sábado, 26 de octubre de 2013

Ten compasión



“Dios mío, ten compasión de mí que soy un pecador.”

    “Inclina tu oído, Señor, escúchame, que soy humilde y pobre.” (Sal 85,1) El Señor no inclina su oído al rico sino al pobre y miserable, al que es humilde y confiesa sus faltas, al que implora la misericordia. No se inclina al satisfecho que se jacta y se envanece como si nada le faltara y que dijo: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres,... ni como ese publicano.” (Lc 18,11) El rico fariseo exhibía sus méritos, el pobre publicano confesaba sus pecados.
 
    Todos los que rechazan el orgullo son pobres delante de Dios y sabemos que Dios tiende su oído hacia los pobres y los indigentes. Reconocen que su esperanza no puede apoyarse ni en oro o plata ni en sus bienes que, por un tiempo, enriquecen su morada... Cuando un hombre menosprecia en sí todo aquello que infla el orgullo es pobre ante Dios. Dios inclina hacia él su oído porque conoce los sufrimientos de su corazón.

    Aprended, pues, a ser pobres e indigentes, teniendo o no teniendo bienes de este mundo. Uno puede encontrar a un mendigo orgulloso y a un rico convencido de su miseria. Dios se niega a los orgullosos, tanto si van vestidos de seda o cubiertos de harapos. Otorga su gracia a los humildes, sean o no notables de este mundo. Dios mira lo interior: aquí examina y juzga. Tú no ves la balanza de Dios. Tus sentimientos, tus proyectos, los mete en el platillo... ¿Hay a tu alrededor o dentro de ti algún objeto que estás tentado a retener para ti?


       ¡Recházalo! Que sólo Dios sea tu seguridad. ¡Estad hambrientos de Dios para que él os sacie!


“Dios mío, ten compasión de mí que soy un pecador.”

    “Inclina tu oído, Señor, escúchame, que soy humilde y pobre.” (Sal 85,1) El Señor no inclina su oído al rico sino al pobre y miserable, al que es humilde y confiesa sus faltas, al que implora la misericordia. No se inclina al satisfecho que se jacta y se envanece como si nada le faltara y que dijo: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres,... ni como ese publicano.” (Lc 18,11) El rico fariseo exhibía sus méritos, el pobre publicano confesaba sus pecados.
 
    Todos los que rechazan el orgullo son pobres delante de Dios y sabemos que Dios tiende su oído hacia los pobres y los indigentes. Reconocen que su esperanza no puede apoyarse ni en oro o plata ni en sus bienes que, por un tiempo, enriquecen su morada... Cuando un hombre menosprecia en sí todo aquello que infla el orgullo es pobre ante Dios. Dios inclina hacia él su oído porque conoce los sufrimientos de su corazón.

    Aprended, pues, a ser pobres e indigentes, teniendo o no teniendo bienes de este mundo. Uno puede encontrar a un mendigo orgulloso y a un rico convencido de su miseria. Dios se niega a los orgullosos, tanto si van vestidos de seda o cubiertos de harapos. Otorga su gracia a los humildes, sean o no notables de este mundo. Dios mira lo interior: aquí examina y juzga. Tú no ves la balanza de Dios. Tus sentimientos, tus proyectos, los mete en el platillo... ¿Hay a tu alrededor o dentro de ti algún objeto que estás tentado a retener para ti?

       ¡Recházalo! Que sólo Dios sea tu seguridad. ¡Estad hambrientos de Dios para que él os sacie!

Autor: San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia. Discurso sobre los salmos, Salmo 85, 2-3

martes, 22 de octubre de 2013

Dios cura nuestras heridas




Dios cura nuestras heridas con sus manos, y para tener manos se hizo hombre

Contemplación, cercanía, abundancia: son las tres palabras en torno a las cuales el papa Francisco centró su homilía en la misa del martes en la mañana en la Casa Santa Marta. El papa reiteró que no se puede entender a Dios sólo con la inteligencia, y subrayó que "el propósito de Dios" es "inmiscuirse" en nuestra vida para sanar nuestras heridas, tal como lo hizo Jesús.


Para entrar en el misterio de Dios no basta la inteligencia, sino que sirven "la contemplación, la cercanía y la abundancia", lo que ha tomado de la primera lectura de hoy: un pasaje de la carta de san Pablo a los Romanos. La Iglesia, ha dicho: "cuando quiere decirnos algo" sobre el misterio de Dios, "solamente utiliza una palabra: maravillosamente". Este misterio, prosiguió, es "un misterio maravilloso":

"Contemplar el misterio, esto que Pablo nos dice aquí, sobre nuestra salvación, sobre nuestra redención, solo se entiende de rodillas, en la contemplación. No solo con la inteligencia. Cuando la inteligencia quiere explicar un misterio, siempre, ¡siempre! enloquece. Y así sucedió en la historia de la Iglesia. La contemplación: inteligencia, corazón, de rodillas, rezando... todo junto, entrar en el misterio. Esa es la primera palabra que tal vez nos ayude".

