lunes, 30 de septiembre de 2013

El Óbolo



Benedicto XVI ha querido subrayar en su primer año de pontificado el significado especial del Óbolo:

"El Óbolo de San Pedro es la expresión más típica de la participación de todos los fieles en las iniciativas del Obispo de Roma en beneficio de la Iglesia universal. Es un gesto que no sólo tiene valor práctico, sino también una gran fuerza simbólica, como signo de comunión con el Papa y de solicitud por las necesidades de los hermanos; y por eso vuestro servicio posee un valor muy eclesial" (Discurso a los Socios del Círculo de San Pedro (25 de febrero de 2006).

El valor eclesial de este gesto resulta evidente si tenemos en cuenta que las iniciativas caritativas son connaturales a la Iglesia, como ha indicado el Papa en su primera Encíclica Deus caritas est (25 de diciembre de 2005):

"La Iglesia nunca puede sentirse dispensada del ejercicio de la caridad como actividad organizada de los creyentes y, por otro lado, nunca habrá situaciones en las que no haga falta la caridad de cada cristiano individualmente, porque el hombre, más allá de la justicia, tiene y tendrá siempre necesidad de amor" (n. 29).
Se trata siempre de una ayuda animada por el amor de Dios:

“Por tanto, es muy importante que la actividad caritativa de la Iglesia mantenga todo su esplendor y no se diluya en una organización asistencial genérica, convirtiéndose simplemente en una de sus variantes” […]. “El programa del cristiano – el programa del buen Samaritano, el programa de Jesús – es un « corazón que ve ». Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia”. (ibíd., n. 31).

Los Pontífices anteriores habían prestado ya una particular atención al Óbolo como una forma de apoyo de los creyentes al ministerio de los sucesores de San Pedro al servicio de la Iglesia universal. Juan Pablo II, por ejemplo, lo había expresado así:

“ Conocéis las crecientes necesidades del apostolado, las exigencias de las comunidades eclesiales, especialmente en tierras de misión, y las peticiones de ayuda que llegan de poblaciones, personas y familias que se encuentran en condiciones precarias. Muchos esperan de la Sede Apostólica un apoyo que, a menudo, no logran encontrar en otra parte.
Desde esta perspectiva, el Óbolo constituye una verdadera participación en la acción evangelizadora, especialmente si se consideran el sentido y la importancia de compartir concretamente la solicitud de la Iglesia universal” (Juan Pablo II al Círculo de San Pedro, 28 de febrero de 2003).

Los donativos de los fieles al Santo Padre se emplean en obras misioneras, iniciativas humanitarias y de promoción social, así como también en sostener las actividades de la Santa Sede. El Papa, como Pastor de toda la Iglesia, se preocupa también de las necesidades materiales de diócesis pobres, institutos religiosos y fieles en dificultad (pobres, niños, ancianos, marginados, víctimas de guerra y desastres naturales ; ayudas particulares a Obispos o Diócesis necesitadas, para la educación católica, a prófugos y emigrantes, etc.).

El criterio general que inspira la práctica del Óbolo se remonta a la Iglesia primitiva:

“La base primaria para el sostenimiento de la Sede Apostólica está representada por los donativos que espontáneamente hacen los católicos de todo el mundo, y eventualmente también otros hombres de buena voluntad. Esto corresponde a la tradición que tiene origen en el Evangelio (cf. Lc 10,7) y en las enseñanzas de los Apóstoles (cf. 1 Co 9, 11)” (Carta de Juan Pablo II al Cardenal Secretario de Estado, 20 de noviembre de 1982).



domingo, 29 de septiembre de 2013

Un regalo de Dios




se renueva su presencia viva, salvadora, en el altar.

La contemporaneidad de Cristo con cada generación, con cada hombre, sólo es posible si se actualiza, si se revive, el misterio de la Redención a través del gran milagro de la Eucaristía, desde las manos y los labios de un sacerdote.

Allí donde hay un sacerdote, allí donde un cristiano acoge desde la fe y el amor la invitación de Cristo a seguirlo en la Iglesia como ministro, como servidor, como “presbítero”, allí habrá Eucaristía. Gracias a ese sacerdote muchos hombres y mujeres podrán tocar, palpar, sentirse cercanos a Jesús de Nazaret.

Desde esta perspectiva comprendemos la importancia que, para la Iglesia y para todo el género humano, reviste la figura del sacerdote.

Hombre tomado entre los hombres, cristiano entre los cristianos, ministro y servidor para sus hermanos, el sacerdote hace presente la acción de Dios, desde el gran milagro de la Encarnación del Hijo, en un mundo que necesita, ayer, hoy, y mientras duren los tiempos, una ayuda para vencer el misterio del pecado, para entrar en la dimensión de la gracia.

Ello es posible por la especial unión que se da entre el sacerdote y el mismo Jesús. La fórmula sacerdos, alter Christus (el sacerdote, otro Cristo) recoge una enseñanza constante de la Iglesia y expresa una verdad profunda, experiencial. Esta unión es mucho más visible a través de los sacramentos, en los que el sacerdote actúa in persona Christi. Juan Pablo II explicaba el sentido profundo de esta fórmula:

“El sacerdote ofrece el Santo Sacrificio «in persona Christi», lo cual quiere decir más que «en nombre», o también «en vez» de Cristo. «In persona»: es decir, en la identificación específica, sacramental, con el «sumo y eterno Sacerdote», que es el autor y el sujeto principal de su propio sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie” (Carta apostólica Dominicae Cenae, 24 de febrero de 1980, n. 8; cf. carta encíclica Ecclesia de Eucharistia, 17 de abril de 2003, nn. 29, 52).

