cristo mediante la
consagración a través de los votos o de cualquier otro vínculo estable . 26
Conocer lo que es la persona consagrada en el magisterio de Benedicto XVI puede
servirnos para entender mejor la importancia que el Santo Padre da a la oración
de las personas consagradas.
Desde la
inauguración de su magisterio, Benedicto XVI se ha referido a las personas consagradas
con expresiones llenas de significado espiritual. “Os saludo a vosotros,
religiosos y religiosas, testigos de la presencia transfigurante de Dios,” 27
fue su primer saludo a las personas consagradas. A partir de ese momento se ha
referido a los religiosos y las religiosas como personas que viven la dimensión
espiritual de la unión con Dios. Así, en uno de los que podemos llamar su
primer documento oficial a la vida consagrada, la Carta con motivo de la
Asamblea plenaria de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y
las Sociedades de vida apostólica del 27 de spetiembre de 2005, Benedicto XVI
pone su acento en la dimensión espiritual de las personas consagradas, esto es,
su relación personal con Cristo: “alegría, porque a través de vosotros sé que
me dirijo al mundo de las mujeres y de los hombres consagrados que siguen a
Cristo por el camino de los consejos evangélicos y del respectivo carisma
particular sugerido por el Espíritu.” 28
Esta
dimensión espiritual está centrada en el seguimiento de Cristo, pero que se
hace personal. No es seguir una idea, unas costumbres, sino que es seguir a una
persona que se ha encontrado. De este encuentro nace la conciencia de saber que
se pertenece sólo y exclusivamente a Aquél que se ha encontrado. Esta
pertenencia Benedicto XVI la sabe expresar claramente en el pensamiento de San
Benito, cuando comenta el número de la regla que se refiere al amor de Cristo:
“En efecto, la vida consagrada, desde sus orígenes, se ha caracterizado por su
sed de Dios: quaerere Deum. Por tanto, vuestro anhelo primero y supremo debe
ser testimoniar que es necesario escuchar y amar a Dios con todo el corazón,
con toda el alma y con todas las fuerzas, antes que a cualquier otra persona o
cosa.” 29 Ser de Dios y pertenecer a Dios son las características fundamentales
de la consagración. Dichas características impregnan la vida de todo consagrado
y le permiten actuar en el mundo con una cierta especificidad. “Pertenecer al
Señor: esta es la misión de los hombres y mujeres que han elegido seguir a
Cristo casto, pobre y obediente, para que el mundo crea y sea salvado. Ser
totalmente de Cristo para transformarse en una permanente confesión de fe, en
una inequívoca proclamación de la verdad que hace libres ante la seducción de los
falsos ídolos que han encandilado al mundo. Ser de Cristo significa mantener
siempre ardiendo en el corazón una llama viva de amor, alimentada continuamente
con la riqueza de la fe, no sólo cuando conlleva la alegría interior, sino
también cuando va unida a las dificultades, a la aridez, al sufrimiento.” 30
Nos damos
cuenta que Benedicto XVI basa el concepto de la vida consagrada en la
pertenencia al Señor y que por consecuencia la persona consagrada busca vivir
en todo momento esta pertenencia, no anteponiendo nada al Amor. A partir de
este concepto de vida consagrada, la oración cobra un matiz muy específico. Si
como hemos dicho, la persona consagrada es aquella que pertenece sólo a Dios y
se esfuerza por vivir esa pertenencia a Dios en todas las dimensiones de la
vida, necesariamente buscará aquellas actividades que más le ayuden a reforzar
su pertenencia a Dios. Quien busca pertenecer a un objeto, trata de poseer
dicho objeto. No en vano el amor que es una acción de la voluntad y no del
sentimiento, busca ponerse siempre en sintonía con el objeto amado . Y si la
oración es un encuentro personal con Dios, para la persona consagrada que busca
pertenecer sólo a Dios y poseer sólo a Dos, la oración se convierte en una
forma de poseer a Dios y de alimentarse de Dios: “El alimento de la vida
interior es la oración, íntimo coloquio del alma consagrada con su Esposo
divino.” 32
Si la
oración es el alimento necesario para que las personas consagradas puedan
pertencer y aumentar su pertenencia al Señor, se infiere que la continuidad en
la oración es la garantía de la constancia en la pertenencia al Señor. Siendo
que la persona consagrada se desarrolla a lo largo del tiempo y que su vida no
está exenta de peligros y tribulaciones, ya sea que vengan del exterior de la
persona, ya sea que provengan del interior, la oración se convierte por tanto
en un medio esencial para llenarse del Señor y reafirmar la pertenencia a Él.