La segunda palabra que nos ayudará a entrar en el misterio, dijo, es "cercanía". "Un hombre pecó --recordó-- y un hombre nos salvó". "¡Es el Dios que está cerca!" Y, continuó, "cerca de nosotros, de nuestra historia". Desde el primer momento, añadió, "cuando eligió a nuestro padre Abraham, caminó con su pueblo". Y esto también se ve con Jesús “que hace un trabajo de artesano, de trabajador".

"A mí, la imagen que me viene es aquella de la enfermera en un hospital: cura las heridas, una por una, pero con sus manos. Dios se involucra, se mete en nuestras miserias, se acerca a nuestras heridas y las cura con sus manos, y para tener manos se hizo hombre. Es un trabajo de Jesús, personal. Un hombre trajo el pecado, un hombre viene a sanarlo. Cercanía. Dios no nos salva solo por un decreto o una ley; nos salva con ternura, con caricias, nos salva con su vida, por nosotros".

La tercera palabra, continuó Francisco, es "abundancia". "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia". "Cada uno de nosotros --observó-- conoce sus miserias, las conoce bien. ¡Y abundan!" Pero, advirtió, "el desafío de Dios es vencer esto, sanar las heridas", como lo hizo Jesús. Más aún: "hacer aquel don sobreabundante de su amor, de su gracia". Y así, advirtió el papa Francisco, "se entiende aquella preferencia de Jesús por los pecadores".

"En el corazón de este pueblo abundaba el pecado. Pero Él vino a ellos con la sobreabundancia de la gracia y el amor. La gracia de Dios siempre gana, porque es Él mismo quien se entrega, se acerca, que nos acaricia, que nos sana. Y para ello, aunque tal vez a algunos de nosotros no nos gusta decir esto, pero los que están más cerca del corazón de Jesús son los más pecadores, porque él va a buscarlos, llama a todos: ‘¡Vengan, vengan!'. Y cuando le piden una explicación, él dice: ‘Pero los que tienen buena salud no tienen necesidad del médico; yo he venido para sanar, para salvar'".

"Algunos santos --afirmó-- dicen que uno de los pecados más feos es la desconfianza: desconfiar de Dios". Pero, se pregunta el santo padre, "¿cómo podemos desconfiar de un Dios tan cercano, tan bueno, que prefiere nuestro corazón de pecador?" Este misterio, reiteró, "no es fácil de entender, no se entiende bien, con la inteligencia". Solamente quizás nos ayuden estas tres palabras: la contemplación, la proximidad y la abundancia. Es un Dios, concluyó el papa, "que siempre gana con la superabundancia de su gracia, con su ternura, con la riqueza de su misericordia".


Autor: S.S. Francisco Traducido y adaptado por José A. Varela del texto en italiano de Radio Vaticana.

viernes, 18 de octubre de 2013

Orar sin cesar






« Les dijo una parábola para mostrarles que hay que orar sin cesar”

    "Todas mis ansias están en tu presencia" (Sal. 37,10)... Tu deseo, es tu oración; si tu deseo es continuo, tu oración también es continua. Por eso el apóstol Pablo dijo: "orar sin cesar" (1Te 5,17). ¿Puede decirlo porque, sin tregua, doblamos la rodilla, prosternamos nuestro cuerpo, o elevamos las manos hacia Dios? Si decimos que rezamos sólo en estas condiciones, no creo que pudiéramos hacerlo sin tregua.

    Pero hay otra oración, interior, que es sin tregua: es el deseo. Aunque te encuentres en cualquier ocupación, si deseas este descanso del sábado, del que hablamos, rezas sin cesar. Si no quieres dejar de rogar, no dejes de desear.

    ¿Tu deseo es continuo? Entonces tu grito es continuo. Te callarás sólo si dejas de amar ¿Quienes son los que se callaron? Son aquellos sobre los que se dijo: "al crecer la maldad, la caridad de muchos se enfriará" (Mt 24,12). La caridad que se enfría, es el corazón que se calla; la caridad que quema, es el corazón que grita. Si tu caridad subsiste sin cesar, gritas sin cesar; si gritas sin cesar, es porque deseas siempre; si estás repleto de este deseo, es porque piensas en el descanso eterno.