Desde la fe, la Iglesia, que nace y vive de la Eucaristía, que se constituye desde los sacramentos y desde la escucha y predicación de la Sagrada Escritura, aprecia cada vocación a la vida sacerdotal como un don particular del Dueño de la viña, como una esperanza y una certeza: continúa la acción divina en el mundo, continúa el “toque” particular de Jesús en cada corazón y en la Iglesia toda.

Por eso cada obispo, cada presbítero, cada bautizado, debe sentir como algo propio la urgencia de promover y de rogar insistentemente por la llegada de nuevos y santos sacerdotes. Lo recuerda la encíclica de Juan Pablo II "Ecclesia de Eucharistia" en el n. 31:

“Del carácter central de la Eucaristía en la vida y en el ministerio de los sacerdotes se deriva también su puesto central en la pastoral de las vocaciones sacerdotales. Ante todo, porque la plegaria por las vocaciones encuentra en ella la máxima unión con la oración de Cristo sumo y eterno Sacerdote; pero también porque la diligencia y esmero de los sacerdotes en el ministerio eucarístico, unido a la promoción de la participación consciente, activa y fructuosa de los fieles en la Eucaristía, es un ejemplo eficaz y un incentivo a la respuesta generosa de los jóvenes a la llamada de Dios. Él se sirve a menudo del ejemplo de la caridad pastoral ferviente de un sacerdote para sembrar y desarrollar en el corazón del joven el germen de la llamada al sacerdocio”.

La misión que espera a cada sacerdote coincide con la de Cristo, y exige un acompañamiento formativo esmerado y profundo. Habrá buenos y santos sacerdotes si los llamados a este servicio viven, con sencillez y con amor, el Evangelio completo, auténtico, en su plenitud: caridad, vigilancia, oración, esperanza y entrega sin límites. Junto a la formación espiritual, el joven llamado al sacerdocio, hombre tomado entre los hombres, necesita una formación humana e intelectual muy rica, enraizada en la experiencia milenaria de la Iglesia.

El centro de toda la formación y de toda la experiencia pastoral de los sacerdotes será siempre la Eucaristía. Del sacrificio eucarístico arranca la vida espiritual, una vida espiritual que lleva a ahondar y a profundizar aún más en el misterio del Amor de Dios. Junto al altar, junto al tabernáculo, el sacerdote configura toda su psicología, todo su actuar, con el modo de ser, de pensar, de hablar, de Cristo, Maestro y Pastor, hasta el punto de poder dar, como Jesús, la vida por sus hermanos.

El Papa Benedicto XVI recordaba la importancia de la oración en la vida del sacerdote que quiere configurarse en todo con Cristo.

“El sacerdote que ora mucho, y que ora bien, se va desprendiendo progresivamente de sí mismo y se une cada vez más a Jesús, buen Pastor y Servidor de los hermanos. Al igual que él, también el sacerdote «da su vida» por las ovejas que le han sido encomendadas. Nadie se la quita: él mismo la da, en unión con Cristo Señor, que tiene el poder de dar su vida y el poder de recuperarla no sólo para sí, sino también para sus amigos, unidos a él por el sacramento del Orden. Así, la misma vida de Cristo, Cordero y Pastor, se comunica a toda la grey mediante los ministros consagrados” (Benedicto XVI, 3 de mayo de 2009).

Esa es la experiencia de cada sacerdote que lo ha dado todo. Esa es la experiencia que celebran las comunidades cristianas cuando ven madurar, ven crecer en la entrega, a los sacerdotes. Esa es la experiencia que hace que muchos hombres y mujeres aviven la esperanza ante un hombre aparentemente normal, marcado por sus propias debilidades y carencias, pero que trae al mundo un rayo de luz porque es, simplemente, sacerdote.

Necesitamos reconocer que Dios ha estado grande con su Iglesia. Necesitamos darle gracias por la fidelidad de cada sacerdote y por la energía con la que no deja de invitar, en el amor y en el respeto, a muchos jóvenes para que digan un sí generoso a Cristo y a la Iglesia, en una humanidad que vive con tantas sombras, pero que necesita aferrarse a la esperanza que nace de una certeza: “yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).


Autor: P. Fernando Pascual L.C. | Fuente: Catholic net

sábado, 28 de septiembre de 2013

Insignias episcopales




Redacción (Jueves, 26-09-2013, Gaudium Press) Contemplemos juntos, 'à vol d'oiseau', ciertos aspectos de algunas de las más importantes insignias episcopales. En efecto, siendo el Obispo sucesor de los Apóstoles, es natural que tenga símbolos que, de alguna forma, traduzcan materialmente la realidad sobrenatural de la excelencia de su condición. Trataremos aquí de las cuatro insignias que actualmente representan más al Obispo: el anillo, la cruz pectoral, la mitra y el báculo.