Un medio que no debe reducirse a un tiempo esporádico, sino que debe sellar la
jornada de todos los días, ya que la pertenencia se alimenta de los encuentros
cotridianos, no sólo esporádicos. “Proseguid por este camino, fortaleciendo
vuestra fidelidad a los compromisos asumidos, al carisma de vuestros
respectivos institutos y a las orientaciones de la Iglesia local. Esta
fidelidad, como sabéis, es posible a quienes se mantienen firmes en las
fidelidades diarias, pequeñas pero insustituibles: ante todo, fidelidad a la
oración y a la escucha de la palabra de Dios; fidelidad al servicio de los
hombres y de las mujeres de nuestro tiempo, de acuerdo con el propio carisma;
fidelidad a la enseñanza de la Iglesia, comenzando por la enseñanza acerca de
la vida consagrada; y fidelidad a los sacramentos de la Reconciliación y la
Eucaristía, que nos sostienen en las situaciones difíciles de la vida, día tras
día.” 33
Una
aplicación de la oración: la oración por las vocaciones.
Siendo la
escasez de las vocaciones uno de los argumentos de mayor importancia para la
vida consagrada en nuestra época, Benedicto XVI ha señalado en diversos
momentos de su magisterio la forma en que el problema debe afrontarse. Desde un
comienzo debe verse esta situación desde el punto de vista de Dios y no dejarse
llevar ni por un malsano alarmismo, pero tampoco por un infructuoso pesimismo.
En su discurso al clero de la diócesis de Aosta en julio de 2005, Benedicto
XVI, con una visión realista dice que no nos debemos llevar del pesimismo ni
pensar en recetas que puedan solucionar el problema. Se debe partir aceptando
la situación de sufrimiento, conscientes de que el Señor permite y está en el
sufrimiento, pero conscientes también de que el Señor actuará a través de
nuestra acción. Y una de estas acciones es la oración por las vocaciones . 34
La oración
por las vocaciones no falta en la mayor parte de las comunidades de vida
religiosa. Ya sea en forma comunitaria, personal o intercongregacional, la
oración por las vocaciones se ha convertido en un elemento indispensable para
pedir al dueño de la mies que envíe obreros a la mies (cf. Mt 9, 37 – 38). Sin
embargo, Benedicto XVI, hace una aclaración importante. No basta pedir que el
Señor envíe obreros a la mies. Hay que enseñar a los obreros, a los jóvenes
actuales, a orar. Es precisamente en la oración, el encuentro personal con
Dios, en dónde se hace el discernimiento vocacional. Es en la oración en dónde
los corazones de los jóvenes se deciden a dejar todo por seguir el único
necesario. Si un joven no sabe rezar, es inútil que se hagan campañas
promocionales de oración por las vocaciones, de que se convoque a jóvenes a
eventos para darles a conocer lo que es el sacerdocio o la vida consagrada. Si
falta en el joven la capacidad de interiorizarse, de encontrar a Dios en lo
profundo de su ser, de nada o poco servirán todos esos medios externos. Podemos
entonces decir que Benedicto XVI ha re-cualificado la oración por las
vocaciones, para que se convierta verdaderamente en un instrumento para
suscitar vocaciones en el corazón de los jóvenes. “Parecerá extraño, pero yo
pienso muchas veces que la oración —el unum necessarium— es el único aspecto de
las vocaciones que resulta eficaz y que nosotros tendemos con frecuencia a
olvidarlo o infravalorarlo. No hablo solamente de la oración por las
vocaciones. La oración misma, nacida en las familias católicas, fomentada por
programas de formación cristiana, reforzada por la gracia de los Sacramentos,
es el medio principal por el que llegamos a conocer la voluntad de Dios para
nuestra vida. En la medida en que enseñamos a los jóvenes a rezar, y a rezar
bien, cooperamos a la llamada de Dios. Los programas, los planes y los
proyectos tienen su lugar, pero el discernimiento de una vocación es ante todo