Autor: San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia. Discurso sobre los Salmos, Sal. 37, 14

jueves, 17 de octubre de 2013

Aquí me llego



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Aquí me llego, todopoderoso y eterno Dios, al sacramento de vuestro unigénito Hijo mi Señor Jesucristo, como enfermo al médico de la vida, como manchado a la fuente de misericordias, como ciego a la luz de la claridad eterna, como pobre y desvalido al Señor de los cielos y tierra.

Ruego, pues, a vuestra infinita bondad y misericordia, tengáis por bien sanar mi enfermedad, limpiar mi suciedad, alumbrar mi ceguedad, enriquecer mi pobreza y vestir mi desnudez, para que así pueda yo recibir el Pan de los Angeles, al Rey de los Reyes, al Señor de los señores, con tanta reverencia y humildad, con tanta contrición y devoción, con tal fe y tal pureza, y con tal propósito e intención, cual conviene para la salud de mi alma.

Dame, Señor, que reciba yo, no sólo el sacramento del Sacratísimo Cuerpo y Sangre, sino también la virtud y gracia del sacramento !Oh benignísimo Dios!, concededme que albergue yo en mi corazón de tal modo el Cuerpo de vuestro unigénito Hijo, nuestro Señor Jesucristo, Cuerpo adorable que tomó de la Virgen María, que merezca incorporarme a su Cuerpo místico, y contarme como a uno de sus miembros.

!Oh piadosísimo Padre!, otorgadme que este unigénito Hijo vuestro, al cual deseo ahora recibir encubierto y debajo del velo en esta vida, merezca yo verle para siempre, descubierto y sin velo, en la otra. El cual con Vos vive y reina en unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén.


Autor: Santo Tomás de Aquino

martes, 15 de octubre de 2013

¿Por qué el mal, por qué el dolor, por qué el sufrimiento?




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¿Por qué el mal, por qué el dolor, por qué el sufrimiento?

Son estos los interrogantes que el hombre se ha planteado desde los tiempos primitivos, intentando dar una respuesta. En estos términos habla el Papa Juan Pablo II en el comienzo de su carta sobre el valor salvífico del sufrimiento:

"El tema del sufrimiento... es un tema universal que acompaña al hombre a lo largo Y ancho de la geografía. En cierto sentido coexiste con él en el inundo y por ello hay que volver sobre el constantemente. Aunque San Pablo ha escrito en la carta a los Romanos que «la creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto» (Rm 8,22); aunque el hombre conoce bien y tiene presentes los sufrimientos del mundo animal, sin embargo lo que expresamos con la palabra «sufrimiento» parece ser particularmente esencial a la naturaleza del hombre. Ello es tan profundo como el hombre, precisamente porque manifiesta a su manera la profundidad propia del hombre y de algún modo la supera. El sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre; es uno de esos puntos en los que el hombre está en cierto sentido «destinado» a superarse a sí mismo, y de manera misteriosa es llamado a hacerlo". (SD 2)

"El sufrimiento humano suscita compasión, suscita también respeto, y a su manera atemoriza. En efecto, en él está contenida la grandeza de un misterio específico. Ele particular respeto por todo sufrimiento humano debe ser puesto al principio de cuanto será expuesto a continuación desde la más profunda necesidad del corazón, y también desde el profundo imperativo de la fe: la necesidad del corazón nos manda vencer el temor, y el imperativo de la fe... brinda el contenido, en nombre y en virtud del cual osamos tocar lo que parece en todo hombre algo tan intangible: porque el hombre, en su sufrimiento, es un misterio intangible". (SD 4)

¿Qué entendemos por dolor y qué entendemos por sufrimiento?

"El sufrimiento es algo todavía más amplio que la enfermedad, más complejo y a la vez aún más profundamente enraizado en la humanidad misma. Una cierta idea de este problema nos viene de la distinción entre sufrimiento físico y sufrimiento moral. Esta distinción toma como fundamento la doble dimensión del ser humano, e indica el elemento corporal y espiritual como el inmediato o directo sujeto del sufrimiento... El sufrimiento físico se da cuando de cualquier manera «duele el cuerpo», mientras que el sufrimiento moral es «dolor del alma».

Se trata, en efecto, del dolor de tipo espiritual, y no sólo de la dimensión «psíquica» del dolor que acompaña tanto el sufrimiento moral como el físico". (SD 5)

Hay que notar como cuando sufrimos tiene una importancia fundamental descubrir el sentido de nuestro sufrir. Es distinta la situación de quien sufre sin saber el por qué, de quien sufre habiendo descubierto el por qué de su sufrimiento. Cada uno de nosotros se dispone mejor a sufrir los dolores de una operación y del tiempo post operatorio, si sabe que esto le servirá para recuperar la salud. Mientras, al contrario, un enfermo de cáncer, que sabe que se va a morir en un breve espacio de tiempo, aunque tenga menos dolores, sufre mucho más. En el primer caso, en efecto, soportamos mejor porque tenemos la certeza de ser curados, mientras que quien está sin esperanza está tentado por la desesperación y, a lo mejor de, quitarse la vida[4].