El Anillo Episcopal


En todos los tiempos y en prácticamente todos los pueblos, el anillo personificó el símbolo de autoridad, de dignidad y de preeminencia: él es para la mano lo que es la corona para la cabeza. De igual modo, el anillo episcopal contiene estas características, una vez que él refleja la eminente autoridad, la dignidad y la preeminencia del prelado que lo porta. Además, también es él un símbolo de la alianza espiritual que une al Obispo con su Iglesia; con efecto, él lo lleva en la mano derecha (en el dedo anular) pues es con esta que bendice a sus ovejas. Como carácter de lealtad y como símbolo de su desposorio con la Santa Iglesia -de su fidelidad a la Esposa de Cristo- utiliza un anillo. Desde tiempos remotos la Iglesia hizo esta correlación. San Optato de Mileva (siglo IV), sobre el anillo episcopal, ya escribía que su uso por el Obispo servía para que se reconociese que él era esposo de la Iglesia [1].

De entre los Obispos hay uno que se destaca insignemente, por su misión y comunicación con el Espíritu Santo: el Obispo de Roma, el Papa. A tan excelso prelado cabe un anillo todo especial: el llamado "anillo del Pescador", que, a su vez, también representa la Misión del Sumo Pontífice, o sea, misión de ser pescador de hombres, y salvarlos de la muerte, con la red del Evangelio. Es lo que nos enseñó Benedicto XVI, en la homilía en la cual él mismo recibió el anillo del pescador: "La red del Evangelio nos tira para afuera de las aguas de la muerte y nos conduce al esplendor de la luz de Dios, en la verdadera vida. Es precisamente así en la misión de pescador de hombres."[2]

La Cruz Pectoral


Otro importante símbolo episcopal es la Cruz Pectoral, cuyo uso remonta al siglo XIII, y que contiene en su interior -generalmente- reliquias de Santos Mártires. [3] Pendiendo de sus hombros, tal cruz está constantemente delante del Prelado, lo que sirve para recordarlo a todo instante, de Cristo Señor Nuestro, que murió por él en el Calvario; y la fe que él profesa con su propia sangre.

Sobre la historia del uso de la Cruz pectoral [4], se sabe que ya para los primeros cristianos, era costumbre portar algún objeto sagrado que servía para evocar el recuerdo de Nuestro Señor Jesucristo. Cuando era grande el peligro, a veces traían en el pecho la Santísima Eucaristía. Más tarde, habiendo disminuido las persecuciones, se pasó a usar la cruz en el pecho, como señal clara y distintiva del fiel cristiano. A partir del siglo XIII, como dijimos, el uso de la Cruz Pectoral pasó a ser señal distintiva propia de los Obispos.

La Mitra


Desde el Antiguo Testamento vemos la costumbre de que los Sumos Sacerdotes portasen una cobertura para la cabeza, como encontramos en el libro del Levítico, donde hay una referencia a los hijos de Aarón: "Después mandó que se aproximasen los hijos de Aarón, y los revistió de túnicas y de cinturas, poniéndoles también mitras [5] en las cabezas, como el Señor le había ordenado" (8,13).

Igualmente los cristianos emplearon un sombrero sacerdotal, que luego fue reservado a los Obispos, como nos explica LECLERCQ: "Los cristianos hicieron igualmente el uso de un sombrero sacerdotal, tanto en el Occidente como en Oriente [...]; siendo, entretanto, en todos los lugares reservado a los obispos, y teniendo por nombre μ?τρα (mitra)." [6]

La mitra es uno de los más nobles símbolos de los príncipes de la Santa Iglesia, su uso remonta, como insignia episcopal, al año 1000, siendo antes de esta fecha utilizada por algunos Obispos, y después, de uso universal en la Iglesia. Es la opinión de algunos autores, como el Cardenal Bona [7], que cree también que es alrededor del siglo X que ella tomó su forma actual - al menos en líneas generales.

Siendo la mitra, antiguamente, como una corona, se constata [8] que ella se transformó, hasta tomar la forma característica de hoy.

Tales cambios se deben a varios factores de orden práctico, como, por ejemplo, el contacto inmediato del metal gélido con la cabeza, lo que causaba grandes inconvenientes - sobre todo en el invierno europeo. Se lleva en cuenta también que quien la portaba era generalmente un venerable prelado, a quien los años pesaban, por tanto, sino todos, al menos muchos ya no tenían más físicamente el vigor de la juventud. Eso se reflejaba en la calvicie de sus respetables frentes, haciendo aumentar la molestia del contacto de la piel con el metal frío. En fin, el peso, la estética y la maniobrabilidad (júzguese por la cantidad de veces que el Obispo debe sacar, o colocar la mitra en ceremonias) acabaron por burilar la antigua mitra, hasta obtener su forma actual. Recuérdese que sus dos lados, los cuales se encuentran en la cumbre, diseñando una punta, simbolizan juntos la sabiduría que debe tener el Obispo, acerca de cada uno de los dos Testamentos. [9]

Otro factor importante es su color: blanco. El color blanco significa la castidad del prelado, él la porta sobre la cabeza, pues es en ella que se encuentran los cinco sentidos, por los cuales el brillo de la pureza puede ser tan fácilmente maculado. Es inclusive para protegerlos que los Obispos portan la mitra de la castidad. [10]
Por último, cumple rememorar lo que, muy bellamente, expresa DURAND, a saber:
"El Obispo bendice, con la cabeza recubierta con la mitra; él ejecuta entonces una función toda divina. Dios bendice por su ministerio; pero, cuando él reza, él la retira: es entonces el hombre que se humilla delante de Dios. Lo mismo sucede cuando él inciensa, pues el incensamiento significa las oraciones de los santos, ofrecidas a Dios por el pontífice". [11]