el fruto del diálogo íntimo entre el Señor y sus discípulos. Los jóvenes, si
saben rezar, pueden tener confianza de saber qué hacer ante la llamada de
Dios.” 35
Autor:
Germán Sánchez Griese | Fuente: Catholic.net
NOTAS
1 “La santa
Iglesia, nuestra madre, mantiene y enseña que Dios, principio y fin de todas
las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón
humana a partir de las cosas creadas" (Cc. Vaticano I: DS 3004; cf. 3026;
Cc. Vaticano II, DV 6). Sin esta capacidad, el hombre no podría acoger la
revelación de Dios. El hombre tiene esta capacidad porque ha sido creado
"a imagen de Dios" (cf. Gn 1,26). (…)El espíritu humano, para adquirir
semejantes verdades, padece dificultad por parte de los sentidos y de la
imaginación, así como de los malos deseos nacidos del pecado original. De ahí
procede que en semejantes materias los hombres se persuadan fácilmente de la
falsedad o al menos de la incertidumbre de las cosas que no quisieran que
fuesen verdaderas (Pío XII, enc. "Humani Generis": DS 3875). Por esto
el hombre necesita ser iluminado por la revelación de Dios, no solamente acerca
de lo que supera su entendimiento, sino también sobre "las verdades
religiosas y morales que de suyo no son inaccesibles a la razón, a fin de que
puedan ser, en el estado actual del género humano, conocidas de todos sin
dificultad, con una certeza firme y sin mezcla de error" (ibid., DS 3876;
cf. Cc Vaticano I: DS 3005; DV 6; S. Tomás de A., s.th. 1,1,1). Catecismo de la
Iglesia católica, nn. 36 – 38.
2 Ibídem.,
n. 2590
3 Antonio
Furioli, Preghiera e contemplazxione mistica, Casa editrice Marietti, Genova
2001, p. 22.
4 “la
preghiera è un incontro dell’uomo con Dio. (…). Si tratta din un incontro del
Padre con il figlio, del figlio con il proprio Dio che sa essergli Padre, di un
incontro quindi che è uno scambio di amore. Le forme delle preghiere potranno
essere diverse, cosí pure i suoi motivi e anche le difficoltà che vi troviamo,
ma la ragione intima della preghiera è sempre l’amore; e una persona che
desidera incontrarsi con Dio, dovrà preoccuparsi di una cosa sola: amare, o
meglio rispondere a Dio che le si dà per puro amore.” F. Charmot, L’oraison
èchange d’amour, c. I. in Antonio Furioli, Preghiera e contemplazione mistica,
Casa editrice Marietti, Genova 2001, p. 22.
5 “Una
auténtica renovación de la vida religiosa sólo puede darse tratando de llevar
una existencia plenamente evangélica, sin anteponer nada al único Amor, sino
encontrando en Cristo y en su palabra la esencia más profunda de todo carisma
del fundador o de la fundadora.” Benedicto XVI, Carta con motivo de la Asamblea
plenaria de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades
de vida apostólica, 27.9.2005.
6
Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta sobre algunos aspectos de la
meditación cristiana – Orationis formas, 15.10.1989, n. 1.
7 Benedicto
XVI, Discursos, 19.4.2005.
8 Benedicto
XVI, Homilías, 24.4.2005
9 Congregación
para la Doctrina de la Fe, Carta sobre algunos aspectos de la meditación
cristiana – Orationis formas, 15.10.1989, n. 2.
10 Ibídem.
11 Ibídem.
12 Ibídem.,
n. 11.
13 Ibídem.,
n. 9 – 10.
14 Ibídem.,
n. 31.
15 Benedicto
XVI, Discursos, 22.5.2006.
16 Antonio
Furioli, Preghiera e contemplazione mistica, Casa editrice Marietti, Genova
2001, p. 24 – 31.
17
Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta sobre algunos aspectos de la
meditación cristiana – Orationis formas, 15.10.1989, n. 19.
18 Benedicto
XVI, Carta encíclica Deus caritas est, 25.12.2005, n. 37
19 Benedicto
XVI, Discursos, 13.5.2007, n. 5.
20 Jean
Galot, S.J. Presentazione, in Antonio Furioli, Preghiera e contemplazione
mistica, Casa editrice Marietti, Genova 2001, p. 15.
21 Benedicto
XVI, Carta encíclica Spes salvi, 30.11.2007, n. 32.
22 Ibídem.,
n. 33.