"Dentro de cada sufrimiento experimentado por el hombre, y también en lo profundo del mundo del sufrimiento, aparece inevitablemente la pregunta: ¿por qué? Es una pregunta acerca de la causa, la razón; una pregunta acerca de la finalidad (para qué); en definitiva, acerca del sentido. Esta no sólo acompaña el sufrimiento humano, sino que parece determinar incluso el contenido humano, eso por lo que el sufrimiento es propiamente sufrimiento humano.

Obviamente el dolor, sobre todo el físico, está ampliamente difundido en el mundo de los animales. Pero solamente el hombre, cuando sufre, sabe que sufre y se pregunta por qué; y sufre de manera humanamente aún más profunda, si no encuentra una respuesta satisfactoria". (SD 9).


Algunas respuestas al problema del sufrimiento

Antes de exponer la respuesta de la Revelación al problema del sufrimiento, echemos una mirada rapidísima a algunas de las respuestas dadas a lo largo de la historia en las distintas culturas, que nos ayude a comprender mejor también la respuesta hodierna a la enfermedad, a la vejez y a la muerte.

Para esta visión emplearé también, con su consentimiento, un estudio hecho por un Presbítero del Redemptoris Mater de Madrid que cito en la bibliografía[5].

De la antigüedad al Renacimiento[6]

En el mundo mesopotámico y egipcio la enfermedad, la vejez y la muerte se vivían como si estuvieran profundamente vinculadas a lo sacro, a la divinidad. En muchos pueblos el sacerdote o el brujo desempeñaban también el papel de curandero, de médico, sobre todo con remedios sacados de la naturaleza (hierbas, sangrías, etc.). Por eso quien estaba afligido por alguna enfermedad o problema grave recurría al templo donde el sacerdote hacía unos ritos, ofrecía unos sacrificios a la divinidad para obtener la curación y al mismo tiempo brindaba aquellos remedios que la medicina rudimentaria podía ofrecer para aplacar el dolor y obtener la curación.

Por otra parte, en general, en los 4 la enfermedad, la vejez y la muerte se vivían como si se trataran de procesos naturales que tocaban también el mundo animal y el mundo vegetal: en la naturaleza todo nace, crece, se desarrolla y madura y después se deteriora. Por ejemplo, en la cultura de los pueblos indianos el anciano se iba a la foresta para dejarse morir y reunirse a través de la muerte a sus antepasados.

En el mundo greco-romano, aun manteniéndose la relación sagrada de la enfermedad y de la muerte, empieza a desarrollarse la medicina como ciencia capaz de diagnosticar las causas de la enfermedad y de ofrecer remedios menos rudimentales y más eficaces. (Hipócrates, Galeno).

"En la Edad Media, por influencia del cristianismo, la enfermedad y la terapia se mantienen en un contexto sagrado. Será la Escolástica la que impondrá a la medicina el tener que obrar una síntesis entre contenidos y tradiciones disparatadas, abriendo así el camino al paso de la medicina de arte a ciencia".[7]

El Renacimiento puede ser considerado el terreno de cultivo en que maduran los contenidos de la ciencia moderna, ya que los grandes estudiosos de aquel tiempo se colocaron en una nueva óptica en la consideración del mundo.

En este periodo, asistimos a una verdadera y propia "revolución antropológica" y el hombre se convierte en el centro nodal de la creación. Esta nueva situación se relaciona a una especie de revolución religiosa.[8]

Pero es sobre todo Descartes (1596-1650) que

"funda la concepción de la naturaleza en un dualismo fundamental: el del espíritu (o res cogitans) la sustancia pensante, y el de la materia (o res extensa), la "sustancia extendida". El cuerpo separado de la mente, empieza su historia como suma de partes sin interioridad y la mente como interioridad sin sustancia... El cuerpo, con Descartes, se convierte en "organismo´, así que todos los aspectos cualitativos se resuelven como cuantitativos, es decir, mensurables...: a un decidido idealismo y espiritualismo en metafísica y moral se asocia un no menos decidido mecanicismo en biología y medicina: es un idealismo que, en algunos puntos, termina por coincidir con el materialismo".[9]