El Báculo



Símbolo del oficio de Buen Pastor, que guarda y acompaña con solicitud al rebaño que le fue confiado por el Espíritu Santo [12], el Báculo fue usado desde los primeros siglos del cristianismo. Se tiene noticia de que en el siglo IV él ya era usado por algunos Obispos. Este bastón pastoral deriva del cayado que usaban los viajantes, nos cuenta EYGUN:

"[Se sabe que] muy antiguamente, los fieles venían a los oficios con sus cayados, pues los rituales de los primeros siglos recomendaban depositarlos durante el Evangelio. Él servía para que los fieles se apoyasen durante las largas ceremonias, a las cuales se asistía de pie." [13]

Como vemos, el uso del báculo es una muy antigua costumbre, heredada de toda una civilización acostumbrada al desplazamiento ‘per ambulam', y que, por tanto, el cayado servía para largos viajes, o grandes períodos de tiempo en que se debería permanecer de pie.

Paralelamente, en el ámbito pastoral, el empleo del báculo se origina en la necesidad que tenían los Obispos -generalmente ancianos- de apoyarse en un bastón durante los viajes apostólicos y las ceremonias litúrgicas; más tarde, la Iglesia agregó al báculo la idea de la autoridad episcopal, así como, paralelamente, el cetro representa el poder de un monarca. [14] Cumple resaltar además que, bajo el prisma simbólico, el báculo es como que el cayado que usan los pastores, visto que se sirve de él aquel que tiene la obligación de asistir y dirigir el rebaño y guardarlo en aprisco seguro, contra las investidas de los lobos. Este bastón es, del mismo modo, insignia de la jurisdicción del Obispo, siendo así, el Prelado no lo puede usar fuera de su propia diócesis (no es territorio bajo su responsabilidad, por tanto, no está en medio a sus ovejas), y ni siquiera en las Misas de los difuntos, puesto que la Iglesia Militante no tiene jurisdicción sobre la Iglesia Padeciente. [15]

Muy profundo significado sobre el báculo es el que nos enseñó el Beato Juan Pablo II, en una Ordenación Episcopal, durante un viaje suyo al África:

"Vosotros portáis, con derecho, sobre la cabeza el emblema del jefe, y, en la mano, el báculo del pastor. 

Recordad que vuestra autoridad, según Jesús, es aquella de Buen Pastor, que conoce a sus ovejas y está muy atento a cada una de ellas; es aquella del Padre que se impone por su espíritu de amor y de devoción; es aquella del intendente, listo para prestar cuentas a su Maestro; es aquella del ‘ministro', que está en medio a los suyos ‘como aquel que sirve' y que está listo para dar su vida." [16]

Por último, concluimos la explicación sobre el báculo, con el bellísimo pensamiento del P. DURAND, que nos proporciona otro significado de esta insignia:

"Inocencio III, en su carta al primado de Bulgaria, dice que el uso del báculo remonta a San Pedro. Su forma no es menos antigua, los [ejemplares] que hasta hoy se conservaron, son como los báculos de hoy, agudos en su extremidad inferior, rectos al medio, y doblados en su cima. Esta forma tradicional traza al pontífice sus deberes: hincar a los perezosos, dirigir a los débiles y reunir a los que erraron por las veredas del mal."[17]

Conclusión


Estas cuatro insignias episcopales son símbolos que, de alguna forma, intentan traducir en lenguaje material lo que es de una excelencia superior. Podemos entonces concluir con el Catecismo de la Iglesia Católica que nos enseña que, así como los diversos sacramentos expresan múltiples aspectos de la gracia sacramental, del mismo modo, en la ordenación, se entrega al Obispo el anillo, la mitra y el báculo (podríamos también incluir, en el significado, la cruz pectoral) "en señal de su misión apostólica de anunciar la Palabra de Dios, de su fidelidad a la Iglesia, esposa de Cristo, de su ‘múnus' de pastor del rebaño del Señor." [18] Estas son las realidades superiores e impalpables que las insignias episcopales traducen a nuestros sentidos.

