viernes, 4 de abril de 2014

Yo soy la resurrección y la vida





Cuando preguntó: " ¿dónde lo habéis puesto? ", los ojos de nuestro Señor se llenaron de lágrimas. Sus lágrimas fueron como la lluvia, Lázaro como el grano, y el sepulcro como la tierra. Gritó con voz potente, la muerte tembló a su voz, Lázaro brotó como el grano, salió y adoró al Señor que lo había resucitado. Jesús… devolvió la vida a Lázaro y murió en su lugar, porque, antes de sacarlo del sepulcro y sentarse a su mesa, ya había sido sepultado simbólicamente por el aceite con que María ungió su cabeza (Mt 26,7). La fuerza de la muerte que había triunfado después de cuatro días es pisoteada… para que la muerte supiera que al Señor le era fácil vencerla al tercer día…; su promesa es verídica: había prometido que Él mismo resucitaría el tercer día (Mt 16,21)…

    El Señor pues le devolvió la alegría a María y a Marta venciendo al infierno para mostrar que Él mismo no sería retenido por la muerte para siempre… Ahora, cada vez que se diga que resucitar al tercer día es imposible, miremos al que resucitó al cuarto día...
"Acércate y quita la piedra". ¿Entonces, el que resucitó a un muerto y le devolvió la vida, no habría podido Él mismo abrir el sepulcro y derribar la piedra? Él que les decía a sus discípulos: "Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a esta montaña: Desplázate, y se desplazaría" (Mt 17,20), no habría podido con una palabra desplazar la piedra que cerraba la entrada del sepulcro? Ciertamente, habría podido también quitar la piedra por su palabra, Él cuya voz, mientras estaba suspendido de la cruz, quebrantó las piedras y el sepulcro (Mt 27,51-52). Pero, porque era amigo de Lázaro, dice: "Abrid, para que el olor de la podredumbre les golpee, y desatádlo, vosotros que lo habéis envuelto en un sudario, para que reconozcáis bien al que habíais sepultado."

Autor: San Efrén (c. 306-373), diácono en Siria, doctor de la Iglesia. Diatessaron, 17, 7-10; SC 121

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