La respuesta de la ilustración racionalista

Ha sido en el siglo XVIII cuando ha aparecido, con mucha fuerza, la convicción utópica de que los hombres podíamos y teníamos que eliminar los sufrimientos y ser felices aquí en la Tierra (...) La Naturaleza era toda buena, la Razón todopoderosa y con tal de que los hombres se dejasen guiar por la Razón y por la Naturaleza, serían felices (...) Todas las filosofías materialistas han soñado con la utopía de una forma de existencia sin dolor o en la que el dolor esté dominado; pervive en ellas la imagen de un hombre dotado de una integridad original y natural.[10] En la Encíclica Evangelium vitae, el Papa Juan Pablo II afirma al respecto:

"El eclipse del sentido de Dios y del hombre conduce inevitablemente al materialismo práctico, en el que proliferan el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo. Se manifiesta también aquí la perenne validez de lo que escribió el Apóstol: « Como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento de Dios, Dios los entregó a su mente insensata, para que hicieran lo que no conviene » (Rm 1, 28). Así, los valores del ser son sustituidos por los del tener. El único fin que cuenta es la consecución del propio bienestar material. La llamada «calidad de vida» se interpreta principal o exclusivamente como eficiencia económica, consumismo desordenado, belleza y goce de la vida física, olvidando las dimensiones más profundas —relacionales, espirituales y religiosas— de la existencia.

En semejante contexto el sufrimiento, elemento inevitable de la existencia humana, aunque también factor de posible crecimiento personal, es «censurado», rechazado como inútil, más aún, combatido como mal que debe evitarse siempre y de cualquier modo. Cuando no es posible evitarlo y la perspectiva de un bienestar al menos futuro se desvanece, entonces parece que la vida ha perdido ya todo sentido y aumenta en el hombre la tentación de reivindicar el derecho a su supresión".(EV 23)[11]

Junto a esta concepción de la enfermedad, los cambios sociales en las últimas décadas han conformado una cultura que presenta dos características específicas:

a) Escasa capacidad de sufrimiento: nuestra sociedad es presa de un creciente infantilismo que impulsa sin cesar hacia una inmediata satisfacción y que incapacita para soportar situaciones en las que no se obtiene un placer inmediato. Actualmente, se utilizan sistemáticamente psicofármacos para suprimir las molestias normales de la vida, para disminuir todo temor o nerviosismo.

b) Pasividad y falta de sentido: las sociedades primitivas no podían ofertar soluciones a la enfermedad o la muerte, pero, por el contrario, eran capaces de ofrecer un sentido global (...) Nuestra sociedad, a diferencia de las primitivas, tiende a la abolición del sufrimiento´ de la forma más patológica desde el punto de vista psicológico: negando la existencia del sufrimiento, negando la realidad. En este contexto, el sufrimiento no tiene sentido porque, simplemente, no existe. La enfermedad terminal es un fracaso de la ciencia y, por tanto, de la sociedad en su conjunto (...) Nuestra sociedad es la única en la historia que se ha atrevido a llegar a este extremo».[12]


Autor: Mario Pezzi | Fuente: mscperu.org

miércoles, 9 de octubre de 2013

Rosario





Misterios Gozosos

1- La Anunciación a Nuestra Señora. La humildad

2- La Visitación a Sta. Isabel. La virtud de la Caridad

3- El Nacimiento de Nuestro Señor. El desapego a lo material

4- La Presentación del Niño. El ofrecimiento de nuestro ser al Padre

5- La pérdida en el Templo. El Celo Apostólico


Misterios Dolorosos

1- La Oración en el Huerto. La Opción al sacrificio

2- La Flagelación del Señor. El dominio corporal

3- La Coronación de Espinas. La rectitud mental

4- Jesús cargado con la Cruz. La Paciencia

5- La Muerte de Nuestro Señor. La aceptación de la Voluntad Divina


Misterios Gloriosos

1- La Resurrección de Jesús. La virtud de la Fé

2- La Ascensión del Señor. La virtud de la Esperanza

3- El envió del Espíritu Santo. El Amor Divino

4- El Tránsito de María Santísima. La Buena Muerte

5- La Coronación de Ntra. Señora. La intercesión de Nuestra Madre


Misterios Luminosos

1. El Bautismo en el Jordán.

2. La autorrevelación en las bodas de Caná.

3. El anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión.

4. La Transfiguración.


5. La Institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual.


lunes, 7 de octubre de 2013

Jonas




Dejemos escribir nuestra vida por Dios. Esta fue la exhortación del santo padre Francisco en la misa que la mañana del lunes celebró en la Casa Santa Marta, y durante la cual se centró en las figuras de Jonás y el Buen Samaritano. En ocasiones, observó el papa, puede suceder que incluso un cristiano, un católico huye de Dios, mientras un pecador, considerado alejado de Dios, escucha la voz del Señor.