Por el Diac. Michel Six, EP


[1] "Ut se sponsum Ecclesiae cognoscat" Cf. EYGUN, François. In : Litugia : Encycolpédie Populaire des connaissances liturgiques. Paris : Bloud & Gay, 1930, p. 340 (tradução do autor).
[2] . "La rete del Vangelo ci tira fuori dalle acque della morte e ci porta nello splendore della luce di Dio, nella vera vita. E' proprio così - nella missione di pescatore di uomini." Bento XVI, Homilia. 24 abr. 2005. In: AAS 97 (2005) p. 711 (tradução do autor).
[3] Cf. LEROSEY, A. Introduction à la Liturgie. Paris : Berche et Tralin, 1890. p. 254.
[4] Cf. BOULENGER. Doutrina Catholica. Rio de Janeiro; São Paulo: Livraria Francisco Alves , 1927. p. 267.
[5] Nótese que algunas traducciones traen el nombre de "turbante" en llugar de mitra.
[6] "Les chrétiens firent usage également d'une coiffure sacerdotale, aussi bien em Occident qu'en Orient [...]; partout ailleurs, elle fut réservée aux évêques et porta généralement le non de μ?τρα, mitra, mitre. MITRE, In : LECLERCQ, Henri. Dictionnaire d'Archéologie Chrétienne et de Liturgie. Paris : Letouzey et Ané, 1934, Vol. XI - 2ª parte. coluna. 1554 (tradução do Autor).
[7] Cf. In. LEROSEY, A. Introduction à la Liturgie. Paris : Berche et Tralin, 1890. p. 256.
[8] Cf.MAYER, P. In: MITRE, In : LECLERCQ, Henri. Dictionnaire d'Archéologie Chrétienne et de Liturgie. Paris : Letouzey et Ané, 1934, Vol. XI - 2ª parte. coluna. 1557.
[9] Cf. DURAND, A. Le Culte Catholique: Dans ses cérémonies et ses symboles d'après l'enseignement traditionnel de l'Église. Paris : Jouby et Roger, 1868. p. 177.
[10] Cf. LEROSEY, A. Introduction à la Liturgie. Paris : Berche et Tralin, 1890. p. 257.
[11] "L'évêque bénit, la tête couverte de la mitre; il s'acquitte alors d'une fonction toute divine. Dieu bénit par son ministère. Mais, quand il prie, il la dépose : c'est l'homme alors quis'humilie devant Dieu. De même en est-il quand il encense, parce que l'ensencement signifie les prières des saints, offertes à Dieu par le pontife." DURAND, A. Le Culte Catholique: Dans ses cérémonies et ses symboles d'après l'enseignement traditionnel de l'Église. Paris : Jouby et Roger, 1868. p. 178.
[12] Cf. Pontificale Romanum, De ordinatione episcopi, 50-54, p. 26-27
[13] "Très anciennement, les fidèles venaient aux offices avec leur bâton, puisque les rituels des premiers siècles leur recommandaient de le déposer pendant l'évangile. Il leur servait à s'appuyer pendant les longues cérémonies auxquelles on assistait debout." Cf. EYGUN, François. In : Litugia - Encyclopédie Populaire des connaissances liturgiques. Paris : Bloud & Gay, 1930, p. 335.
[14] Cf. LEROSEY, A. Introduction à la Liturgie. Paris : Berche et Tralin, 1890. p. 258.
[15] Cf. BOULENGER. Doutrina Catholica. Rio de Janeiro; São Paulo: Livraria Francisco Alves , 1927. p. 268.
[16] "Vous portez à bon droit sur la tête l'emblème du chef et en main la crosse du pasteur. Souvenez-vous que votre autorité, selon Jésus, est celle du Bon Pasteur, qui connaît ses brebis et est très attentif à chacune; celle du Père qui s'impose par son esprit d'amour et de dévouement; celle de l'intendant, prêt à rendre compte à son Maître; celle du "ministre", qui est au milieu des siens "comme celui qui sert" et est prêt à donner sa vie." João Paulo II, Discurso por ocasião da Ordenação Episcopal de oito novos Bispos 4 maio 1980. In: AAS 72 (1980) p. 451.
[17] "Innocent III, dans sa lettre au primat de Bulgarie, dit que l'usage de la crosse remonte à saint Pierre. Sa forme n'est pas moins ancienne; celle que l'on a conservées sont, comme les crosses d'aujourd'hui, aiguës à leur extrémité inférieure, droites par le milieu et recourbées à leur sommet. Cette forme traditionnelle retrace au pontife ses devoirs : aiguillonner les paresseux, diriger les faibles et rassembler ceux qui errent dans les sentiers du mal." DURAND, A. Le Culte Catholique: Dans ses cérémonies et ses symboles d'après l'enseignement traditionnel de l'Église. Paris : Jouby et Roger, 1868. p. 178-179.
[18] Cf. CEC, nº 1574.


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viernes, 27 de septiembre de 2013

A su puerta... yacía un pobre





    Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad. Sean las que sean las formas de la propiedad, adaptadas a las instituciones legítimas de los pueblos según las circunstancias diversas y variables, jamás debe perderse de vista este destino universal de los bienes. Por tanto, el hombre, al usarlos, no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás.

    Por lo demás, el derecho a poseer una parte de bienes suficientes para sí mismos y para sus familiares es un derecho que a todos corresponde. Es este el sentir de los Padres y de los doctores de la Iglesia, quienes enseñaron que los hombres están obligados a ayudar a los pobres, y por cierto, no sólo con los bienes superfluos. Quien se halla en situación de necesidad extrema tiene derecho a tomar de la riqueza ajena lo necesario para sí. Habiendo como hay tantos oprimidos actualmente por el hambre en el mundo, el sacro Concilio urge a todos, particulares y autoridades, a que, acordándose de aquella frase de los Padres: “Alimenta al que muere de hambre, porque, si no lo alimentas, lo matas”, según las propias posibilidades, comuniquen y ofrezcan realmente sus bienes, ayudando en primer lugar a los pobres, tanto individuos como pueblos, a que puedan ayudarse y desarrollarse por sí mismos.

Concilio Vaticano II.  Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual “Gaudium et Spes”, § 69 - Copyright © Libreria Editrice Vaticana

martes, 24 de septiembre de 2013

Nuestra Señora de la Merced


Recordamos hoy a Nuestra Señora de la Merced, patrona de los Mercedarios. Sus miembros estaban dispuestos a perder hasta su vida por la liberación de los esclavos cristianos. Símbolo de ello son las cadenas de esclavo en manos de la Virgen.