23 “La
ricerca di Dio mediante la preghiera deve essere preceduta e accompagnata dalla
ascesi e dalla purificazione dai propri peccati ed errori, perché secondo la
parola di Gesù soltanto <> (Mt 5, 8).” Congregación para la Doctrina de
la Fe, Carta sobre algunos aspectos de la meditación cristiana – Orationis
formas, 15.10.1989, n. 18.
24 Benedicto
XVI, Carta encíclica Spes salvi, 30.11.2007, n. 33.
25 Ibídem.
26 “Adoptan
con libertad esta forma de vida en institutos de vida consagrada canónicamente
erigidos por la autoridad competente de la Iglesia aquellos fieles que,
mediante votos u otros vínculos sagrados, según las leyes propias de los
institutos, profesan los consejos evangélicos de castidad, pobreza y
obediencia, y, por la caridad a la que éstos conducen, se unen de modo especial
a la Iglesia y a su misterio.” Código de Derecho Canónico, c.573, § 2.
27 Benedicto
XVI, Homilías, 24.4.2005
28 Benedicto
XVI, Cartas, 27.9.2005.
29 Benedicto
XVI, Discursos, 10.12.2005.
30 Benedicto
XVI, Discursos, 22.5.2006.
31 “Idem
velle, idem nolle, querer lo mismo y rechazar lo mismo, es lo que los antiguos
han reconocido como el auténtico contenido del amor: hacerse uno semejante al
otro, que lleva a un pensar y desear común.” Benedicto XVI, Carta encíclica
Deus caritas est, 25.12.2005, n.17.
32 Benedicto
XVI, Discursos, 22.5.2006.
33 Benedicto
XVI, Discursos, 10.12.2005.
34 “El
primer punto es un problema que se plantea en todo el mundo occidental: la falta
de vocaciones. (…)Es diferente la situación en el mundo occidental, un mundo
cansado de su propia cultura, un mundo que ha llegado a un momento en el cual
ya no se siente la necesidad de Dios, y mucho menos de Cristo, y en el cual,
por consiguiente, parece que el hombre podría construirse a sí mismo. En este
clima de un racionalismo que se cierra en sí mismo, que considera el modelo de
las ciencias como único modelo de conocimiento, todo lo demás es subjetivo.
Naturalmente, también la vida cristiana resulta una opción subjetiva y, por
ello, arbitraria; ya no es el camino de la vida. Así pues, como es obvio,
resulta difícil creer; y, si es difícil creer, mucho más difícil es entregar la
vida al Señor para ponerse a su servicio. (…)Así pues, la primera respuesta es
la paciencia, con la certeza de que el mundo no puede vivir sin Dios, el Dios
de la Revelación ―y no cualquier Dios, pues puede ser peligroso un Dios cruel,
un Dios falso―, el Dios que en Jesucristo nos mostró su rostro, un rostro que
sufrió por nosotros, un rostro de amor que transforma el mundo como el grano de
trigo que cae en tierra.
Por
consiguiente, tenemos esta profundísima certeza: Cristo es la respuesta y, sin
el Dios concreto, el Dios con el rostro de Cristo, el mundo se autodestruye y resulta
aún más evidente que un racionalismo cerrado, que piensa que el hombre por sí
solo podría reconstruir el auténtico mundo mejor, no tiene la verdad. Al
contrario, si no se tiene la medida del Dios verdadero, el hombre se
autodestruye. Lo constatamos con nuestros propios ojos.
Debemos
tener una certeza renovada: él es la Verdad y sólo caminando tras sus huellas
vamos en la dirección correcta, y debemos caminar y guiar a los demás en esta
dirección.
El primer
punto de mi respuesta es: en todo este sufrimiento no sólo no debemos perder la
certeza de que Cristo es realmente el rostro de Dios, sino también profundizar
esta certeza y la alegría de conocerla y de ser así realmente ministros del
futuro del mundo, del futuro de todo hombre. Y hemos de profundizar esta
certeza en una relación personal y profunda con el Señor. Porque la certeza
puede crecer también con consideraciones racionales. Realmente, me parece muy
importante una reflexión sincera que convenza también racionalmente, pero llega
a ser personal, fuerte y exigente en virtud de una amistad con Cristo vivida
personalmente cada día.
Por
consiguiente, la certeza exige esta personalización de nuestra fe, de nuestra
amistad con el Señor; así surgen también nuevas vocaciones.” Benedicto XVI,
Discursos, 25.7.2005.