Jonás sirve al Señor, reza mucho y hace el bien, pero cuando el Señor lo llama comienza a escapar. El papa Francisco ha desarrollado su homilía centrándola en el tema de la "fuga de Dios". Jonás, señala, "tenía su historia escrita" y "no quería ser molestado". El Señor lo envía a Nínive, y él "toma un barco para España. Huía del Señor":

"La fuga de Dios. Se puede huir de Dios, incluso siendo cristiano, católico, siendo de la Acción Católica, siendo presbítero, obispo, papa... ¡todos, todo podemos huir de Dios! Es una tentación diaria. No escuchar a Dios, no escuchar su voz , no sentir en el corazón su propuesta, su invitación. Se puede escapar directamente. Hay otras maneras de escapar de Dios, un poco más educado, un poco más sofisticado, ¿no? En el evangelio, está este hombre medio muerto, tirado en el suelo, y por casualidad un sacerdote bajaba por aquel camino --un digno sacerdote, precisamente en sotana, bueno ¡muy bueno! Vio y observó: ‘Llego tarde a misa’, y ha seguido su camino. No había oído la voz de Dios, allí".

Luego pasa un levita, que, dice el papa, quizá pensó: "Si lo cojo o si me acerco, tal vez estará muerto, y mañana tendré que ir al juez y dar testimonio..." y se siguió de largo. También Él, dijo el papa, se escapa "de la voz de Dios". Y añade: "Solo tuvo la capacidad de comprender la voz de Dios uno que habitualmente huía de Dios, un pecador", un samaritano.

Este, señala, "es un pecador, alejado de Dios", que sin embargo "escuchó la voz de Dios y se acercó". El samaritano, señala, "no estaba acostumbrado a las prácticas religiosas, a la vida moral, incluso teológicamente estaba mal", porque los samaritanos “creían que a Dios se le debía adorar en otro lugar y no donde el Señor quería". Y, sin embargo, prosiguió el papa, el samaritano "se ha dado cuenta de que Dios lo estaba llamando, y no huyó".

"Se le acercó, le vendó las heridas echándole aceite y vino, y luego lo puso en el caballo", e incluso "lo llevó a una posada y cuidó de él. Perdió toda la tarde":

"El presbítero llegó a tiempo para la Santa Misa, y todos los fieles contentos; el levita tuvo al día siguiente, un día tranquilo de acuerdo con lo que había pensado hacer, porque no pasó por todo este enredo de ir al juez y todas esas cosas...

¿Y por qué Jonás huyó de Dios? ¿Por qué el sacerdote huyó de Dios? ¿Por qué el levita se escapó de Dios? Porque tenían cerrado el corazón, y cuando tienes cerrado el corazón, no se puede escuchar la voz de Dios. En cambio, un samaritano que iba de camino ‘lo vio y tuvo compasión’: tenía el corazón abierto, era humano. Y su humanidad lo acercó".

"Jonás –observa el papa- tenía un diseño de su vida: él quería escribir su historia", y así también el sacerdote y el levita. "Un diseño del trabajo". Sin embargo, continuó el papa, este pecador, el samaritano "se ha dejado escribir la vida por Dios: ha cambiado todo, aquella tarde, porque el Señor le ha acercado la persona de este pobre hombre, herido, gravemente herido, tirado en la calle":

"Me pregunto a mí mismo, y les pregunto también a ustedes: ¿nos dejamos escribir la vida, nuestra vida, por Dios o queremos escribirla nosotros? Y esto nos habla acerca de la docilidad: ¿somos dóciles a la Palabra de Dios? '¡Sí, yo quiero ser dócil!'. Pero tú, ¿tienes la capacidad de escucharla, de oirla? Tienes la capacidad de encontrar la Palabra de Dios en la historia de cada día, o tus ideas son las que te rigen, y no dejas que la irrupción del Señor te hable?".

"Tres personas están huyendo de Dios -resumió el papa-, y otra en situación irregular", que es "capaz de escuchar, abrir el corazón y no escapar". Estoy seguro, dijo el pontífice, que todos vemos que "el samaritano, el pecador, no huyó de Dios".

Que el Señor, concluyó, "nos permita escuchar la voz del Señor, su voz, que nos dice: ¡Anda y haz los mismo!".


Autor: S.S. Francisco. Traducido y adaptado por José A. Varela del texto en italiano de Radio Vaticana

sábado, 5 de octubre de 2013

Al acabar el día digo: soy siervo inútil





    Encontrar la bondad de Dios tanto en las cosas más pequeñas y ordinarias como en las más grandes, es tener una fe nada común, sino grande y extraordinaria. Contentarse con el momento presente es saborear y adorar la voluntad de Dios en todo lo que hay que hacer y sufrir, en las cosas que por su sucesión constituyen el momento presente. Las almas sencillas, gracias a su fe viva, adoran a Dios en los momentos más humillantes; nada se esconde a su mirada de fe... Nada los desconcierta ni les disgusta.