Me parece que esta fiesta no es sólo un recuerdo histórico, sino que es actual también para nosotros, hombres y mujeres del siglo veintiuno. Porque la Virgen de la Merced tiene también hoy en día la tarea de liberarnos de la esclavitud, sea esta exterior o interior. Porque sigue habiendo mucha esclavitud y falta de libertad, en sus múltiples formas.
De allí que el anhelo de libertad es muy fuerte en nuestro tiempo, en todos los hombres y pueblos. La libertad es el valor más grande para el hombre moderno.

Pero, ¿en qué consiste la auténtica libertad? La mayoría de los hombres se creen libres, cuando pueden hacer lo que quieren, cuando tienen la posibilidad de satisfacer todos sus instintos. Pero esta libertad es la del animal, no la del hombre, y menos aún la del cristiano.

Jesucristo nos trae una forma nueva y suprema de libertad: la libertad de los hijos de Dios. Esta libertad consiste en ser libre de todo lo contra-divino a fin de ser libre para Dios. Ser libre significa, entonces, haber cortado todas las cadenas que impiden amar, para poder atarse con amor a Dios y a los demás. Libertad de los hijos de Dios es liberación del pecado y del egoísmo para poder amar y entregarse al tú divino y humano.

La Sma. Virgen es el ser humano más libre: libre de toda esclavitud interior, para poder ser “la esclava del Señor”. Ella alcanzó la cumbre de la libertad de los hijos de Dios. Porque Ella se entregó totalmente al plan de amor del Padre, que siempre es un plan liberador.

Gracias a su entrega total, María se convirtió en la gran liberadora de la humanidad: permitió el nacimiento del Señor y la liberación universal por medio de Él. Porque era libre del egoísmo, no le importó la vida de dolor, renuncia y persecución que asumió, al aceptar ser la Madre de Dios.

Nosotros, porque somos Marianos, debemos conquistar nuestra propia libertad. Tenemos que luchar contra nosotros mismos, sobre todo contra nuestro egoísmo, nuestros instintos ciegos, nuestras pasiones no purificadas. No seremos libres, mientras estemos todavía atados - con lazos incontrolados - a una sola cosa o a una sola persona.

Pero al mismo tiempo, como hijos de María, tenemos la misión de ser instrumentos de liberación para los demás. Tenemos que luchar para que los hombres lleguen a ser libres, exterior e interiormente, tal como María fue libre.

En esta doble lucha liberadora - para nosotros mismos y para los demás - la persona de la Virgen se eleva como signo de esperanza y victoria, y como viva protesta contra toda forma de esclavitud.

Queridos hermanos, pidámosle, por eso, a la Virgen de la Merced que Ella nos eduque según su propia imagen del ser libre y disponible para Dios y los demás. Pidámosle que nos haga instrumentos eficaces de la liberación en nuestros hogares, grupos, lugares de trabajo y barrios - para que todos lleguen a ser tan libres como lo fue Ella.

¡Qué así sea! 
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Autor: Padre Nicolás Schwizer. Instituto de los Padres de Schoenstatt

lunes, 23 de septiembre de 2013

Padre Pio







La presencia de Jesús en el corazón:

“Confieso que para mí es una gran desgracia no saber expresar y explicar este volcán eternamente encendido que me quema y que Jesús hizo nacer en este corazón tan pequeño”.
¡Bendigo a Dios, que por su gracia, otorga santos sentimientos!

Todo lo podría resumir así: me siento devorado por el amor a Dios y el amor por el prójimo. Dios está siempre presente en mi mente, y lo llevo impreso en mi corazón. Nunca lo pierdo de vista: me toca admirar su belleza, sus sonrisas y sus emociones, su misericordia, su venganza o más bien el rigor de su justicia

...¿Cómo es posible ver a Dios entristecerse por el mal y no entristecerse también uno?
Si Jesús se manifiesta a vosotros, dadle gracias; si se os oculta, dadle gracias. Todo esto es un juego de amor para traernos dulcemente hacia el Padre. Perseverad hasta la muerte, hasta la muerte con Cristo en la Cruz.

Amor:

Las cosas humanas necesitan ser conocidas para ser amadas; las divinas necesitan ser amadas para ser conocidas.

No lo olvidéis: el eje de la perfección es el amor. Quien está centrado en el amor, vive en Dios, porque Dios es Amor, como lo dice el Apóstol.

El amor y el temor deben estar unidos: el temor sin amor se vuelve cobardía; el amor sin temor, se transforma en presunción. Entonces uno pierde el rumbo.

La divina Solicitud no solo no rechaza a las almas arrepentidas, sino que sale en busca de la más empedernida. 

Confianza en Dios:

El corazón de nuestro divino Maestro no conoce más que la ley del amor, la dulzura y la humildad. Poned vuestra confianza en la divina bondad de Dios, y estad seguros de que la tierra y el cielo fallarán antes que la protección de vuestro Salvador.

Caminad sencillamente por la senda del Señor, no os torturéis el espíritu. Debéis detestar vuestros pecados, pero con una serena seguridad, no con una punzante inquietud. 

Santa Misa:

“Sería más fácil que la tierra se rigiera sin el sol, que sin la santa Misa”. 

María Santísima:

Si no hubiera Fe los hombres te llamarían diosa. Tus ojos resplandecen más que el sol, eres hermosa, Madre, me glorío, ¡Te quiero!

Oye, Madre, yo te quiero más que a todas las criaturas de la tierra y del cielo;... después de Jesús, es claro; te quiero tanto.

Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.
Seamos inmensamente gratos a la Virgen. ¡Ella nos dio a Jesús!