    María verá huir a los apóstoles, ella permanecerá firme al pie de la cruz y reconocerá a su Hijo desfigurado por las llagadas y los salivazos...La vida de fe no es otra cosa que seguir a Dios a través de todos los disfraces que parecen desfigurarlo, destruirlo, aniquilarlo. Esta es la vida de María que desde el establo hasta el Calvario permanece fiel a un Dios que es desconocido por todo el mundo, abandonado y perseguido. Del mismo modo, las almas de fe atraviesan una serie de muertes, de velos de sombras y de apariencias que hacen la voluntad de Dios irrecognoscible. Estas almas aman la voluntad de Dios hasta la muerte en cruz. Saben que hay que dejar atrás las sombras y correr hacia el sol divino. Desde la salida del sol hasta el ocaso, a pesar de las nubes oscuras y espesas que lo esconden, este sol irradia, calienta y abrasa a las almas fieles.





Autor: Juan Pedro de Caussade (1675-1751), jesuita. La fe de los humildes servidores, de la humilde sirvienta

viernes, 4 de octubre de 2013

Su enfermedad era un don






Cómo fue revelado a San Francisco que su enfermedad era un don de Dios para merecer el gran tesoro


Se hallaba San Francisco gravemente enfermo de los ojos, y messer Hugolino, cardenal protector de la Orden, por el tierno amor que le profesaba, le escribió que fuera a encontrarse con él en Rieti, donde había muy buenos médicos de los ojos (1). San Francisco, recibida la carta del cardenal, fue primero a San Damián, donde estaba Santa Clara, esposa devotísima de Cristo, con el fin de darle alguna consolación y luego proseguir a donde el cardenal lo llamaba. Pero, estando aquí, a la noche siguiente empeoró de tal manera su mal de ojos, que no soportaba la luz. Como por esta razón no podía partir, le hizo Santa Clara una celdita de cañizos para que pudiera reposar. Pero San Francisco, entre el dolor de la enfermedad y por la multitud de ratones, que le daban grandísima molestia, no hallaba modo de reposar ni de día ni de noche.

Y como se prolongase por muchos días aquel dolor y aquella tribulación, comenzó a pensar y a reconocer que todo era castigo de Dios por sus pecados; se puso a dar gracias a Dios con todo el corazón y con la boca, y gritaba en alta voz:

-- Señor mío, yo me merezco todo esto y mucho más. Señor mío Jesucristo, pastor bueno, que te sirves de las penas y aflicciones corporales para comunicar tu misericordia a nosotros pecadores, concédeme a mí, tu ovejita, gracia y fortaleza para que ninguna enfermedad, ni aflicción, ni dolor me aparte de ti.
Hecha esta oración, oyó una voz del cielo que le decía:

-- Francisco, respóndeme: si toda la tierra fuese oro, y todos los mares, ríos y fuentes fuesen bálsamo, y todos los montes, colinas y rocas fuesen piedras preciosas, y tú hallases otro tesoro más noble aún que estas cosas, cuanto aventaja el oro a la tierra, el bálsamo al agua, las piedras preciosas a los montes y las rocas, y te fuese dado, por esta enfermedad, ese tesoro más noble, ¿no deberías mostrarte bien contento y alegre?
Respondió San Francisco:

-- ¡Señor, yo no merezco un tesoro tan precioso!
Y la voz de Dios prosiguió:

-- ¡Regocíjate, Francisco, porque ése es el tesoro de la vida eterna que yo te tengo preparado, y cuya posesión te entrego ya desde ahora; y esta enfermedad y aflicción es prenda de ese tesoro bienaventurado! (2).




Entonces, San Francisco llamó al compañero, con grandísima alegría por una promesa tan gloriosa, y le dijo:
-- ¡Vamos donde el cardenal!

Y, consolando antes a Santa Clara con santas palabras y despidiéndose de ella, tomó el camino de Rieti. Le salió al encuentro tal muchedumbre de gente cuando se acercaba, que no quiso entrar en la ciudad, sino que se dirigió a una iglesia distante de ella unas dos millas.

Al enterarse los habitantes de que se hallaba en aquella iglesia, acudieron en tropel a verlo, de forma que la viña de la iglesia quedó totalmente talada y la uva desapareció. El capellán tuvo con ello un gran disgusto y estaba pesaroso de haber dado hospedaje a San Francisco. Supo San Francisco, por revelación divina, el pensamiento del sacerdote; lo hizo llamar y le dijo:

-- Padre amadísimo, ¿cuántas cargas de vino te suele dar esta viña en los años mejores?