Permaneced como la Virgen, al pie de la Cruz, y seréis consolados. Ni siquiera allí María se sentía abandonada. Por el contrario, su Hijo la amó aun más por sus sufrimientos. 

Oración:

“Solo quiero ser un fraile que reza...

Reza, espera y no te preocupes. La preocupación es inútil. Dios es misericordioso y escuchará tu oración...

La oración es la mejor arma que tenemos; es la llave al corazón de Dios. Debes hablarle a Jesús, no solo con tus labios sino con tu corazón. En realidad, en algunas ocasiones debes hablarle solo con el corazón...” 

El don de la oración está en manos del Salvador. Cuanto más te vacíes de ti mismo, es decir, de tu amor propio y de toda atadura carnal, entrando en la santa humildad, más lo comunicará Dios a tu corazón.

A Dios se le busca en los libros, se le encuentra en la meditación.

En la medida en que vaciéis vuestro Yo de sí mismo - es decir, del apego a los sentidos y a vuestra propia voluntad - , echando raíces en la santa humildad, el Señor hablará a vuestro corazón.
Practicad con perseverancia la meditación a pequeños pasos, hasta que tengáis piernas fuertes, o más bien alas. Tal como el huevo puesto en la colmena se transforma, a su debido tiempo, en una abeja, industriosa obrera de la miel.

Sed vigilantes cuando meditéis. Generalmente los que se entregan a la meditación, lo hacen con una especie de arrogancia, tan ansiosos están por encontrar el sujeto susceptible de consolar su espíritu, y esto es suficiente para impedirles encontrar lo que buscan. 

Liberarse de la ansiedad:

Si vuestro espíritu no se concentra, vuestro corazón esta vacío de amor. Cuando se busca sea lo que sea con avidez y prisa, puede uno tocar cientos de veces el objeto sin ni siquiera darse cuenta. La ansiedad vana e inútil os fatigará espiritualmente, y vuestro espíritu no podrá dominar su sujeto. Hay que liberarse de toda ansiedad, porque ella es la peor enemiga de la devoción sincera y auténtica. Y esto principalmente cuando se ora. Recordad que la gracia y el gusto de la oración no proviene de la tierra sino del cielo y que es en vano utilizar una fuerza que solo podría perjudicaros. 

Crecimiento:

Para crecer, necesitamos del pan básico: la cruz, la humillación, las pruebas y las negaciones. 
Crítica:

No tolero la crítica y la habladuría sobre los hermanos. Es cierto que a veces me divierte aguijonearlos, pero la murmuración me da náuseas. Tenemos tantos defectos que criticarnos a nosotros mismos ¿Por qué perder tiempo en lo de los hermanos? 

Enemigos:

Jamás pasó por mi mente la idea de una venganza. Recé por los detractores y rezo por ellos. Quizá alguna vez le dije al Señor: “Señor, si para convertirlos es necesario algún fustazo, hazlo, con tal que se salven”. 

Humildad:

Si necesitamos paciencia para tolerar las miserias ajenas, más aún debemos soportarnos a nosotros mismos.

En tus diarias infidelidades, humíllate, humíllate, humíllate siempre. Cuando el Señor te vea humillado hasta el suelo, te tenderá su mano. Él mismo pensará en atraerte hacia Él.
Has construido mal; destruye y reconstruye bien.

Como una señora admitiera que tenía cierta inclinación a la vanidad, el Padre comentó: - “¿Ha observado usted un campo de trigo en sazón? Unas espigas se mantienen erguidas, mientras otras se inclinan hacia la tierra. Pongamos a pruebe a los mas altivos, descubriremos que están vacíos, en tanto los que se inclinan, los humildes, están cargados de granos”

Dios enriquece al hombre que ha hecho el vacío en sí mismo. 

Paciencia:

Guardad en lo más hondo del espíritu las palabras de Nuestro Señor: “A fuerza de paciencia, poseeréis vuestra alma”. 

Prudencia:

La prudencia tiene ojos. El amor piernas. El amor, que tiene piernas, querría correr hacia Dios, pero su impulso es ciego, y uno tropezaría, de no estar dirigido por los ojos de la prudencia... 

Pruebas y tentaciones:

Ten por cierto que si a Dios un alma le es grata, más la pondrá a prueba. Por tanto, ¡Coraje! y adelante siempre.

Por muy altas que sean las olas, el Señor es más alto. ¡Espera!... la calma volverá.
Las pruebas a las que Dios os somete y os someterá, todas son signos del amor Divino y Perlas para el alma.

Uno puede ahogarse en alta mar, y también puede sofocarse hasta el ahogo con un simple vaso de agua.- ¿Donde esta la diferencia? - ¿Acaso no es la muerte, en cualquiera de esas formas?.

El demonio es como perro encadenado; si uno se mantiene a distancia de él, no será mordido.
Jesús os guía hacia el cielo por campos o por desiertos - ¿que importancia tiene? Acomodaos a las pruebas que Él quiera enviaros, como si debieran ser vuestras compañeras para toda la vida; cuando menos lo esperéis, quizás queden resueltas.

Los grandes corazones ignoran los agravios mezquinos.

En una estampa representando la cruz, el Padre escribió estas palabras: “El madero no os aplastará; si alguna vez vaciláis bajo su peso, su poder os volverá a enderezar”.

Gólgota. Una cima cuya ascensión nos reserva una visión beatífica de nuestro amado Salvador.
Por los golpes reiterados de su martillo, el Artista divino talla las piedras que servirán para construir el Edificio Eterno.

Puede decirse con toda justicia que cada alma destinada a la gloria eterna es una de esas piedras indispensables. Cuando un constructor quiere levantar una casa, debe ante todo limpiar y nivelar el terreno; el Padre celestial procede de igual manera con el alma elegida que, desde toda la eternidad ha sido concebida para el fin que El se propone; por eso tiene que emplear el martillo y el cincel. Esos golpes de cincel son las sombras, los miedos, las tentaciones, las penas, los temores espirituales y también las enfermedades corporales. Dad pues, gracias al Padre celestial por todo lo que impone a vuestra alma. Abandonaos a Él totalmente. Os trata como trató a Jesús en el Calvario.

Es mediante una sumisión completa y ciega que os sentiréis guiado en medio de las sombras, las perplejidades y las luchas de la vida. “El hombre obediente cantará victoria”, nos dice la Escritura. Si Jesús se manifiesta a vosotros, dadle también las gracias; si se oculta a vuestra vista, dadle también las gracias. Todo esto compone el yugo del amor.

No escuchéis lo que os dice vuestra imaginación. Por ejemplo, que la vida que lleváis es incapaz de guiaros al bien. La gracia de Jesús vela y os hará obrar para ese bien.  

Pobres:

En todo pobre está Jesús agonizante; en todo enfermo está Jesús sufriente; en todo enfermo pobre está Jesús dos veces presente. 

Sufrimiento:

Casi todos vienen a mí para que les alivie la Cruz; son muy pocos los que se me acercan para que les enseñe a llevarla.

La vida del cristiano no es más que un perpetuo esfuerzo contra sí mismo. El alma no florece sino merced al dolor.

Apelad a Dios cuando vuestra cruz os martiriza. Así imitaréis a su hijo que, en Getsemaní, imploro algún alivio. Pero como Él, estad dispuesto a decir: - FIAT!. 

¿Por que?:

“Lo importante es caminar con sencillez ante el Señor. No pidas cuenta a Dios, ni le digas jamás: ¿Por qué?, aunque te haga pasar por el desierto. Una sola cosa es necesaria: Estar cerca de Jesús. Si nos cita en la noche no rehusemos las tinieblas”. 

Dirección Espiritual:

Recuerde - dijo el padre a uno de sus hijos espirituales - que la madre empieza a hacer caminar al niño sosteniéndolo; pero luego, éste debe caminar solo. También usted debe aprender a razonar sin ayuda. 

Amor y sus hijos espirituales:

La caridad es la reina de las virtudes. Como el hilo entrelaza las perlas, así la caridad a las otras virtudes; cuando se rompe el hilo caen las perlas. Por eso cuando falta la caridad, las virtudes se pierden.

La caridad es la medida con la que el Señor nos juzgará a todos.

La humildad y la caridad van de la mano. La primera glorifica, la otra santifica.

Amo a mis hijos espirituales tanto como a mi alma y aun más.

Al final de los tiempos me pondré en la puerta del paraíso y no entraré hasta que no haya entrado el último de mis hijos. 

La escalera al cielo:
Sin obediencia no hay virtud;
sin virtud no hay bien.
Sin bien no hay amor.
Sin amor no hay Dios.
Y sin Dios no hay Paraíso.

Esto forma como una escalera, si falta un peldaño uno se cae.

El anhelo de la paz eterna es legítimo y santo, pero debe ser moderado para una total resignación a los designios del Altísimo: más vale cumplir la Voluntad Divina en este mundo que gozar en el Paraíso. 

“Sufrir y no morir” era el ‘leit-motiv’ de Santa Teresa. El Purgatorio es un lugar de delicias, cuando se lo soporta por voluntaria elección de amor. 

La Noche Oscura:

Nuestro Señor, en cuanto considera nuestra alma lo bastante viril, lo bastante entregada a su servicio, se apresura quitarle las dulzuras de antaño. Llega hasta quitarle la facultad de orar, de meditar, es el abismo en las tinieblas y la aridez.

Esta mudanza aterra: - Qué gran delito habrá cometido el alma, para atraer sobre si tal desdicha. Escudriña su conciencia, pasa por tamiz sus mas insignificantes actos, y al no descubrir nada que justifique su infortunio, saca en conclusión que ha sido abandonada.

- ¡Qué error! Lo que el alma toma por abandono es un favor insigne. Es la transacción de lo inteligible a la duración contemplativa, a la que uno no llega sino purificado. - Si el hombre pudiera comprender que su imposibilidad de fijar su imaginación en un punto determinado se debe al retiro de la luz sobrenatural!. Pero pronto una nueva luz anima la meditación y la vuelve eficaz. - Ah, si el alma pudiera saber que Dios, al apartarse, infunde al mismo tiempo una más pura claridad en el intelecto, la claridad que la hace más apta a las cosas divinas, por encima de lo discursivo, en la visión directa, y absolutamente exquisita, delicada, inefable. Se me objetará si esa luz es a tal punto mejor, el alma debería, con sus poderes multiplicados, captar su objeto. Pero no vamos tan rápido. Los que con gusto se alimentan con comidas ordinarias, simularán disgusto cuando le ofrezcáis manjares mas refinados. Igualmente, para apreciar el estado de oración, hay que haber roto todo lazo.- Dios mío! En esta oscuridad veo una irradiación. Recordadlo, el amor de Dios nunca se sacia.


Padre Pio