-- Doce cargas -respondió él.

-- Te ruego, padre -le dijo San Francisco-, que lleves con paciencia mi permanencia aquí por algunos días, ya que me siento muy aliviado, y deja, por amor de Dios y de este pobrecillo, que cada uno tome uvas de esta tu viña; que yo te prometo, de parte de nuestro Señor Jesucristo, que te ha de dar este año veinte cargas.

Esto lo hacía San Francisco para seguir allí, por el gran fruto espiritual que se producía palpablemente en la gente que acudía; muchos se iban embriagados del amor divino y decididos a abandonar el mundo.
El sacerdote se fió de la promesa de San Francisco, y dejó libremente la viña a merced de cuantos iban a verlo. ¡Cosa admirable! La viña quedó arrasada del todo y despojada, sin que quedara más que algún que otro racimo. Llegó el tiempo de la vendimia; el sacerdote recogió aquellos racimos, los echó en el lagar y los pisó, obtuvo veinte cargas de excelente vino, como se lo había profetizado San Francisco (3).

Este milagro dio claramente a entender que así como, por los méritos de San Francisco, produjo tal abundancia de vino aquella viña despojada de uva, así el pueblo cristiano, estéril de virtudes por el pecado, produciría muchas veces abundantes frutos de penitencia por los méritos, la virtud y la doctrina de San Francisco.

En alabanza de Cristo. Amén.

Florecillas de San Francisco

martes, 1 de octubre de 2013

Roque






En algunos países de América Latina lo llaman el patrono de los perros y se utiliza su imágen para el bautizo de las mascotas.

Este santo se ha hecho famoso en el mundo por los grandes favores que consigue a favor de pobres y enfermos. Su popularidad ha sido verdaderamente extraordinaria cuando a pueblos o regiones han llegado pestes o epidemias, porque consigue librar de la enfermedad y del contagio a muchísimos de los que se encomiendan a él. Quizás él pueda librarnos de epidemias peligrosas.

San Roque nació en Montpellier, de una familia sumamente rica. Muertos sus padres, él vendió todas sus posesiones, repartió el dinero entre los pobres y se fue como un pobre peregrino hacia Roma a visitar santuarios.

Y en ese tiempo estalló la peste de tifo y las gentes se morían por montones por todas partes. Roque se dedicó entonces a atender a los más abandonados. A muchos logró conseguirles la curación con sólo hacerles la señal de la Santa Cruz sobre su frente. A muchísimos ayudó a bien morir, y él mismo les hacía la sepultura, porque nadie se atrevía a acercárseles por temor al contagio.

Con todos practicaba la más exquisita caridad. Así llegó hasta Roma, y en esa ciudad se dedicó a atender a los más peligrosos de los apestados. La gente decía al verlo: "Ahí va el santo".

Y un día mientras atendía a un enfermo grave, se sintió también él contagiado de la enfermedad. Su cuerpo se llenó de manchas negras y de úlceras. Para no ser molesto a nadie, se retiró a un bosque solitario, y en el sitio donde él se refugió, ahí nació un aljibe de agua cristalina, con la cual se refrescaba.

Y sucedió que un perro de una casa importante de la ciudad empezó a tomar cada día un pan de la mesa de su amo e irse al bosque a llevárselo a Roque. Después de varios días de repetirse el hecho, al dueño le entró curiosidad, y siguió los pasos del perro, hasta que encontró al pobre llaguiento, en el bosque. Entonces se llevó a Roque a su casa y lo curó de sus llagas y enfermedades.

Apenas se sintió curado dispuso el santo volver a su ciudad de Montpellier. Pero al llegar a la ciudad, que estaba en guerra, los militares lo confundieron con un espía y lo encarcelaron. Y así estuvo 5 años en la prisión, consolando a los demás prisioneros y ofreciendo sus penas y humillaciones por la salvación de las almas.

Y un 15 de agosto, del año 1378, fiesta de la Asunción de la Virgen Santísima, murió como un santo. Al prepararlo para echarlo al ataúd descubrieron en su pecho una señal de la cruz que su padre le había trazado de pequeñito y se dieron cuenta de que era hijo del que había sido gobernador de la ciudad.

Toda la gente de Montpellier acudió a sus funerales, y desde entonces empezó a conseguir de Dios admirables milagros y no ha dejado de conseguirlos por montones en tantos siglos.
Lo pintan con su bastón y sombrero de peregrino, señalando con la mano una de sus llagas y con su perro al lado, ofreciéndole el pan. 



Autor: Desconocido, Extraído de EWTN